Freud
Si alguna buena raz¨®n le lleva estos d¨ªas a Barcelona, no se prive de un placer probablemente irrepetible: contemplar en vivo la retrospectiva de Lucian Freud que ofrece CaixaForum. Aunque, bien mirado, la propia exposici¨®n es, en s¨ª misma, una raz¨®n suficiente para coger el Euromed y plantarse en la Ciudad Condal, ya que no siempre tenemos tan a mano una obra de semejante capacidad de sugerencia, sobrecogedora e inquietante por la emoci¨®n que trasmite, que suministra y expande en la sangre del inocente espectador. Y no pod¨ªa ser de otro modo cuando algo nos obliga a admitir que los 125 ¨®leos, grabados y dibujos que se exponen no son simples piezas de arte, sino ventanas abiertas al paisaje oscuro del alma, a las pulsiones secretas, a esas soledades que s¨®lo los grandes genios de la pintura son capaces de profanar.
Encontrar una obra que no es mera representaci¨®n de la vida, sino vida en s¨ª; contemplar un cuadro que no obedece a memoria alguna porque la materia y el hombre adquieren en ¨¦l cualidad de instante, de presente, de tiempo e inquietud en continua palpitaci¨®n; hallar en un lienzo la angustia sin tragedia de nuestra propia existencia a trav¨¦s de esos cuerpos que yacen desnudos, de un simple perro tendido a nuestros pies o del retrato de personajes y de vidas enga?osamente ajenas que tanto se parecen a la nuestra, a la que nadie conoce de nosotros, la que s¨®lo compartimos con esa amante imp¨²dica y lasciva que llamamos soledad; todo eso, digo, es un regalo para la sensibilidad de cualquiera en un tiempo de insensibilidades en alza.
Lucian Freud es, a sus casi ochenta a?os, un artista encerrado en su mundo, un creador obsesivo y ego¨ªsta al que s¨®lo le interesa su territorio personal, sus objetos, sus mujeres, sus amigos..., un genio independiente que pinta como respira sin importarle un carajo los ritmos del arte de su tiempo. Pero, por eso mismo, por ese empe?o en hurgar en la verdad, en transformar la pintura en carne viva, en jug¨¢rsela siempre, nos ha implicado a todos sin salir de su estudio y, tambi¨¦n sin pretenderlo, nos ha reconciliado con el arte y con nuestras propias miserias.
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