El largo adi¨®s
Poco margen existe ya para la duda acerca de uno de los rasgos m¨¢s caracter¨ªsticos de la gesti¨®n pol¨ªtica de Aznar, ahora que se empieza a entrever su despedida: la rancia y profunda ra¨ªz nacionalista que ha inspirado su acci¨®n de Gobierno y, en general, su paso por la vida p¨²blica espa?ola. Pese a la benevolencia con la que la opini¨®n p¨²blica ha acogido durante estos a?os sus diatribas juveniles contra la Constituci¨®n -en la que entonces adivinaba los mismos riesgos para la desarticulaci¨®n territorial del pa¨ªs que hoy, convencido de ser el ¨²nico garante del texto que antes denigr¨®, cree advertir en la posici¨®n de sus adversarios pol¨ªticos-, Aznar no ha rectificado una pulgada la estrecha visi¨®n de Espa?a y de los espa?oles que adopt¨® en sus a?os de formaci¨®n. Sencillamente, la ha disfrazado, o mejor, ha tratado de disfrazarla recurriendo a expedientes como el de identificar sus propias opciones pol¨ªticas con imperativos morales -seg¨²n sucedi¨® en su d¨ªa con la regeneraci¨®n democr¨¢tica o, ahora, con la pol¨ªtica hacia el problema vasco-, o exhibiendo su disposici¨®n a repartir prebendas inmediatas entre pol¨ªticos o intelectuales que deserten del error y, en definitiva, del campo enemigo.
Quiz¨¢ el esperp¨¦ntico episodio del reciente homenaje a la bandera haya servido a muchos ciudadanos para reconocer, por fin, los sempiternos fantasmas escondidos tras las proclamas de "liberalismo", de "centro reformista" o de aut¨¦ntica voluntad modernizadora frente al "progresismo trasnochado" con las que Aznar y sus propagandistas han pretendido aturdir el sentido cr¨ªtico en Espa?a. La extempor¨¢nea marcialidad del ministro de Defensa dando ¨®rdenes a un corneta castrense que apenas se hac¨ªa o¨ªr entre la barah¨²nda indiferente del tr¨¢fico de Madrid; la c¨¢ndida ingenuidad del alcalde Manzano explicando el origen de la idea del homenaje -puesto que la bandera debe pasar por la tintorer¨ªa el primer mi¨¦rcoles de cada mes, qu¨¦ mejor que cumplir el tr¨¢mite con la mayor prosopopeya- y, en general, todo el clima de enso?aci¨®n quijotesca que envolvi¨® el espect¨¢culo podr¨ªa inducir a la consideraci¨®n de que, de acuerdo, el nacionalismo de Aznar existe, pero es tan inofensivo como la estampa bufa de caballero andante y escudero escenificada en la plaza de Col¨®n.
Nada m¨¢s lejos de la realidad.
Desde su irrupci¨®n en la pol¨ªtica estatal a principios de los noventa, el actual presidente del Gobierno ha ido ajustando su gesti¨®n a unas pautas en las que, bajo una superficial ret¨®rica de frescura y aires nuevos, es f¨¢cil advertir el comportamiento y las obsesiones del pensamiento reaccionario espa?ol, con todas sus connotaciones nacionalistas. En este sentido, y a m¨¢s de una d¨¦cada desde la fecha de su generalizaci¨®n y apogeo, quiz¨¢ haya llegado el momento de ajustar cuentas con la actitud ideol¨®gica que se ocultaba tras el t¨¦rmino infamante de "felipista", cuya sombra se proyect¨® durante a?os sobre las cabezas de quienes sent¨ªan alguna afinidad con el antiguo l¨ªder de la izquierda y, sobre todo, de quienes discrepaban desde cualquier posici¨®n de los an¨¢lisis y las consecuentes terapias pol¨ªticas de un Aznar emergente. Ajustar cuentas no en el sentido de revisar los juicios acerca de los logros y los fracasos, incluso de las zonas de sombra, de un presidente llamado Felipe Gonz¨¢lez -algo que, en principio, le incumbir¨ªa primero a ¨¦l, luego a su propio partido y, en ¨²ltimo extremo, a los historiadores-, sino en el de subrayar el estrecho parentesco de esa expresi¨®n con otras como las de "converso", "rojo" o "afrancesado". En ellas cristalizar¨ªa durante ¨¦pocas pasadas la misma exigencia que, durante la nuestra, ha llevado impl¨ªcita la amenaza de ser tachado de "felipista": la de que no se pueda ser espa?ol cabal, y a veces ni siquiera espa?ol, m¨¢s que a la exclusiva manera de quienes ejercen el poder.
