Qui¨¦n se ha cre¨ªdo usted que es
Si alguien nos interpela y nos interroga en esos t¨¦rminos, sus palabras las tomaremos como un reproche, como una descortes¨ªa intolerable que nos rebaja debilitando nuestra identidad. 'Pero qui¨¦n se ha cre¨ªdo usted que es' resulta ser la pregunta literalmente insolente de alguien que nos pone pegas al juzgarnos soberbios o vanos o fatuos. S¨®lo quien est¨¢ muy conforme consigo mismo puede permanecer indiferente ante una objeci¨®n as¨ª, sin que se resienta el yo firme y seguro que cree poseer. Al fin y al cabo, cuando se nos censura de ese modo, el reparo lo es de un interlocutor que no nos observa tal como nosotros nos contemplamos, alguien que nos desaprueba sin misericordia alguna, sin la piedad que nos merecemos. Desde ni?os nos educan para creer que somos quienes somos, sabedores de nuestra identidad y due?os de nosotros mismos, de nuestra fisonom¨ªa. Afectamos gestos, ademanes, modos y maneras de presentarnos en p¨²blico, justamente porque siempre habr¨¢ quien nos mire y nos escuche prestando atenci¨®n al relato personal. Seriamente preocupados por las apariencias, escrupulosos con el aspecto al que rendimos tributo, vigilamos nuestro yo y la precisa imagen que lo expresa. Sin embargo, la evidencia de la identidad, tan actual, tan propia de los tiempos modernos, ni es obvia ni es universal ni es para siempre.
F¨ªjense en el caso de los monstruos, al menos en algunos de los m¨¢s c¨¦lebres y por los que ahora sentimos tanta simpat¨ªa. De todos ellos, podemos reparar en la triste suerte del hombre-lobo. ?Por qu¨¦ produce instintiva repulsa? ?Porque es malo? Produce rechazo porque es el fruto ins¨®lito de una mordedura o de un apareamiento bestial, porque es un h¨ªbrido antinatural, compuesto informe; pero sobre todo porque su apariencia extra?a, inaudita, parece revelar la perversidad de su alma averiada, sin interlocutor, sin observador. ?A qu¨¦ se deber¨ªa su ferocidad, esa ferocidad que, por ser hombre, es maldad? El lic¨¢ntropo es un humano monstruoso, desamparado, sin identidad definida ni estable, un humano que experimenta una metamorfosis con la luna llena, un ser que da aullidos de soledad provocando dolor gratuito. Es la suya una doble naturaleza, mitad hombre, mitad bestia, y eso, esa aleaci¨®n incongruente, nos repugna, repugna el buen sentido y el orden de la creaci¨®n -que dir¨ªan los cl¨¦rigos-, la sensatez y la estabilidad previsible de las cosas. El g¨¦nero de terror hizo suyo este miedo ancestral al h¨ªbrido, al monstruo, a la metamorfosis, porque ese cambio de naturaleza explicar¨ªa los instintos m¨¢s da?inos, la propensi¨®n a infligir mal que anida en nuestra alma. Pero, al margen del dolor, la simple visi¨®n del h¨ªbrido produce espanto, precisamente porque nos enfrenta a una personalidad maleable, cambiante, a una naturaleza confusa, a un ser indefinible. En el recuerdo del lector est¨¢n, por ejemplo, los monstruos anfibios y reptiles de H. P. Lovecraft, nuestros antepasados fabulosos a¨²n milagrosamente vivos y dispuestos a acabar con el dominio del hombre normal. Son seres de fisonom¨ªa ambigua que tienen conciencia de existir sabiendo, no obstante, que carecen de identidad fija y de semejantes con quienes compartir la palabra, la indecible culminaci¨®n del horror y de la angustia. Una parte fundamental de los miedos humanos son de esta ¨ªndole y algunos de los mejores escritores han sabido explotar dicho malestar.
Esa disoluci¨®n del yo y esa confusi¨®n entre partes incompatibles se viven dolorosamente por los monstruos, y el da?o que los lacera es mayor porque no hay escritura o palabras que suturen o cautericen. Se viven como monstruosos no s¨®lo por su aspecto fiero, tan temible, o por su desali?o indumentario, que pregona lo peor, o por su personalidad troceada. Se sienten como tales por carecer de una escritura propia con la que relatarse a s¨ª mismos o por no contar con alguien amistoso a quien confesarse. Las memorias o la autobiograf¨ªa o la revelaci¨®n ante un interlocutor retienen la identidad varia dando asiento a lo que originariamente es simult¨¢neo e incongruente. La escritura, la voz confesional, es as¨ª una suerte de operaci¨®n ficticia y apaciguadora. Nos repara, da argamasa a lo disperso y fija lo que pudo ser monstruosamente distinto. Son las palabras propias o ajenas aquello con lo que revestimos esa identidad siempre fracturada y dividida que es la nuestra, el orden verbal que nos permite representarnos sellando partes y cachitos del yo.
Durante los d¨ªas veinticinco y veintis¨¦is de octubre, en el Colegio Mayor Rector Peset de Valencia, se celebra un Seminario Hispano-Brit¨¢nico que lleva por t¨ªtulo Representaciones del yo desde el Renacimiento hasta nuestros d¨ªas. Coordinados por la profesora Isabel Burdiel, un nutrido grupo de historiadores discutir¨¢n sobre las formas de constituci¨®n moderna del individuo; debatir¨¢n sobre la manera en que nos representamos como sujetos normales y nos adue?amos de la personalidad. Tratar¨¢n sobre la biograf¨ªa y sobre la autobiograf¨ªa, sobre la memoria entendida como ese repertorio verbal, como ese relato que anuda lo disperso y lo vario que a cada uno nos ocurre. Propondr¨¢n ejemplos, casos de individuos que siendo hijos de su ¨¦poca supieron hacerse distintos e incluso contrarios a las evidencias de su tiempo, enfrentando oposiciones y estigmas. Examinar¨¢n a algunos tipos humanos comunes y a otros un pel¨ªn m¨¢s estrafalarios, extravagantes incluso. Justamente, si nos miramos bien, cada uno de nosotros es en parte extra?o para s¨ª mismo, poseedor de una identidad m¨®vil que precisa palabras para aquietarse, una identidad en cuyo interior se aloja algo oscuro, inefable, de dif¨ªcil traducci¨®n. En el fondo, nadie es due?o de un yo seguro, fijo y firme y los trozos que nos forman, los costurones que no cierran, la herida que sangra, la metamorfosis que nos cambia, son experiencias que alguna vez hemos sentido. Los historiadores ingleses y espa?oles que ahora se re¨²nen no hablar¨¢n de hombres-lobo ni de otros monstruos literarios que tan simp¨¢ticos nos resultan hoy, pero tratar¨¢n de casos vecinos no menos sorprendentes: del sujeto moderno y de sus miedos, de sus sue?os, de sus actos y de sus empresas, de c¨®mo los individuos se reconocen y se distinguen, de c¨®mo se expresan y se relatan, de c¨®mo designan el mundo y a s¨ª mismos con las palabras. Organizado por las Universidades de Valencia, de East Anglia, patrocinado por la British Academy y apoyado por la Subsecretar¨ªa de Promoci¨®n cultural de la Generalitat, este Seminario promete ser una inspecci¨®n reveladora sobre el yo, sobre lo que usted cree ser y sobre lo que los dem¨¢s creen que somos. No se lo pierdan.
Justo Serna es profesor de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Valencia.
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