?D¨®nde estamos?
Quiero decir algo, al menos, sobre el sufrimiento que existe hoy en el mundo.
La ideolog¨ªa del consumo, la m¨¢s fuerte e invasiva del planeta, se propone convencernos de que el dolor es un accidente, algo contra lo que uno se puede vacunar. ?sta es la base l¨®gica de su crueldad.
Todos sabemos, sin duda, que no hay vida sin dolor, y todos queremos olvidar este hecho, o relativizarlo. Todas las modalidades del mito de la P¨¦rdida de la Edad de Oro, en la que no exist¨ªa el dolor, no son m¨¢s que una forma de relativizar el dolor que se sufre en la Tierra. Lo mismo que la invenci¨®n de ese reino contiguo, el del sufrimiento como castigo, el Infierno. Y que el descubrimiento del sacrificio. Y despu¨¦s, mucho despu¨¦s, el del perd¨®n, el m¨¢s importante. Se podr¨ªa decir que la filosof¨ªa empez¨® con una pregunta: ?por qu¨¦ hay sufrimiento? Sin embargo, hecha esta salvedad, el sufrimiento que se vive hoy carece, tal vez, de precedentes.
Escribo en la noche, aunque es de d¨ªa. Un d¨ªa de principios de octubre de 2002. El cielo azul ha brillado sobre Par¨ªs durante casi una semana. Cada d¨ªa anochece un poco antes y cada d¨ªa la puesta de sol es incre¨ªblemente hermosa. Tal vez pr¨®ximamente las fuerzas militares estadounidenses lancen un ataque 'preventivo' contra Irak, a fin de que las grandes compa?¨ªas petroleras norteamericanas puedan hacerse con unas reservas de crudo nuevas y supuestamente m¨¢s seguras. Escribo en la noche de la verg¨¹enza.
No me refiero a un sentimiento de culpa individual. Empiezo a entender que la verg¨¹enza es un sentimiento que a la larga corroe toda capacidad de esperanza e impide mirar a lo lejos. Bajamos la vista, nos miramos los pies y pensamos s¨®lo en el paso siguiente.
En todas partes, bajo muy distintas circunstancias, todo el mundo se hace las mismas preguntas: ?d¨®nde estamos? Es una pregunta hist¨®rica, no geogr¨¢fica. ?Qu¨¦ estamos viviendo? ?Ad¨®nde nos llevan? ?Qu¨¦ hemos perdido? ?C¨®mo vamos a seguir adelante sin una visi¨®n del futuro medianamente plausible? ?Por qu¨¦ hemos perdido toda visi¨®n de lo que supera la duraci¨®n de una vida?
Los expertos ricos responden: la globalizaci¨®n. La posmodernidad. La revoluci¨®n en las comunicaciones. El liberalismo econ¨®mico. Estos t¨¦rminos son tautol¨®gicos y evasivos. A la angustiada pregunta de ?d¨®nde estamos?, los expertos apenas murmuran: ?En ning¨²n sitio!
?No ser¨ªa mejor ver y declarar que estamos viviendo el caos m¨¢s tir¨¢nico -por su poder de difusi¨®n- que haya existido nunca? No es f¨¢cil comprender la naturaleza de esa tiran¨ªa porque su estructura de poder (que abarca desde las 200 multinacionales m¨¢s grandes hasta el Pent¨¢gono) es compacta y cerrada, pero difusa; dictatorial, pero an¨®nima; ubicua, pero materialmente ilocalizable. Tiraniza desde un limbo exterior, y no s¨®lo en los t¨¦rminos de las leyes fiscales sino tambi¨¦n de la pol¨ªtica, ya que no se somete m¨¢s que a su propio control. Su objetivo es despojar al mundo entero de sus ra¨ªces. Su estrategia ideol¨®gica -comparada con la cual la de Bin Laden parece un cuento de hadas- es socavar lo que existe hasta que se derrumbe y convertir entonces las ruinas en su particular versi¨®n de lo virtual, un dominio, el virtual, cuya fuente de beneficios -y ¨¦ste parece ser el credo de la tiran¨ªa- ser¨¢ inagotable. Suena est¨²pido. Pero las tiran¨ªas son est¨²pidas; y ¨¦sta est¨¢ destruyendo la vida del planeta en el que opera. A todos los niveles.
