El llamado del abismo
Pese a su brevedad, La muerte en Venecia cuenta una historia tan compleja y profunda como la de aquellas novelas en las que el genio de Thomas Mann se desplegaba morosamente, en vastas construcciones que pretend¨ªan representar toda una sociedad o una ¨¦poca hist¨®rica. Y lo hace con la econom¨ªa de medios y la perfecci¨®n art¨ªstica que han alcanzado pocas novelas cortas en la historia de la literatura. Por eso, merece figurar junto a obras maestras del g¨¦nero como La metamorfosis, de Kafka o La muerte de Iv¨¢n Ilich, de Tolstoi, con las que comparte la excelencia formal, lo fascinante de su an¨¦cdota y, sobre todo, la casi infinita irradiaci¨®n de asociaciones, simbolismos y ecos que el relato va generando en el ¨¢nimo del lector.
Le¨ªdo y rele¨ªdo una y otra vez, siempre se tiene la inquietante sensaci¨®n de que algo misterioso ha quedado en el texto fuera del alcance incluso de la lectura m¨¢s atenta. Un fondo oscuro y violento, acaso abyecto, que tiene que ver tanto con el alma del protagonista como con la experiencia com¨²n de la especie humana; una vocaci¨®n secreta que reaparece de pronto, asust¨¢ndonos, pues la cre¨ªamos definitivamente desterrada de entre nosotros por obra de la cultura, la fe, la moral p¨²blica o el mero deseo de supervivencia social.
?C¨®mo definir esta subterr¨¢nea presencia que, por lo general, las obras de arte revelan de manera involuntaria, casi siempre al sesgo, fuego fatuo que las cruzara de pronto sin permiso del autor? Freud la llam¨® instinto de muerte; Sade, deseo en libertad; Bataille, el mal. Se trata, en todo caso, de la b¨²squeda de aquella soberan¨ªa integral del individuo, anterior a los convencionalismos y a las normas, que toda sociedad -algunas m¨¢s, otras menos- limita y regula a fin de hacer posible la coexistencia e impedir que la colectividad se desintegre retrocediendo a la barbarie [...].
La raz¨®n, el orden, la virtud, aseguran el progreso del conglomerado humano pero rara vez bastan para hacer la felicidad de los individuos, en quienes los instintos reprimidos en nombre del bien social est¨¢n siempre al acecho, esperando la oportunidad de manifestarse para exigir de la vida aquella intensidad y aquellos excesos que, en ¨²ltima instancia, conducen a, la destrucci¨®n y a la muerte. El sexo es el territorio privilegiado en el que comparecen, desde las catacumbas de la personalidad, esos demonios ¨¢vidos de transgresi¨®n y de ruptura a los que, en ciertas circunstancias, es imposible rechazar pues ellos tambi¨¦n forman parte de la realidad humana. M¨¢s todav¨ªa: aunque su presencia siempre entra?a un riesgo para el individuo y una amenaza de disoluci¨®n y violencia para la sociedad, su total exilio empobrece la vida, priv¨¢ndola de aquella exaltaci¨®n y embriaguez -la fiesta y la aventura?- que son tambi¨¦n una necesidad del ser. ?stos son los espinosos temas que La muerte en Venecia ilumina con una soberbia luz crepuscular.
Gustav von Aschenbach ha llegado a los umbrales de la vejez como un ciudadano admirable. Sus libros lo han hecho c¨¦lebre, pero ¨¦l sobrelleva la fama sin vanidad, concentrado en su trabajo intelectual, sin abandonar casi el mundo de las ideas y de los principios, desasido de toda tentaci¨®n material. Es un hombre austero y solitario desde que enviud¨®; no hace vida social ni acostumbra viajar; en las vacaciones se recluye entre sus libros, en una casita de campo de las afueras de M¨²nich. El texto precisa que 'no amaba el placer' [...].
La visi¨®n furtiva de un forastero en el cementerio de M¨²nich, despierta en Von Aschenbach, el deseo de viajar y puebla su cabeza de im¨¢genes ex¨®ticas; sue?a con un mundo feroz y primitivo, b¨¢rbaro, es decir, totalmente antag¨®nico a su condici¨®n de hombre supercivilizado, de esp¨ªritu 'cl¨¢sico'. Sin entender bien por qu¨¦ lo hace, cede al impulso y va primero a una isla del Adri¨¢tico, luego a Venecia. All¨ª, la misma noche de su llegada, ve al ni?o polaco Tadzio que revolucionar¨¢ su vida, destruyendo en pocos d¨ªas el orden racional y ¨¦tico que la sustentaba. Nunca llega a tocarlo, ni siquiera a cambiar una palabra con ¨¦l; es posible, incluso, que las vagas sonrisas que Von Aschenbach cree advertir en el efebo cuando se cruzan sean pura fantas¨ªa suya. Todo el drama se desarrolla al margen de testigos indiscretos, en la mente y el coraz¨®n del escritor y tambi¨¦n, por supuesto, en esos sucios instintos que ¨¦l cre¨ªa dominados y que, de manera inesperada, en la pegajosa y maloliente atm¨®sfera del verano veneciano, resucitan convocados por la tierna belleza del adolescente para hacerle saber que su cuerpo no s¨®lo es el habit¨¢culo de las refinadas y generosas ideas que admiran sus lectores, sino, tambi¨¦n, de una bestia en celo, ¨¢vida y ego¨ªsta [...].
El drama del solitario cincuent¨®n, tan t¨ªmido y tan sabio, enamorado como una damisela del ni?o polaco, que se inmola en el fuego de esa pasi¨®n, nos turba y nos conmueve profundamente. Porque hay, entre los resquicios de esa historia, un abismo que ella deja entrever y que inmediatamente identificamos en nosotros mismos y en el medio social en el que estamos inmersos. Un abismo poblado de violencia, de deseos y de fantasmas sobrecogedores y exaltantes, del que por lo general no tenemos conciencia alguna, salvo a trav¨¦s de experiencias privilegiadas que ocasionalmente lo revelan, record¨¢ndonos que, por m¨¢s que lo hayamos reducido a la catacumba y al olvido, forma parte integral de la naturaleza humana y subyace, por lo tanto, con sus monstruos y sus sirenas seductoras, como un desaf¨ªo permanente a los usos y costumbres de la civilizaci¨®n.
Extracto del cap¨ªtulo dedicado a La muerte en Venecia, de Thomas Mann, incluido en el libro de Mario Vargas Llosa La verdad de las mentiras (Alfaguara).
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