El reloj
En la mesa en la que escribo, el reloj de mi bisabuelo. Es una herradura vertical, de metal dorado, sobre un rect¨¢ngulo de m¨¢rmol. En el extremo de la herradura una cabeza de caballo. El freno del caballo forma un ¨¢ngulo, a modo de anzuelo, que sujeta el reloj esf¨¦rico, de metal dorado tambi¨¦n, con un cristal convexo. Mi bisabuelo era m¨¦dico y le habr¨¢ regalado el reloj alg¨²n paciente agradecido. Hasta su muerte mi abuelo, su yerno, lo tuvo siempre en su escritorio. Ahora est¨¢ aqu¨ª conmigo, frente a m¨ª, dando la hora con m¨¢s de un siglo. De mi bisabuelo conozco fotos, unos cuantos episodios, algunos art¨ªculos cient¨ªficos. Enfermo de c¨¢ncer, se suicid¨® de un tiro en la cabeza en mil novecientos dieciocho. Andaba por los cincuenta y cinco a?os, se llamaba Alfredo dos Santos Figueiredo, y mi padre cuenta que se acuerda de cuando lo alzaron en brazos para que besase el cad¨¢ver en el ata¨²d. Las agujas del reloj no se pararon nunca. Ha de llegar el momento en que yo pare. Las agujas del reloj seguir¨¢n movi¨¦ndose. En el freno en forma de anzuelo una doble llave: la punta m¨¢s gruesa da cuerda al mecanismo, la m¨¢s fina ajusta las agujas. Las once y seis en este momento. ?De un d¨ªa m¨ªo? ?De un d¨ªa de mi bisabuelo? ?Qu¨¦ marcar¨ªan las agujas cuando se acerc¨® las pistolas a las sienes, ya que se mat¨® con un arma en cada mano? Parece que fue a ¨²ltima hora de la tarde. ?O a ¨²ltima hora de la ma?ana? Soy nieto de su ¨²nica hija y dicen que me parezco f¨ªsicamente a ¨¦l. ?Cu¨¢l de nosotros escribe esto? Iba en coche a visitar a los pacientes, atend¨ªa consultas en la farmacia que en aquella ¨¦poca se escrib¨ªa Pharmacia. Cincuenta y cinco a?os: pr¨¢cticamente mi edad ahora. ?C¨®mo lo llamar¨ªa si viniese aqu¨ª? ?Doctor? ?Bisabuelo? ?Nada? Si, por ejemplo, con su palma en mi hombro me preguntase
Soy nieto de su ¨²nica hija y dicen que me parezco f¨ªsicamente a ¨¦l. ?Cu¨¢l de los dos escribe esto?
-?T¨² qui¨¦n eres?
?le responder¨ªa
-Su nieto?
?responder¨ªa
-El nieto de su hija Eva?
?me quedar¨ªa callado mirando su cara seria, triste, la cara de las fotos en las que nunca sonre¨ª? Miro el reloj que debe de haber mirado muchas veces, pienso en sus facciones atribuladas y graves. Ni sus brazos conozco: por debajo del comienzo del pecho, la fotograf¨ªa se acaba y ¨¦l no existe. Tal vez ninguno de nosotros existe, pero existe el reloj. Once y dieciocho de la noche y mis dedos en la herradura, en el caballo. ?D¨®nde est¨¢n los suyos? Preguntas y preguntas, la ventana abierta y los ¨¢rboles iluminados por las farolas de la calle. El sosiego de las ramas, el misterio de las ramas, hojas que brillan. Estoy solo aqu¨ª, en esta mesa muy alta, con un banco muy alto, en la que puedo escribir de pie. Me gusta escribir de pie. El nieto al que obligaron a besarlo y conserva de ese episodio una impresi¨®n horrenda es un hombre viejo ahora, a quien se le est¨¢ acabando la salud. Parece que se fuera quedando desierto por dentro, en el interior de sus facciones devastadas. El reloj once y veintis¨¦is, intacto. La esfera de metal dorado se balancea a una leve presi¨®n del me?ique. Flota una especie de angustia en esta cr¨®nica, algo que oprime en el coraz¨®n del coraz¨®n. ?Por cu¨¢l de nosotros? Las hojas brillan m¨¢s en este momento. La estilogr¨¢fica vacila y luego contin¨²a. Las frases se juntan solas, no les hago falta. Tantas cosas que no s¨¦. Me gustar¨ªa haberlo conocido, me gustar¨ªa haber compartido su afecto. Me llamo Ant¨®nio como su yerno, hago libros, hay ocasiones en las que me siento muy abatido. Estoy aprendiendo a disimular. ?Soy capaz? ?No soy capaz? Hoy tenemos la misma edad, se?or. Quien se quede un d¨ªa con el reloj, ?pensar¨¢ en nosotros? ?De qu¨¦ nos servir¨¢ en el caso de que piense en nosotros? A falta de algo mejor, espero que el reloj sea eterno. Es gracioso que me sienta tan conmovido. ?En nombre de qu¨¦? Dos pistolas. S¨®lo dispar¨® la del lado izquierdo. La carta en la que ped¨ªa disculpas por haberse matado estaba manchada con su sangre, la letra se iba volviendo incomprensible, al final puros borrones. ?Suyos? ?M¨ªos? Estoy en Benfica, donde usted se suicid¨®. Otra Benfica. Me duele lo que me resta de la suya en la memoria. Entonces me viene a la cabeza la sonrisa de mi t¨ªa Bia y sonr¨ªo yo tambi¨¦n. Por amor a ella. Y un poco, por extra?o que parezca, por amor a usted. Once y cuarenta y cuatro. Por amor a nosotros. Como la sangre que no qued¨® en la carta sigue en mis venas, seguramente por amor a nosotros.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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