Aparte de la ideolog¨ªa, su poder est¨¢ basado en dos amenazas. La primera es la posibilidad de que el Estado con mayor fuerza militar del mundo se nos caiga encima desde el cielo. Se la podr¨ªa denominar Amenaza B 52. La segunda la constituye la deuda, la bancarrota, y de ah¨ª que, teniendo en cuenta c¨®mo se establecen hoy en el mundo las relaciones de producci¨®n, se la pueda llamar Amenaza Cero.
La verg¨¹enza nace cuando uno se ve obligado a protestar, a reclamar lo evidente: que gran parte del sufrimiento actual se podr¨ªa aliviar o suprimir si se tomaran unas medidas realistas y relativamente sencillas (en alg¨²n lugar de nosotros mismos todos reconocemos la obligaci¨®n, pero la obviamos por pura impotencia).
?Se merece nadie ser condenado a una muerte segura s¨®lo por no tener acceso a un tratamiento cuyo coste no llegar¨ªa a dos d¨®lares diarios? Esto se preguntaba el pasado julio la directora de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud. Hablaba de la epidemia de sida en ?frica y otras partes del mundo, la cual se estima que causar¨¢ la muerte de 68 millones de personas en los pr¨®ximos dieciocho a?os. Estoy hablando del dolor de vivir en el mundo hoy.
La mayor parte de los an¨¢lisis y los diagn¨®sticos de lo que est¨¢ sucediendo se hacen, lo que no deja de ser comprensible, en el marco de una disciplina concreta: la econom¨ªa, la pol¨ªtica, la sociolog¨ªa, la salud p¨²blica, la ecolog¨ªa, la defensa, la criminolog¨ªa, la educaci¨®n, etc¨¦tera. En la realidad, en lo que se est¨¢ viviendo de verdad, todos estos campos se unen en un campo ¨²nico. Sucede que las personas sufren en sus vidas las consecuencias de unos males que est¨¢n clasificados en categor¨ªas separadas, y los sufren de forma simult¨¢nea e inseparable.
Un ejemplo de ahora mismo: los kurdos que llegaron recientemente a Cherburgo, corriendo el riesgo de ser repatriados a Turqu¨ªa al haberles denegado el Gobierno franc¨¦s el asilo pol¨ªtico, son pobres, ilegales, indeseables pol¨ªticamente, carecen de un lugar al que ir y no son clientes de nadie, no tienen quien los proteja. Y sufren todo ello al mismo tiempo.
Es necesario tener una visi¨®n interdisciplinar de lo que est¨¢ sucediendo, porque es necesario conectar esos 'campos' que institucionalmente se mantienen separados. Y toda visi¨®n que intente conectarlos ser¨¢ necesariamente pol¨ªtica (en el sentido original de la palabra). La condici¨®n esencial para pensar en t¨¦rminos pol¨ªticos a escala global es ver la unidad del sufrimiento innecesario que existe hoy en el mundo. ?ste es el punto de partida.
Escribo en la noche, pero no s¨®lo veo la tiran¨ªa. Si as¨ª fuera, probablemente me vencer¨ªa el des¨¢nimo y no podr¨ªa continuar. Veo a la gente durmiendo, revolvi¨¦ndose en la cama, levant¨¢ndose a beber, susurrando sus proyectos o sus miedos, haciendo el amor, rezando, cocinando mientras duerme el resto de la familia, en Bagdad, en Chicago. (S¨ª, claro que veo tambi¨¦n a los cuatro mil luchadores kurdos que fueron gaseados -con el benepl¨¢cito de Estados Unidos- por Sadam Husein.) Veo trabajar a los pasteleros de Teher¨¢n, y veo a los pastores de Cerde?a, tenidos por bandoleros, durmiendo junto a sus reba?os. Veo a un hombre en pijama en el Friedrichshain de Berl¨ªn leyendo a Heidegger frente a una botella de cerveza, y tiene manos obreras; veo una patera de inmigrantes ilegales en las costas espa?olas, cerca de C¨¢diz; veo a una madre de Mali, llamada Aya, que significa Nacida en viernes, acunando a su beb¨¦; veo las ruinas de Kabul y a un hombre volviendo a
casa, y s¨¦ que, pese al dolor, el ingenio de los supervivientes no se deja mermar. Es un ingenio que rebusca y recolecta energ¨ªa, y estoy convencido de que la incesante astucia de este ingenio encierra un valor espiritual, algo semejante al Esp¨ªritu Santo. Estoy convencido, aunque no sepa por qu¨¦.
