Glenn Gould y la 'm¨²sica del no'
Aparece un ¨¢lbum con las dos versiones de las Variaciones Goldberg y una entrevista con Tim Page para conmemorar los 70 a?os del nacimiento del pianista.
Si Bartleby, el escribiente de Melville, encarna la 'literatura del no', seg¨²n ha demostrado Enrique Vila-Matas, Glenn Gould, de quien se celebran ahora los 70 a?os del nacimiento, es la prueba m¨¢s fet¨¦n de que tambi¨¦n existe una 'm¨²sica del no'. Sony acaba de lanzar un digipack con las dos versiones que el pianista grab¨® de las Variaciones Goldberg, en 1955 y 1981, m¨¢s un tercer compacto con una entrevista radiof¨®nica, de casi una hora de duraci¨®n, realizada en agosto de 1982 -cuando todav¨ªa no hab¨ªa salido a los comercios el segundo registro- por el periodista y cr¨ªtico Tim Page (de quien acaba de publicarse adem¨¢s el libro Glenn Gould. A life in pictures). Esa segunda versi¨®n de las Goldberg apareci¨® el 25 de septiembre, coincidiendo con el 50? aniversario del pianista. Dos d¨ªas m¨¢s tarde, Gould entraba en coma. Falleci¨® el 4 de octubre, en el Hospital General de Toronto.
Gould hall¨® en la fuga la forma de su vida. Huy¨® siempre: de las ciudades, de la gente, de su propio sonido
Fue un disco premonitorio que anunciaba por todas partes la disoluci¨®n. En la portada aparec¨ªa un Gould exhausto, hundido: el semblante grave, la mirada vac¨ªa fija en la c¨¢mara. Mayor inquietud produc¨ªa todav¨ªa la contraportada: la humilde silla de madera, de apenas 35 cent¨ªmetros de altura, que Gould utilizaba desde su primera grabaci¨®n, aparec¨ªa sin asiento, rota y sola ante la enorme fauce abierta del gran cola. Del int¨¦rprete no queda rastro. Hubiera sido coherente que ese registro hubiera puesto el punto final a su carrera, pero no fue as¨ª: entre febrero y abril de ese a?o hab¨ªa grabado unas rapsodias y baladas de Brahms que aparecieron p¨®stumamente. En cualquier caso, Gould hab¨ªa anunciado en 1979 que cuando cumpliera los cincuenta a?os dejar¨ªa definitivamente el piano. Lo hizo por causa de fuerza mayor. Igual que, 18 a?os antes, hab¨ªa anunciado que dejaba definitivamente las salas de conciertos. Su ¨²ltimo recital tuvo lugar en Chicago, el 28 de marzo de 1964, domingo de Pascua. Contaba apenas 32 a?os, se hallaba en la cima del ¨¦xito. Sus cr¨ªticos pensaron que el abandono ser¨ªa transitorio, mera estrategia para venderse mejor al regreso. Se equivocaron.
Gould hall¨® en la fuga la forma de su vida. Huy¨® siempre: de las ciudades, de las multitudes, del contacto con las personas. Sus viajes en coche hacia el Gran Norte de Canad¨¢ en busca del vac¨ªo, sus reclusiones voluntarias, en casa o en el estudio de grabaci¨®n, sus interminables conversaciones telef¨®nicas de madrugada -a Jonathan Cott, uno de sus mejores estudiosos, nunca le vio personalmente- hablan de una dedicaci¨®n absoluta a la ausencia, la negaci¨®n, el ocultamiento. Tambi¨¦n su m¨²sica sigui¨® ese mandato: no amaba la sinfon¨ªa y la sonata, formas que le parec¨ªan demasiado discursivas. No digamos ya la ¨®pera. En la inmaterialidad de la fuga, esencia de la escritura contrapunt¨ªstica, hall¨® esa 'm¨²sica del no' que le permiti¨® ascender a la pura contemplaci¨®n especulativa. 'Permaneced solos', hab¨ªa sido su escueta recomendaci¨®n a los disc¨ªpulos del Conservatorio de Toronto, poco despu¨¦s de aquel concierto de Chicago.