Por fortuna, el empleo del t¨¦rmino "felipista" parece estar hoy en declive; sin embargo, la actitud ideol¨®gica desde la que se acu?¨® se ha mantenido intacta. Basta as¨ª que se aproxime la fecha de una cita electoral, y m¨¢s si los sondeos sugieren que el partido del Gobierno no tiene consolidada su hegemon¨ªa, para que, en lugar de encarnar la regeneraci¨®n, los dirigentes conservadores se presenten de pronto como los ¨²nicos garantes de la unidad de Espa?a. Una vez m¨¢s, los populares se esfuerzan en convertir la discrepancia en anatema, de modo que los ciudadanos crean que fuera de la concepci¨®n de Aznar, de su simple voluntad de mantener al pa¨ªs en manos de los suyos, no existe otro espacio pol¨ªtico que el de un nacionalismo perif¨¦rico en turbia relaci¨®n con los c¨®mplices de los terroristas y, en ¨²ltimo extremo, con los terroristas mismos. Quienes antes vieron cernirse sobre de ellos la acusaci¨®n de "felipistas" deber¨¢n enfrentarse ahora, si disienten, a la de tibios o cobardes, y ello en espera de que alg¨²n ingenio castizo encuentre una denominaci¨®n m¨¢s punzante y original, capaz de figurar sin desdoro en el lugar al que pertenecen tantas gracietas de apariencia intrascendente empleadas durante estos a?os: el de la ya larga saga de insultos para designar a la anti-Espa?a.
Si las pautas de la gesti¨®n de Aznar se hubieran detenido en este punto, esto es, si su acci¨®n pol¨ªtica no hubiera ido m¨¢s all¨¢ del intento de arrojar a las tinieblas exteriores a cualquiera que ponga objeci¨®n a sus decisiones, tal vez estar¨ªamos ante algo que la democracia espa?ola no hab¨ªa tenido hasta su llegada al poder y de lo que hoy anda sobrada: un dirigente sectario. Pero lo que ti?e su acci¨®n de esa variante del sectarismo que es el ardor nacionalista, tan arrebatado como el de sus m¨¢s conspicuos enemigos, es el hecho de que, adem¨¢s, haya puesto un particular empe?o en alentar desde las instancias de Gobierno medidas de m¨¢s alcance que el simple desprestigio del disidente. En particular, las definiciones y redefiniciones de Espa?a y su pasado, hechas a la medida de las necesidades actuales. De la "historia normal" auspiciada por historiadores de los que se puede disentir, pero no poner en duda ni su honestidad ni su rigor, se ha pasado en poco tiempo a una "historia sin complejos", que no es en el fondo m¨¢s que una repetici¨®n del viejo relato con el que, seg¨²n Aza?a, se educaba a los espa?oles contra s¨ª mismos. Vuelven a aparecer as¨ª trabajos que, seg¨²n se hace constar en sus t¨ªtulos, dan cuenta de Espa?a en el periodo que media, como si tal cosa, entre los habitantes de Altamira y Juan Carlos I, o entre Atapuerca y la adopci¨®n del euro. Adem¨¢s, se anima a la canonizaci¨®n de Isabel la Cat¨®lica, una de las m¨¢s insignes representantes de la "santa intransigencia", o se presenta a Felipe II como un humanista que amaba tiernamente a sus hijas, aunque sembrara la Europa de su tiempo de muerte y destrucci¨®n.
