Los ojos del buen proletario
Alg¨²n d¨ªa, alguien (quiz¨¢ un grupo de decorosas sesentonas agradecidas) tendr¨¢ que rendir tributo a los guapos hombres con que el cine italiano surgido de la Segunda Guerra Mundial nos alegr¨® la vida. La lista es interminable y abarca todas las modalidades de belleza y encanto masculinos, que son muchos, gracias al cielo, y que van de la gracia t¨ªmida de Roberto Risi a la elegante prestancia de Massimo Giroti; de la simp¨¢tica virilidad de Antonio Cifariello a la gentil caballerosidad de Gabrielle Ferzetti. Por no hablar de Vittorio Gassman y Marcello Mastroianni, sobradamente conocidos para el p¨²blico.
Aquel inmenso plantel de estupendos talentosos que se abr¨ªan paso en el cine a dentelladas (hambre en los plat¨®s y hambre en las plateas: hambruna de posguerra) tuvo en Raf Vallone al representante casi de plantilla del povero ma bello concienciado; bien en su faceta campesina o en su aspecto proletario. Bien tratando de redimir la maltrecha virtud de Silvana Mangano en Arroz amargo (en donde Vallone encarnaba al hombre honesto que toda madre querr¨ªa para su hija y Gassman era el canalla, por supuesto), o bien contando cuatro verdades como cargador de muelle en Panorama desde el puente, la obra de Arthur Miller que Sidney Lumet llev¨® a la pantalla.M¨¢s adelante fue padre burgu¨¦s (en Guendolina), y la verdad es que una nunca estuvo tan a favor del incesto; y tambi¨¦n gal¨¢n con frac para Sara Montiel en La violetera (ella sab¨ªa elegir a sus parejas por entonces). Y en Dos mujeres sus ojos, creo que grises, no desmerec¨ªan en absoluto los de la Loren, macerados en l¨¢grimas. Y en La venganza, su cutis campesino peleaba ventajosamente con las espigas.
Una vez le vi personalmente. Estaba sentado, con su mujer Elena Varzi y unos amigos, en una terraza de la Castellana. Ten¨ªa esa sonrisa bondadosa que hab¨ªa sido su marca de f¨¢brica, y por la que Coppola, seguramente, le contrat¨® para incorporar al breve papa de la tercera parte de El padrino, d¨¢ndole una frase memorable ('Cuando el alma sufre, el cuerpo pide ayuda', le dice a Al Pacino cuando le baja la glucosa). Su mirada, aquella noche en Madrid, era la de un tigre ben¨¦volo y algo cansado, y su voz era de terciopelo. Me qued¨¦ quieta en la silla, mir¨¢ndole. Como una fan de los cincuenta, aquella ¨¦poca en que nos llamaban seguidoras o aficionadas.
Mucho m¨¢s adelante, en un verano marbell¨ª tan est¨²pido como cualquier otro, descubr¨ª que su hija Eleonora ense?aba gimnasia en la piscina de un hotel. As¨ª es la vida.
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