En realidad, Gould fue pianista porque no pudo dejar de serlo. En la entrevista con Page habla en un momento determinado de las interpretaciones de Bach al clavic¨¦mbalo y al ¨®rgano. No concede al medio de expresi¨®n la m¨¢s m¨ªnima importancia. A ¨¦l le interesa la idea de la obra, el concepto, la construcci¨®n, no su materilidad sonora, que en cualquier caso ser¨¢ una traici¨®n. Gould hubiera sin duda preferido comunicarse por telepat¨ªa, sin teclado de por medio. Del piano le interesaba el tacto, mucho m¨¢s que el sonido: para las Goldberg de 1955 utiliz¨® un Stenway CD 318; para las de 1981, un Yamaha que hab¨ªa adquirido un a?o antes en Nueva York. Hay en esa evoluci¨®n instrumental otra de las muchas fugas de Gould: un compromiso obsesivo por 'despianistizar' el instrumento, alejarlo definitivamente de toda tentaci¨®n de matiz. No pretende dar con un sonido 'bello', sino con el m¨¢s neutro posible, de modo que la estructura de la obra llegue al o¨ªdo con las m¨ªnimas intermediaciones. Esconderse tras la obra, desaparecer tras el sonido. ?sa fue su vocaci¨®n, por ella abandon¨® el concierto en directo. Paradojas de la vida: si hay un pianista al que se reconoce desde el primer comp¨¢s, ¨¦se es sin duda Glenn Gould. Su desconfianza hacia lo subjetivo -encarnado en el legato, al que contrapuso con tenacidad un supuestamente as¨¦ptico staccato- acab¨® por llevarle a un estilo propio e intransferible. Nadie como ¨¦l ha interpretado la 'm¨²sica del no'.
La misteriosa apoyatura omitida
LA PRIMERA versi¨®n de las Goldberg dura 38 minutos y 26 segundos. La segunda, 51 minutos y 14 segundos, casi 13 minutos m¨¢s. Se podr¨ªa suponer que ah¨ª Gould rompi¨® la gran sustracci¨®n que constituy¨® el objeto de su arte. De ning¨²n modo. La gran lecci¨®n que nos leg¨® es que cuando en m¨²sica se eliminan accidentes, el tiempo se dilata como un oc¨¦ano. Cierto, el aria de la que brotan las 30 variaciones dura casi un tercio m¨¢s en la segunda versi¨®n que en la primera. Pero no es s¨®lo una cuesti¨®n de ralentizaci¨®n. Es que ahora cada nota pesa por ella misma, no se distinguen las de paso de las reales, todas ocupan el mismo plano. Adem¨¢s, en los c¨¢nones, Gould repite sistem¨¢ticamente la primera secci¨®n, cosa que no hac¨ªa en la primera versi¨®n. No hay muchas diferencias m¨¢s en los tempi: es pura apertura de espacios m¨¢s que un asunto de velocidad. El vac¨ªo, en consecuencia, es en la segunda versi¨®n mucho mayor: tiende al infinito. Una curiosidad, de nuevo en l¨ªnea de 'la m¨²sica del no'. En la versi¨®n de 1981, el aria da capo, la repetici¨®n del tema incial tras el dilatado par¨¦ntesis de las 30 variaciones, ha perdido la pen¨²ltima nota de retardo, el fa sostenido que perezosamente resuelve en la t¨®nica, sol. Hasta ese momento, Gould no hab¨ªa olvidado ning¨²n mordiente, ning¨²n trino, ninguna apoyatura. Es m¨¢s, los hab¨ªa tratado no como extra?os a la melod¨ªa, sino como parte integrante de ella. A¨²n m¨¢s: les hab¨ªa concedido valor de contrapunto. Las conversaciones cruzadas en un mismo plano sonoro constituyeron otra de las grandes obsesiones del artista, incluso fuera de la interpretaci¨®n musical, como bien demuestra su docudrama radiof¨®nico La idea del Norte, un collage de voces hermanadas por la com¨²n experiencia del viaje. ?Por qu¨¦ ah¨ª, justamente al final de las Goldberg, Gould prescindi¨® de esa apoyatura? Se dir¨ªa una despedida: el convencimiento sobrecogedor de que el final no admite dilaciones.
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