Una tarde nihilista
El sexto de la tarde parec¨ªa el toro de la carretera. Luc¨ªa una impresionante arboladura, la testuz rizada y un morrillo a guisa de un castizo quesobola que se bamboleaba de un lado a otro al ritmo que le impon¨ªa con su crepuscular trotecillo de cabestro. Ten¨ªa cuerpo de gal¨¢n: remos cortos, prominente badana, estampa desafiante, pitones bien plantados, mas su esp¨ªritu era tan endeble como el papelillo de fumar que por la ma?ana dictamin¨® su suerte en el apartado. Y as¨ª, hasta cuatro condesos mansos y descastados hasta la desesperaci¨®n. Toros nihilistas, cl¨®nicos hasta lo absurdo y degenerados desde la punta del cuerno hasta la borla del rabo. Resulta inaudito descubrir c¨®mo los modernos ganaderos han sido capaces de destrozar en un periquete a?os de selecci¨®n y tino hasta llegar a dar con ejemplares de comportamiento estrafalario. Reses semovientes que embisten al bulto, que salen de naja de los picadores rebot¨¢ndose de uno a otro en un infernal carrusel esperp¨¦ntico. Pero hay m¨¢s, cuando llega el tercio de muleta, huyen despavoridas y acongojados, convirtiendo la lidia en un espect¨¢culo deplorable.
Varias / Hermoso, Rivera, Abell¨¢n
Dos toros de Carmen Lorenzo para rejones, noble el primero y reserv¨®n el cuarto. El resto, del Marqu¨¦s de Domecq, muy bien presentados, mansos, descastados. Pablo Hermoso de Mendoza: oreja y silencio. Rivera Ord¨®?ez: pitos y bronca. Miguel Abell¨¢n: silencio tras aviso y palmas tras aviso. Plaza de La Ribera Logro?o. 23 de septiembre. Tercera corrida de feria. Lleno.
Menos mal que Pablo Hermoso de Mendoza rescat¨® a los aficionados de tanta mediocridad, de tanto tedio. Estuvo fall¨®n al inicio de su primera comparecencia, pero cuando se faj¨® con el toro de Carmen Lorenzo, comenz¨® a brotar su particular tauromaquia. El estell¨¦s tiene el don del temple y se afana en muletear con cada cada uno de sus pupilos las embestidas de los morlacos.
Hermoso de Mendoza y sus caballos, en singular armon¨ªa, son capaces de pararse en la mitad de cada lance, de darse el ol¨¦, y con el equino frente al toro, gustarse, citar por derecho y rematar el viaje hasta el infinito. Resulta incre¨ªble contemplar c¨®mo cada caballo obedece con fe ciega en su jinete, aunque los pitones de los toros merodeen por el estribo con peligrosa cercan¨ªa. Cort¨® una oreja con mucha fuerza en el primero y se despidi¨® de Logro?o tras pasaportar como pudo a un toro muy alto que apenas colabor¨®.
Rivera Ord¨®?ez sali¨® entre almohadillazos de La Ribera. Al primero de su lote, un acobardado y parado ejemplar, lo prob¨® varias veces por el derecho y tras cuatro pinchazos sali¨¦ndose de la suerte le endilg¨® un bajonazo monumental. Estuvo descolocado y no puso ni una sola vez la muleta con af¨¢n de que le embistiera. En el cuarto la cosa no fue mejor. El toro topaba y el torero se mostr¨® ab¨²lico: tras un mantazo aqu¨ª pegaba una gurripina all¨ª hasta que se lo quit¨® de encima en un s¨®rdido ¨²ltimo tercio.
Miguel Abell¨¢n mostr¨® una disposici¨®n diferente. Se hizo presente en la lidia con tres escalofriantes largas. Intent¨® sacarse al toro a los medios y se dej¨® ver. Lo llev¨® por momentos templado, aunque no pod¨ªa bajar la mano para que el b¨®vido aguantara al menos dos tandas por cada pit¨®n. Ni as¨ª; el toro se par¨® y el madrile?o estuvo muy desacertado con los aceros. El sexto, el toro de la carretera, no se dej¨® dar ni un muletazo. Cada vez que le pon¨ªan la pa?osa a su alcance respond¨ªa con un cabezazo. La faena se fue desparramando por todo el anillo mientras los aficionados, en franca huida del coso, maldec¨ªan a estos ganaderos empecinados en la selecci¨®n absurda en pos del m¨¢s infame descastamiento.
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