La voz de la oscuridad
Aunque siempre tienen algo de enigm¨¢tico las oscilaciones que hunden y reflotan la reputaci¨®n p¨²blica de las obras literarias no deja de ser sorprendente el actual renombre de un libro como El coraz¨®n de las tinieblas, que en este a?o en que se cumple el centenario de su publicaci¨®n ha sido el motivo central de varias exposiciones en ciudades europeas y americanas. Puede que la filmaci¨®n m¨ªtica, hace dos decenios, de la pel¨ªcula de Coppola Apocalypse Now, basada en la novela de Conrad pese a cambiar de continente y siglo, contribuyera a la difusi¨®n m¨¢s amplia del texto; pero este solo hecho no basta para explicar la singular fascinaci¨®n que los lectores actuales de literatura sienten por este relato duro y sin concesiones. Como ocurre en otros ejemplos art¨ªsticos, tambi¨¦n sometidos al inesperado crep¨²sculo y a la repentina aurora, la conexi¨®n es necesariamente m¨¢s sutil: un hilo invisible parece tensarse entre la ¨¦poca de Conrad y nuestra propia ¨¦poca, entre aquella oscuridad y la nuestra.
No podemos descifrar la naturaleza exacta de este hilo invisible pero quiz¨¢ nos aproximemos a la materia de que est¨¢ compuesto si somos capaces de adentrarnos en el mundo propuesto en El coraz¨®n de las tinieblas sin olvidar que, por lejano que parezca, ese mundo es asimismo el nuestro. Hay mucho de nosotros en el viaje de Marlow, r¨ªo Congo arriba, a la b¨²squeda de Kurtz y tampoco la tiniebla de ¨¦ste nos es en absoluto ajena. Hay una extra?a mezcla de placer y deber moral en esta identificaci¨®n y quiz¨¢ en ello resida la causa ¨²ltima de la seducci¨®n que Conrad ejerce sobre sus lectores.
He le¨ªdo varias veces y en distintos momentos de mi vida esta narraci¨®n, y mi percepci¨®n actual de ella es ac¨²stica. Es una obra extremadamente sensorial, con una continua resonancia a la metamorfosis de los sentidos como la m¨¢s id¨®nea descripci¨®n de los estados de la conciencia, pero no tengo duda de que el o¨ªdo, una determinada profundidad del o¨ªdo, predomina sobre lo dem¨¢s. La tiniebla tiene una m¨²sica especial y una voz esencial.
Conrad, tan confeso deudor de Dante en la estructura de su relato, no sigue en eso a su maestro. Dante dota al infierno con una atm¨®sfera pict¨®rica y, en ocasiones, dada su densidad, escult¨®rica, mientras reserva la m¨²sica para el para¨ªso. Por el contrario en la oscuridad de Conrad la m¨²sica preside la lenta inmersi¨®n del protagonista en el subsuelo del tiempo y de la memoria: una m¨²sica de percusi¨®n, espasm¨®dica, obsesionante, preside la transformaci¨®n a la que es arrastrado Marlow. Su ascenso por el r¨ªo Congo es un descenso en la historia humana, un retorno a los or¨ªgenes primordiales. Con el transcurso del viaje los inquietantes tambores de la selva acaban siendo sus propios latidos. La oscuridad en la que Marlow se aventura tiene un coraz¨®n que habita tambi¨¦n en su pecho.
Es cierto, sin embargo, que la m¨²sica africana no hace sino excitar una subversi¨®n sensitiva que alcanza todo los rincones del relato convirti¨¦ndolo con frecuencia en una fantasmagor¨ªa on¨ªrica en la que, junto a la experiencia de Marlow, parece ponerse a prueba la mirada de Occidente. Tachado por algunos de colonialista y por muchos de anticolonialista, El coraz¨®n de las tinieblas es un libro que, con toda probabilidad, sobrepasa lo que com¨²nmente se acepta mediante estos calificativos. Si pone en jaque a la 'realidad occidental' y apela, en alguna medida, al 'sue?o primigenio' no es ¨²nicamente por un af¨¢n de cr¨ªtica cultural y todav¨ªa menos como una exaltaci¨®n de la bondad salvaje de la naturaleza sino, m¨¢s bien, el modo en que el cirujano se vuelca sobre el cuerpo y hurga en la herida, con delicadeza pero con decisi¨®n.
Mientras se abren las sucesivas pieles de la selva se abren simult¨¢neamente las pieles que cubren la naturaleza moral del hombre, confirm¨¢ndose, de esta manera, la visi¨®n conc¨¦ntrica sobre la que se sostiene El coraz¨®n de las tinieblas: un ascenso por el r¨ªo Congo que es al mismo tiempo un descenso, no al infierno de la civilizaci¨®n -o no ¨²nicamente a ¨¦l- sino al infierno ¨ªntimo, lleno de podredumbre y hedor, lleno de instinto asfixiante y ca¨®tico, del ser humano. Marlow llega a la costa africana para encaminarse luego a la Estaci¨®n Central y, por fin, a la Estaci¨®n Interior como si estuviera renovando el viaje de Dante. Pero sin la compa?¨ªa de Virgilio.
La permanente compa?¨ªa de Marlow es una sombra: Kurtz. Tal vez no hay nada m¨¢s admirable en el relato de Conrad que el mecanismo narrativo que pone en marcha para mostrar la atracci¨®n irrefrenable que Kurtz, el genuino habitante de la tiniebla, ejerce sobre Marlow. El extraviado agente de la compa?¨ªa colonial belga es una presencia que se agiganta implacablemente hasta ocupar todo el escenario. Criatura del rumor y de la sospecha acaba siendo el demonio que, desde su sitial en el horror, acecha el centro mismo de la conciencia. El poder de Kurtz estriba en su pertenencia a la frontera, que le ha otorgado una familiaridad ¨²nica con todos los extremos: monstruo y ¨¢ngel, bestia y dios. Desde el magnetismo de Kurtz la entera liturgia de la oscuridad se ceba sobre Marlow.
Parad¨®jicamente es una presencia que, mientras se agiganta, tambi¨¦n se depura. En el tramo decisivo de la aventura Kurtz es la 'voz de Kurtz': para Marlow nada hay m¨¢s importante que o¨ªr esta voz, escuchar a quien se ha instalado en los muros interiores del horror. La m¨²sica, que se ha hecho sentir a lo largo del r¨ªo, se desnuda al m¨¢ximo en una voz que fue humana pero que ya aparece sea como sobrehumana, sea como inhumana.
Y es esa misma voz la que salva a Marlow. Antes de escucharla est¨¢ atenazado; o¨ªda, la fuga se hace posible y, sobre todo, deseable. Conrad, afortunadamente, no exige al lector una interpretaci¨®n moral. Pero, ?pudo escuchar Marlow all¨¢, en el coraz¨®n de las tinieblas, una voz que no fuera la suya?
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