El siguiente paso es rechazar el discurso de la tiran¨ªa. Los t¨¦rminos que utiliza son basura. Democracia, Justicia, Derechos Humanos, Terrorismo son los t¨¦rminos recurrentes en los discursos interminables y repetitivos, en los comunicados, en las conferencias de prensa, en las amenazas. Y cada palabra en ese contexto significa lo opuesto al sentido que tuvo en alg¨²n momento. Se ha traficado con ellas y se han convertido en palabras clave del c¨®digo secreto de las mismas bandas que se las han robado a la humanidad.
La democracia es una propuesta (que raramente llega a hacerse realidad) relativa al proceso de toma de decisiones. Lo que promete es que las decisiones pol¨ªticas habr¨¢n de tomarse tras haber consultado a los gobernados y a la luz de la consulta. Su funcionamiento depende de que los gobernados est¨¦n adecuadamente informados de las cuestiones sometidas a decisi¨®n y de que quienes han de tomarla tengan la capacidad y la voluntad de escuchar y de tener en cuenta lo que han o¨ªdo. No se debe confundir la democracia con la 'libertad' que proponen las opciones binarias, la publicaci¨®n de las encuestas de opini¨®n o el amontonamiento de los ciudadanos en cifras estad¨ªsticas, pues todo ello es precisamente el material empleado para guardar las apariencias.
Hoy las decisiones fundamentales, unas decisiones que son las responsables del sufrimiento innecesario que existe cada vez en mayor grado en el planeta, han sido y son tomadas unilateralmente, sin participaci¨®n o consulta abierta.
?Cu¨¢ntos ciudadanos estadounidenses, por ejemplo, habr¨ªan dicho 'S¨ª' , de haber sido consultados, a la retirada de Bush del Acuerdo de Kioto, en el que se intentaba poner freno a las emisiones de di¨®xido de carbono que causan un efecto invernadero que ya ha empezado a provocar inundaciones desastrosas en muchas partes del planeta y que amenaza con causar a¨²n mayores desastres en los pr¨®ximos veinticinco a?os? Sospecho que una minor¨ªa, pese al poder de los medios de comunicaci¨®n para encauzar la opini¨®n.
Hace poco m¨¢s de un siglo que Dvorak compuso su Sinfon¨ªa del Nuevo Mundo. Cuando la escribi¨®, era director de un conservatorio de m¨²sica de Nueva York, y la propia sinfon¨ªa le llev¨® a componer, ocho meses despu¨¦s y todav¨ªa en Nueva York, su sublime Concierto para Violoncelo. En la Sinfon¨ªa, las colinas que se pierden en el horizonte de su Bohemia natal se convierten en las promesas del Nuevo Mundo. No es grandilocuente, pero s¨ª insistente y ruidosa, pues describe los anhelos de quienes carecen de poder, de aquellos a quienes se denomina err¨®neamente 'pueblo llano', de aquellos a quienes estaba destinada la Constituci¨®n estadounidense de 1787.
Pocas obras de arte que yo conozca expresan de una forma tan directa y, sin embargo, tan brusca (Dvorak era hijo de campesinos, y su padre so?aba con que se hiciera carnicero) las creencias que llevaron a una generaci¨®n tras otra de inmigrantes a convertirse en ciudadanos estadounidenses.
