Elogio del pudor
En Argentina, dentro de los reality shows, hay en marcha un programa, Fantas¨ªa, donde los voluntarios se prestan a hacer un strip-tease ante las c¨¢maras. No hay premio alguno, simplemente alguien cree que puede aportar o aportarse algo con el desnudo y no ve inconveniente en suscitar esa ventaja. La ventaja consiste, de una parte, en la audiencia que obtenga la emisora a trav¨¦s de la atenci¨®n de los telespectadores y, de otra, en el plus de autocomplacencia que logre el individuo al comportarse como un showman. Hasta hace poco, un acto as¨ª parecer¨ªa ins¨®lito, pero ahora puede catalogarse en el divulgado deseo de hacer p¨²blica la intimidad.
Media humanidad pone al descubierto su privacidad mientras la mitad restante degusta la iluminaci¨®n de cantones oscuros. Las web cam mostrando vidas ordinarias de gentes ordinarias en casas ordinarias han pasado de ser un acontecimiento significativo a dejar de significar. El diagn¨®stico de nuestro tiempo reincide sobre el problema de la soledad, la falta de sentido de la vida, el anhelo por ser conocido, difundido, traducido en un icono para ser alguien en la comunidad de la imagen. Hay quien canta, baila o es erudito y se presenta a los concursos de televisi¨®n para ser famoso. Pero otros, los m¨¢s, no tienen otra cosa que ofrecer que su intimidad. El reality show no es otra cosa que pornograf¨ªa de la vida corriente y sus protagonistas, continuadores de la prostituci¨®n por otras v¨ªas.
Ahora, sin embargo, ha reaparecido un movimiento que promueve el pudor. De la misma manera que nacieron los ecologistas cuando la naturaleza estaba perdi¨¦ndose o cundieron los amantes de la comida org¨¢nica cuando la qu¨ªmica infect¨® los pollos, los defensores del pudor aparecen como soldados de lo m¨¢s verdadero. O, m¨¢s exactamente, como paladines de la pureza. El agua pura, el aire puro, los materiales naturales forman parte de un mismo sistema que evoca unos or¨ªgenes supuestamente excelsos insuperables que ha ido denigrando el progreso. Rescatar el pudor, no obstante, lleva a una posici¨®n que comprende, m¨¢s all¨¢ de su tono retro, un racimo de ideas.
Una sociedad pacata es insufrible, ?pero una sociedad desprejuiciada no ser¨¢ zafia? En medio de la liberaci¨®n sexual, el pudor es un estorbo, pero despu¨¦s de la liberaci¨®n la vida sin verg¨¹enza es desesperadamente aburrida. Con el pudor sucede como con los tipos de inter¨¦s en la pol¨ªtica monetaria. No es bueno que est¨¦n muy altos, porque de ese modo asfixian la actividad, pero, cuando est¨¢n demasiado bajos, como actualmente, apenas dejan margen de maniobra. Sin pudor, como con tasas de inter¨¦s igual a cero, no hay posibilidad de estimulaci¨®n. La econom¨ªa toma una deriva obstinadamente plana sin que se disponga de medidas que puedan espolearla. El inter¨¦s igual a cero es tanto como el desinter¨¦s. El reclamo del pudor que hace la joven norteamericana Wendy Shalit en A return to modesty (The Free Press. Nueva York, 1999) pudo estar influido, aunque anticipadamente, por el callej¨®n sin salida que refleja la actual coyuntura.
Estos a?os de igualaci¨®n sexual han contribuido a que la mujer se sacudiera la opresi¨®n machista pero, de paso, se ha quitado de encima un peculiar pudor suplementario en virtud del cual dominaba la totalidad de la relaci¨®n er¨®tica. Ahora no hay aquellas barreras intersexuales, pero tampoco hay las herramientas para el juego del cortejo y la suposici¨®n. El mundo que se autorreclama transparente ha desvelado a uno y otro sexo por completo y, en la absoluta contemplaci¨®n rec¨ªproca, las miradas no encuentran nada de inter¨¦s. Sucede como con el reality show que representa el programa Gran Hermano: a partir de un primer momento se ve que no hay nada que ver. Es la misma ley de la pornograf¨ªa m¨¢s dura: hacer todo expl¨ªcito, no ocultar nada, deshacer los pliegues, explorar las concavidades para que la experiencia, como en el caso de las drogas, agote el deseo. ?Volver al pudor? Probablemente. Porque si no poseemos nada no tenemos nada que ganar.
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