Un corredor de fondo llamado Fischer
Batallador nato y heredero de la generaci¨®n del 68, el ministro de Exteriores y l¨ªder de Los Verdes es el pol¨ªtico alem¨¢n m¨¢s popular
Es medianoche pasada en alguna de las muchas autov¨ªas de Alemania. Joschka Fischer, ministro de Exteriores, de 54 a?os, mira por la ventana y se da cuenta de que est¨¢ lloviendo. Tirado, m¨¢s que sentado, en un asiento del autob¨²s con el que desde hace cinco semanas recorre el pa¨ªs, su ¨¢nimo es sombr¨ªo, sobre todo si piensa en el problema de Irak y en la inestabilidad en Oriente Pr¨®ximo. Una joven asistente cabecea desde hace rato. Los guardaespaldas mantienen la vista fija en la carretera. En la radio, en una emisora de las tropas estadounidenses estacionadas en Alemania, Mick Jagger canta Beast of burden. Por un instante da la impresi¨®n de que la gira la protagonizan los Rolling Stones.
Joschka Fischer visitar¨¢ en autob¨²s decenas de ciudades y dar¨¢ 200 m¨ªtines en la campa?a
Los alemanes lo adoran y, donde quiera que aparezca, hacen cola para verlo
-?Sin drogas? -bromear¨¢ alguien 24 horas despu¨¦s.
Sin drogas. Fischer ni fuma ni bebe ni come carne desde hace a?os. ?l mismo es su droga de cabecera. Trota 10 kil¨®metros casi todos los d¨ªas. Tambi¨¦n, y sobre todo, durante esta campa?a: el llamamiento al footing con Joschka es un gancho publicitario que asegura im¨¢genes televisivas adonde quiera que vaya. Junto a aquellos ecologistas (muchos) y periodistas (pocos) que resisten su paso, Fischer ha recorrido as¨ª incontables orillas, colinas y praderas de su pa¨ªs. Sus acompa?antes s¨®lo tienen que cumplir con un requisito, anunciado previamente por meg¨¢fono: 'El ministro y sus guardaespaldas correr¨¢n por delante. Nadie se puede adelantar'.
Es por motivos de seguridad, por supuesto, pero no deja de tener un doble sentido. El l¨ªder ecologista es un hombre extremadamente competitivo, que divide el mundo entre los pocos realmente fuertes, los l¨ªderes, y los muchos d¨¦biles, los del mont¨®n. 'La pol¨ªtica es como subir al Everest en chanclas; son muy pocos los que sobreviven a las adversidades', gusta contar a quien quiera y pueda escucharlo en el autob¨²s cuando se le pregunta su opini¨®n sobre personajes como Oskar Lafontaine, el ministro de Finanzas y presidente del Partido Socialdem¨®crata Alem¨¢n (SPD), que dimiti¨® de la noche a la ma?ana en 1999, o sobre la actual presidenta del partido democristiano CDU, Angela Merkel.
?l no es as¨ª. 'Yo nunca he pensado en retirarme de la pol¨ªtica', dice. Suena a alarde, pero uno tiende a creerlo cuando lo ve someti¨¦ndose a esta gira en autob¨²s, 200 m¨ªtines en seis semanas y en decenas de ciudades. Aunque este frente lo tenga algo descuidado, adem¨¢s, sigue ejerciendo de ministro de Exteriores. Enjuto y corpulento -pese a su dieta y a los kil¨®metros recorridos, ha vuelto a engordar-, es un batallador nato que recuerda a aquellos chavalines que se l¨ªan a golpes en el colegio, siempre con los mayores. 'Hace unas semanas, Fischer era el ¨²nico de nosotros que estaba convencido de que la coalici¨®n rojiverde todav¨ªa puede ganar las elecciones', confirma un asesor.
Sus pu?etazos ya no son f¨ªsicos, desde luego, como en sus ¨¦pocas de lanzador de piedras y de okupa en el Francfort de comienzos de los a?os setenta. Fischer, hoy d¨ªa, golpea con la palabra y con la agudeza de razonamientos que no siempre son suyos, pero de los que se ha apropiado como si lo fueran. Con gran diferencia, es el mejor orador entre los pol¨ªticos alemanes. En lo que va de la gira ha desarrollado un discurso casi perfecto, que ahora repite con peque?as variaciones a donde quiera que vaya: el desastre de las riadas y la necesidad del cambio ecol¨®gico, primero, la defensa de la pol¨ªtica econ¨®mica del Gobierno rojiverde frente a los ataques conservadores, segundo, y la pol¨ªtica exterior, Afganist¨¢n, Oriente Pr¨®ximo e Irak, tercero.
En medio, unas cuantas y muy bien escogidas an¨¦cdotas personales para mayor ilustraci¨®n y toneladas de sarcasmo para sus rivales pol¨ªticos. Las ocasionales interpelaciones y protestas desde el auditorio no lo sacan de quicio. Por el contrario, lo estimulan para interrumpir y pulir su oratoria, encontrar una respuesta sagaz y confirmarse a s¨ª mismo su pretendida superioridad intelectual.
?Arrogancia? S¨ª. Pero Fischer, que de la generaci¨®n del 68 guarda las maneras desinhibidas y unos cuantos principios ¨¦ticos, logra siempre sugerir que a¨²n mantiene contacto con el planeta Tierra. 'Durante cinco a?os conduje taxi y durante otros 10 a?os intent¨¦ hacer infructuosamente la revoluci¨®n', suele comentar.
Y los alemanes lo adoran. Donde quiera que aparezca, hacen cola para verlo, aunque sea en una pantalla instalada fuera del auditorio. Su partido, Los Verdes, que se sit¨²a en torno al 7% en las encuestas, ha pasado definitivamente a un segundo plano. 'La dramaturgia de esta noche es Joschka, y punto', sentencia, en la cena previa a un mitin en D¨¹sseldorf, uno de los organizadores de la campa?a.
Fischer, entretanto, habla por tel¨¦fono y se entera de que incluso el instituto Allensbach da un empate en la carrera por la canciller¨ªa del 22 de septiembre. Eso es mucho decir: la metodolog¨ªa de Allensbach estudia tendencias de voto muy a largo plazo. 'Como que ya todo est¨¢ decidido', se le escapa, dando por segura una victoria socialdem¨®crata. En caso de que tambi¨¦n ¨¦l y Los Verdes -en ese orden, desde luego- logren un buen resultado, Joschka Fischer volver¨¢ a ser ministro.
'De por s¨ª, cuesta imaginarlo haciendo otra cosa', comentan algunos de los colaboradores cercanos de Fischer.
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