Para Dvorak, la fuerza de esas creencias era inseparable de una ternura caracter¨ªstica, de ese respeto por la vida que se ve por doquiera que se mire en la intimidad de los gobernados (a diferencia de los gobernantes). Y con este mismo esp¨ªritu fue recibida la Sinfon¨ªa cuando se interpret¨® por primera vez el 16 de diciembre de 1893 en el Carnegie Hall.
En una ocasi¨®n le pidieron a Dvor¨¢k su opini¨®n sobre el futuro de la m¨²sica norteamericana, y ¨¦l recomend¨® a los compositores estadounidenses que escucharan la m¨²sica de los indios y los negros. La Sinfon¨ªa del Nuevo Mundo expresa un optimismo sin fronteras, que, parad¨®jicamente, es acogedor, pues gira en torno a la idea del hogar. Una paradoja ut¨®pica.
El poder del pa¨ªs que inspir¨® esas optimistas esperanzas ha ca¨ªdo hoy en las manos de una camarilla de fan¨¢ticos (que quieren limitarlo todo, salvo el poder del dinero), de ignorantes (que s¨®lo reconocen la realidad de su poder armament¨ªstico), de hip¨®critas (que en sus juicios ¨¦ticos utilizan dos medidas, una para nosotros, otra para ellos) y de crueles maquinadores que proyectan los B52. ?C¨®mo ha llegado a suceder esto? ?C¨®mo han llegado a donde han llegado Bush, Murdoch, Cheney, Kristol, Rumsfeld etc¨¦tera... y Arturo Ui? La pregunta es ret¨®rica, pues no tiene una ¨²nica respuesta; y es ociosa, pues por ahora ninguna respuesta podr¨¢ hacer ni la m¨¢s m¨ªnima mella en su poder. Pero el hecho de que uno se la haga as¨ª en la noche revela la enormidad de lo que ha sucedido. Estamos escribiendo sobre el sufrimiento que existe hoy en el mundo.
El mecanismo pol¨ªtico de la nueva tiran¨ªa, aunque para funcionar requiera una tecnolog¨ªa muy sofisticada, es tremendamente simple. Usurpar las palabras Democracia, Libertad, etc¨¦tera. Imponer por doquier, sin tener en cuenta los desastres que pueda provocar, el nuevo caos econ¨®mico con el que se enriquecen unos empobreciendo a otros. Garantizar que todas las fronteras son de direcci¨®n ¨²nica: abiertas a la tiran¨ªa y cerradas a los otros. Y eliminar toda oposici¨®n por el procedimiento de denominarla terrorista.
No, no he olvidado la pareja que se tir¨® unida desde una de las Torres Gemelas, en lugar de quemarse separados.
Existe un objeto que parece un juguete de fabricaci¨®n barata -no llega a los cuatro d¨®lares- y que tambi¨¦n es indiscutiblemente terrorista. Se llama mina antipersona.
Es imposible saber a qui¨¦nes mutilar¨¢n o matar¨¢n estas minas, o cu¨¢ndo lo har¨¢n. Hay m¨¢s de cien millones esparcidas sobre la tierra o escondidas bajo ella. La mayor¨ªa de sus v¨ªctimas han sido y ser¨¢n civiles.
La mina antipersona tiene la funci¨®n de mutilar, m¨¢s que matar. Su objetivo es crear tullidos, y la metralla que contiene -con este objetivo ha sido dise?ada- prolongar¨¢ el tratamiento m¨¦dico de sus v¨ªctimas y lo har¨¢ m¨¢s dif¨ªcil. La mayor¨ªa de los supervivientes tiene que pasar por ocho o nueve operaciones. Ahora mismo, todos los meses mueren o quedan mutilados a causa de estas minas dos mil civiles.
El propio t¨¦rmino antipersona es ling¨¹¨ªsticamente asesino. No s¨®lo incluye a todos los civiles, independientemente de la edad, sino que tambi¨¦n parece referirse a unas acepciones de la palabra que hacen abstracci¨®n de la sangre, los miembros, el dolor, las amputaciones, la intimidad y el amor. As¨ª es como estas dos palabras, unidas a un explosivo, se vuelven terroristas.