Esta recuperaci¨®n de los mitos de la historiograf¨ªa nacionalista, llevada a cabo con el est¨ªmulo y el benepl¨¢cito del poder, ha corrido pareja a otra de las pr¨¢cticas habituales del pensamiento reaccionario espa?ol, como es la de apropiarse del nombre de ilustres disidentes mediante el simple recurso de forzar y malinterpre-
tar su obra. Aza?a, por supuesto, constituye el ejemplo paradigm¨¢tico. Los cuadernos de su diario ¨ªntimo robados en Ginebra durante la Guerra Civil aparecen en manos del primer Gobierno del Partido Popular, entregados por uno de los miembros de la familia Franco, que siempre neg¨® tener en su poder esos documentos. Sobrese¨ªda esta mentira bajo la que se ampar¨® la infamia que a¨²n pesa sobre la figura del presidente de la Segunda Rep¨²blica, resulta que el expolio de sus ideas y de su trayectoria ejemplar no ha terminado: Aznar asegura que Aza?a constituye una de sus fuentes de inspiraci¨®n, uno de sus referentes pol¨ªticos. ?Aza?a? ?Pero qu¨¦ paralelismo se puede encontrar entre quien, con un pie en el exilio, se dirigi¨® "a los que est¨¢is al otro lado de la trinchera", record¨¢ndoles que "tambi¨¦n soy vuestro presidente", y quien no recibe al jefe de la oposici¨®n, ni a los representantes auton¨®micos, ni a los l¨ªderes de los dem¨¢s partidos, a algunos de los cuales llama nazis, algo que Aza?a no hizo pese a que en su caso s¨ª hab¨ªa admiradores confesos del ideario hitleriano entre los oficiales que se levantaron contra la Rep¨²blica? Y junto a la apropiaci¨®n del nombre de Aza?a, se asiste en estos d¨ªas a la de Luis Cernuda, algunos de cuyos versos exaltando la fidelidad a la propia condici¨®n -en su caso, la de exiliado y homosexual-, Aznar los emplea hoy para homenajear a la Espa?a castiza que ¨¦l propugna, y de la que el poeta abominaba. ?O los emplea quiz¨¢ para autoexaltarse, ahora que se le empiezan a pedir cuentas de su gesti¨®n?
La rancia y profunda ra¨ªz nacionalista desde la que se empez¨® a gobernar Espa?a en 1996 ha tenido, por ¨²ltimo, un indiscutible reflejo en la posici¨®n exterior de nuestro pa¨ªs. Junto al enrocamiento en un europe¨ªsmo mezquino, incapaz de contemplar el futuro de la Uni¨®n en t¨¦rminos que no sean los de las p¨¦rdidas y ganancias inmediatas, la diplomacia bilateral de Aznar no ha tenido otra fuente de inspiraci¨®n que el esp¨ªritu de campanario. As¨ª, ante dramas como los que padecen los territorios palestinos ocupados o la rep¨²blica de Chechenia, Aznar ha sido incapaz de comprender que una de las principales razones por las que la causa de la democracia espa?ola es superior a la de los asesinos etarras reside, precisamente, en que no act¨²a frente al terror como lo hacen Ariel Sharon o Vlad¨ªmir Putin, con quienes el presidente del Gobierno espa?ol se siente, sin embargo, solidario. De igual manera, la cortedad de miras de su horizonte internacional no le permite comprender que su inmediato alineamiento con Bush contra Irak, gratuito por lo extempor¨¢neo, tiene efectos m¨¢s all¨¢ de la relaci¨®n con Estados Unidos. En concreto, sobre otros socios europeos y sobre los pa¨ªses ¨¢rabes y musulmanes; unos pa¨ªses que, por lo dem¨¢s, han pasado de confiar en Espa?a como anfitriona de la Conferencia de Madrid o de la de Cooperaci¨®n y Seguridad en el Mediterr¨¢neo, celebrada en Barcelona, a considerarla en la vanguardia del belicismo contempor¨¢neo, con el episodio de Perejil en un extremo y las amenazas contra Bagdad en el otro.
En el largo adi¨®s de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar que ha comenzado, y entre cuyos actos se acaba de incluir el lanzamiento de una fundaci¨®n para "pensar Espa?a" desde los mismos presupuestos nacionalistas bajo los que lleva varios a?os gobernada, no faltar¨¢n las voces que alaben algo as¨ª como la formidable dimensi¨®n de su figura hist¨®rica. La realidad es exactamente la contraria: Aznar no pasa de ser uno de los varios figurantes en el drama que la fatalidad parece haber reservado a nuestra ¨¦poca, poniendo el destino del mundo en manos de gobernantes cuya ambici¨®n excede con mucho sus capacidades y competencia.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es diplom¨¢tico.
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