Psicolog¨ªa del liderazgo
El debate de pol¨ªtica general del Parlamento catal¨¢n tiene m¨¢s resaca psicol¨®gica que pol¨ªtica, aunque las consecuencias pr¨¢cticas de algunos comportamientos sean evidentes, porque el desd¨¦n con que Pujol llev¨® todo el debate deja a la coalici¨®n gobernante con un sentimiento creciente de frustraci¨®n -?no formaba parte del gui¨®n que Pujol destrozara a Maragall?- y de final de ¨¦poca. Es dif¨ªcil descifrar por qu¨¦ Pujol opt¨® por desactivar cualquier enfrentamiento con sus adversarios, por evitar cualquiera de los temas mayores que se colocaron sobre el p¨²lpito del hemiciclo. Las explicaciones pol¨ªticas las conocemos: van desde la incomodidad permanente por la relaci¨®n con el PP (la pol¨ªtica obliga a conductas masoquistas para no perder el poder, y el problema de estas sumisiones es que, a veces, se les acaba encontrando gusto) al miedo de que Carod se izara definitivamente con la bandera del nacionalismo con denominaci¨®n de origen. Y, sin embargo, todas estas explicaciones resultan insuficientes. Pujol siempre le ha tenido ganas a Maragall, ?por qu¨¦ se las reprimi¨®? Pujol siempre ha querido dar una lecci¨®n y unos cuantos consejos a Carod, ?por qu¨¦ se aguant¨®?
El argumento con que el presidente arranc¨® su r¨¦plica a Maragall -'su discurso ha sido muy flojo, muy pobre'- es eficaz dial¨¦cticamente si va seguido de un rapapolvo con todas las de la ley. Cuando la continuaci¨®n se reduce a unas cuantas divagaciones y muchos t¨®picos, el argumento revierte contra el que lo usa. ?No ser¨¢ que no ten¨ªa respuesta o que no ten¨ªa ganas de responder? Esta es la sensaci¨®n que qued¨®, lo cual agranda el pesimismo del universo convergente, que se siente ya camino de la orfandad y empieza a preguntarse qu¨¦ ser¨¢ de ellos cuando Pujol no est¨¦.
Creo que la actitud de Pujol tiene mucho que ver con su decisi¨®n de no volverse a presentar, de pasar el testigo a Artur Mas. Los l¨ªderes pol¨ªticos cuando saben que esto se acaba, que la pr¨®xima batalla ya no son ellos quienes tienen que ganarla, cambian, pierden en cierto modo los mecanismos de autocontrol que les llevaban a representar en cada momento el papel adecuado, sin concesiones a la melancol¨ªa ni a las bajas pasiones. Curiosamente, a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar le est¨¢ pasando algo parecido, s¨®lo que si a Pujol el relajamiento le ha producido la desidia, a Aznar le ha entrado la rabia, la derechona castellana recia que lleva dentro y que hasta la mayor¨ªa absoluta hab¨ªa conseguido administrar y controlar adecuadamente. Pujol se va y, qui¨¦rase o no -m¨¢s a su edad-, no tiene la misma tensi¨®n que ten¨ªa antes, cuando sab¨ªa que todo depend¨ªa de su propia suerte. Este a?o que queda se le va a hacer muy largo. Y a los suyos les costar¨¢ mucho entender que el presidente se deja llevar por el desd¨¦n. Al descubrir que la tabla de salvaci¨®n ya no existe, ?reaccionar¨¢n o quedar¨¢n en bloque a la deriva? La aton¨ªa del debate no hace m¨¢s que alimentar la sensaci¨®n de cambio. Por tanto, invita a la parte m¨¢s nacionalista del electorado convergente a buscar fortuna en Esquerra Republicana para contrapesar la futura mayor¨ªa.
Tambi¨¦n para Maragall el debate tiene resaca psicol¨®gica. Maragall quiere siempre sentirse querido, la condici¨®n de adversario no debe impedir el reconocimiento e incluso el afecto. Si su sue?o es que Catalu?a y Espa?a no s¨®lo se entiendan, sino que adem¨¢s se quieran, ?c¨®mo no va a pretender que el presidente responda al cari?o que ¨¦l le dio? De nada le sirvi¨® colocar a Pujol en el lugar supremo de la pol¨ªtica catalana, junto a los otros presidentes -mitificados por la historia- que engrandecieron y honraron la Generalitat. Pujol ni siquiera le dio las gracias, le dijo que le dejaban fr¨ªo los elogios de sus rivales. En urbanidad, el presidente nunca ha sacado sobresaliente. Pero Maragall no entiende que Pujol tenga elogios para los socialistas de medio mundo -Giddens, Blair, Schroeder, Schmidt, e incluso, indirectamente, el propio Zapatero- y sea incapaz de tener un solo recuerdo positivo para alg¨²n socialista catal¨¢n. Maragall se cree que el presidente de la Generalitat lo es de todos los catalanes. Y le sorprende que pueda haber socialistas buenos, con una sola condici¨®n: que no sean catalanes.
Tengo la impresi¨®n de que Maragall en vez de ofenderse deber¨ªa entenderlo como sintom¨¢tico: de la idea de pa¨ªs que tiene Pujol y de que ¨¦l es considerado el adversario que se debe batir, al que no hay que hacer concesiones ni siquiera por cortes¨ªa. No es nada nuevo -lo ha demostrado durante m¨¢s de 20 a?os- que Pujol entiende que en Catalu?a es bueno todo aquello que se ajusta y se adapta a su pol¨ªtica y a su manera de entender el pa¨ªs, y que lo dem¨¢s, simplemente, hay que neutralizarlo o conllevarlo. Lo que s¨ª es, ciertamente, un poco injusto es que Pujol no haya reconocido a los socialistas lo mucho que han hecho durante a?os por no molestarle, para no ser un escollo para su hegemon¨ªa.
De nuevo la psicolog¨ªa: creo que Maragall tiene que olvidarse de Pujol. Pujol ya no estar¨¢, qued¨® claro en el debate. Es con Mas con quien tiene que competir. Puede ser duro para el candidato socialista a la presidencia. Puede pensar que los curr¨ªculos son demasiado desiguales, que a ¨¦l le corresponde codearse con el presidente por m¨¦ritos contra¨ªdos y por liderazgo consolidado. Pero la realidad es la que es, y la realidad dice que Pujol se despide y que hay dos opositores -Maragall y Mas- que compiten para la presidencia de la Generalitat -con Carod en un papel nada secundario. A Maragall le conviene asumirlo pronto, porque si sigue mirando a Pujol, la psicolog¨ªa puede hacerle alguna mala pasada.
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