La nueva tiran¨ªa, al igual que otras tambi¨¦n recientes, depende en gran medida de la violaci¨®n sistem¨¢tica del lenguaje. Juntos hemos de reclamar las palabras que nos han sido secuestradas y rechazar los nefastos eufemismos de la tiran¨ªa; si no lo hacemos, s¨®lo nos quedar¨¢ la palabra verg¨¹enza.
Pero no es una tarea f¨¢cil, pues la mayor parte del discurso oficial es figurado, asociativo, vago, lleno de insinuaciones. Pocas cosas se dicen claramente. Los estrategas militares y econ¨®micos saben que los medios de comunicaci¨®n juegan un papel crucial, no tanto en vencer a los enemigos actuales como en excluir y prevenir el amotinamiento, la protesta o la deserci¨®n. La manipulaci¨®n de los medios de comunicaci¨®n por parte de cualquier tiran¨ªa es un ¨ªndice de su miedo. La actual vive atemorizada por la desesperaci¨®n del mundo. Un temor tan profundo que el adjetivo desesperado -salvo cuando significa peligroso- no se utiliza apenas.
Sin dinero todas las necesidades cotidianas se convierten en un sufrimiento.
Quienes nos han hurtado el poder -y no todos ellos est¨¢n en el Gobierno, de modo que cuentan con la continuidad de ese poder m¨¢s all¨¢ de las elecciones presidenciales- nos quieren hacen creer que est¨¢n salvando al mundo y ofreciendo a su poblaci¨®n la posibilidad de convertirse en sus clientes y quedar bajo su protecci¨®n. El consumidor es sagrado. Lo que no a?aden es que los consumidores s¨®lo importan porque generan beneficios, que es lo ¨²nico que es verdaderamente sagrado. Y en este juego de manos se encuentra el quid de la cuesti¨®n.
La afirmaci¨®n de que est¨¢n salvando al mundo enmascara su perfecto conocimiento de que grandes zonas del mundo -la mayor parte del continente africano y una parte considerable de Suram¨¦rica- son irredimibles. En realidad, cualquier rinc¨®n del planeta que no pueda integrarse en su centro es irredimible. ?sta es la conclusi¨®n inevitable del dogma de que la ¨²nica salvaci¨®n es el dinero y de que el ¨²nico futuro global es aquel en el que ponen sus prioridades, unas prioridades que, por m¨¢s que quieran adornarlas con falsos nombres, no son ni m¨¢s ni menos que sus beneficios.
Quienes tienen unas visiones del mundo que no coinciden con ¨¦sta o unas esperanzas distintas, junto con quienes no pueden comprar y quienes sobreviven d¨ªa a d¨ªa (aproximadamente unos 800 millones) son anticuadas reliquias de otra era, o, cuando resisten, ya sea pac¨ªficamente o haciendo uso de las armas, terroristas. Son temidos como si anunciaran la muerte, como si fueran portadores de la enfermedad y la insurrecci¨®n.
Cuando hayan sido 'reducidos' (una de sus palabras clave), el mundo estar¨¢ unido, asume, en su ingenuidad, la tiran¨ªa. Necesita la fantas¨ªa de un final feliz. Una fantas¨ªa que, en realidad, ser¨¢ su perdici¨®n.
Toda forma de protesta contra esta tiran¨ªa es comprensible. El di¨¢logo es imposible. Para poder vivir y morir como es debido, hemos de llamar a las cosas como es debido. Reclamemos las palabras que nos han robado.
Esto ha sido escrito en la noche. En la guerra, la oscuridad no est¨¢ del lado de nadie; en el amor, la oscuridad nos confirma que estamos juntos.
John Berger es escritor y cr¨ªtico de arte brit¨¢nico residente en Francia; autor, entre otros libros, de las novelas King y Hacia la boda, y de los ensayos El sentido de la vista y Modos de ver. Traducci¨®n de Pilar V¨¢zquez.
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