Se?ores, el petr¨®leo flota

Como el aceite, el petr¨®leo flota, al ser menos denso que el agua. Aunque a bajas temperaturas pueda solidificar, seguir¨¢ flotando. A grandes profundidades, por la presi¨®n existente, el riesgo de ruptura de los tanques y de p¨¦rdida de su contenido es mucho mayor que cerca de la superficie, por lo que llevarse un petrolero a que se hunda en alta mar constituye a mi juicio una grave irresponsabilidad.

Por otra parte, el petr¨®leo derramado en alta mar, al ser arrastrado de forma aleatoria a la costa por los vientos y las corrientes, contaminar¨¢ un ¨¢rea mucho m¨¢s extensa. Si, por el contrario, se hubiera procedido a remolcar al Prestige hasta embarrancarlo en una playa de f¨¢cil acceso, para despu¨¦s bombear la totalidad o buena parte del fuel a embarcaciones m¨¢s peque?as, se habr¨ªan minimizado sin duda los da?os.

Adem¨¢s, probablemente se habr¨ªa salvado el barco o sus restos. En el peor de los escenarios, siempre ser¨ªa mejor tener

70.000 toneladas vertidas en un kil¨®metro que repartidas a lo largo de cientos de kil¨®metros de costa.

?Por qu¨¦ no se ha hecho? Creo que esencialmente por razones pol¨ªticas, pues se ha deseado evitar la imagen de un barco embarrancado frente a la costa que, unida a la l¨®gica protesta local, no resulta nada rentable. Se ha preferido alejar el peligro varios cientos de kil¨®metros, como ocultando la basura bajo la alfombra, ya que "ojos que no ven, coraz¨®n que no siente". Lo mismo ocurre cuando se usan detergentes para disolver vertidos contaminantes, como si al diluirlos en la infinidad del oc¨¦ano los productos dejaran de existir. En el caso del Prestige ya est¨¢, nos lo hemos llevado, ya no hay barco feo y roto a la vista. Adem¨¢s, f¨ªjate qu¨¦ pena, se ha hundido, por lo que no hay nada que hacer, se lo trag¨® la mar a 3.000 metros de profundidad.

Tambi¨¦n resulta irritante el empleo sistem¨¢tico de argumentos supuestamente tranquilizadores de la opini¨®n p¨²blica, minimizando los riesgos o declarando que todo est¨¢ bajo control, antes de saber siquiera lo que ha ocurrido. Si se trata de temas cient¨ªficos, las barbaridades que se escuchan llegan a causar verg¨¹enza ajena. Desde los tiempos de la colza -"es un bichito insignificante que si se cae se mata", dec¨ªa el ministro de turno por televisi¨®n- hemos asistido asombrados a numerosos ejemplos. Lo habitual es que los ciudadanos, al escuchar cosas as¨ª, en lugar de tranquilizarse se pongan a temblar.

Muchos pol¨ªticos no acaban de darse cuenta de que lo ¨²nico que tranquiliza al ciudadano es la pura verdad, detallada y completa, a veces desagradable, pero una verdad que permita a cada cual calibrar la situaci¨®n y actuar en consecuencia. Ni alarmismo ni frivolidad.

Por ¨²ltimo, ante las cat¨¢strofes, los espa?oles tenemos siempre una permanente sensaci¨®n de improvisaci¨®n que rezuma por todas partes: declaraciones contradictorias o precipitadas, barbaridades cient¨ªficas, decisiones equivocadas, falta de previsi¨®n y de coordinaci¨®n, voluntarismo emocional y solidario, pero poco profesional, protagonismo de quienes no pintan nada o responsables de alto nivel que s¨ª deber¨ªan pintar y que se esfuman misteriosamente.