El precio de la amistad
Dicen que la amistad no tiene precio, pero para Enrique la que mantuvo conmigo, durante tantos a?os, tuvo un alt¨ªsimo coste en sufrimiento humano, en persecuci¨®n insidiosa. S¨¦ que en su fuero interno se hac¨ªa verdad el dicho machadiano de 'todo necio confunde valor y precio' y que disfrutaba, como yo lo hac¨ªa, el enorme valor que me a?ad¨ªa su afecto.
Era solidario con multitud de causas y, sobre todo, con seres humanos que sufr¨ªan por sus convicciones, sus condiciones sociales o cualquier otro motivo.
Era amigo de los amigos, con una lealtad sin fisuras, m¨¢s all¨¢ de convencionalismos.
Era espont¨¢neo y alegre, de los que caen bien a primera vista. Vitalista y exuberante en su expresi¨®n y en su comportamiento, como un buen vasco universal.
Era mi amigo y pag¨® exagerada e injustamente por esa amistad, incluso despu¨¦s de su muerte. No es el ¨²nico caso en esta Espa?a nuestra que carga los dados en la interpretaci¨®n de la historia, para que siempre caigan del lado de los m¨¢s cainitas.
Lo conoc¨ª hace unas tres d¨¦cadas. Joven y exitoso, en mayor medida que nunca lo lleg¨® a ser m¨¢s tarde, cuando empez¨® a pesar en su trayectoria la relaci¨®n conmigo. Desde entonces no he conocido a ninguno de sus acerbos cr¨ªticos que le llegara a la altura del zapato en cualquiera de las cualidades humanas que pose¨ªa. Todas las venganzas contra Enrique eran disparos dirigidos a m¨ª, que, sin embargo, impactaban en su gran coraz¨®n.
Nunca me pidi¨® nada. Menos a¨²n cuando llegu¨¦ al Gobierno del que se mantuvo discretamente a distancia. No fue de 'los compa?eros de pupitre', ni de los 'amigos aparentes' que esperaban la ocasi¨®n para apoderarse del patrimonio p¨²blico, del trato de favor del poder establecido.
En las ¨¦pocas dif¨ªciles, que inclu¨ªan aquel Primero de Mayo sin Franco, se lanz¨® en ayuda de los detenidos, atendi¨¦ndolos durante su arresto y a su salida. Nada le parec¨ªa dif¨ªcil en las postrimer¨ªas del franquismo, desde la fundaci¨®n de Cambio 16 como semanario que marcar¨ªa una ¨¦poca, hasta la disponibilidad de sus espacios propios para reuniones arriesgadas.
Acud¨ªa el primero en situaciones de riesgo, como en los momentos del golpe de 1981, ofreciendo su casa para los m¨ªos, sus medios de transporte y todo lo que hiciera falta.
?Y nunca pidi¨® nada para ¨¦l! ?Nunca se quej¨® conmigo de la persecuci¨®n de que ha sido objeto constante! Por el contrario, cuando lo ve¨ªa y trataba de averiguar c¨®mo estaban sus cosas, desviaba la conversaci¨®n hacia asuntos que me concern¨ªan, hacia temas generales, como si ninguno de sus problemas le pesaran.
Al final, enfermo y agotado, segu¨ªa haciendo bromas, restando importancia a su padecer, interes¨¢ndose por los dem¨¢s.
Tal vez por eso, dentro y fuera de nuestras fronteras, no me encontr¨¦ con nadie que lo hubiera conocido de verdad que no fuera amistoso con ¨¦l, amable en sus juicios. Lo maltrataban los que no lo conoc¨ªan, los mercenarios de la pluma y la tertulia, los siervos de los intereses bastardos.
Embargado por la emoci¨®n de su p¨¦rdida, podr¨ªa escribir mil p¨¢ginas de las historias vividas con Enrique, pero s¨®lo acierto a decirle: gracias por tu amistad generosa, por tu afecto sin retorno. De esa materia est¨¢ hecha la buena gente.
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