El hachero

En los ochenta, Paul Weller era el Petronio de la m¨²sica brit¨¢nica. Un l¨ªder, y no s¨®lo en el sentido indumentario: bastaba que se fotografiara con una copia de 1984 para que se dispararan las ventas de George Orwell. Inevitablemente, su reputaci¨®n se deterior¨® (demasiadas impostaciones negroides, ciertos aires mesi¨¢nicos) y lleg¨® a sufrir la indignidad de estar sin contrato, tras grabar un disco que su compa?¨ªa se neg¨® a editar.

No sufran: en los noventa, Weller ha sabido recuperarse comercial y est¨¦ticamente. De hecho, su carrera es un paradigma del madurar con gracia y fibra muscular. El chico que, al frente de The Jam, quer¨ªa ser el nuevo Pete Townshend, descubri¨® que pod¨ªa reencarnarse en Steve Winwood. De hecho, comprob¨® que tambi¨¦n le encantaba transformarse en Neil Young. Las referencias son lo de menos: esencialmente, Weller prescinde de camisas de fuerza y hace lo que le viene natural, consciente de ser un eslab¨®n en una rica tradici¨®n, la que equilibra abandono rock con artesan¨ªa pop.

?Y qu¨¦ entusiasmo! Hubo un tiempo en que los guitarristas de rock llamaban "axe" (hacha) a su instrumento; Weller ejerce feliz de hachero, atravesando la m¨²sica con feroz abandono y transmitiendo su fiebre a un grupo joven, con miembros de Ocean Colour Scene.

Ante un p¨²blico multigeneracional, Weller imparte una lecci¨®n de como fundir referencias en una expresi¨®n personal. Se emociona y emociona, tanto en los momentos salvajes como en los tramos ac¨²sticos. Cambiando de guitarra en cada canci¨®n, agarrando la pandereta en cuanto hay hueco, se embriaga sobre el escenario. Y la confianza de reservar las cl¨¢sicas -That's entertainment, A town called Malice- para el final: magistral.