La po¨¦tica de la fatalidad
Ya hab¨ªa dejado de escribir Juan Rulfo cuando yo lo conoc¨ª, al menos no hab¨ªa vuelto a hacerlo en funciones de narrador, si se excluye alguna que otra espor¨¢dica actividad como autor de textos para el cine. Un d¨ªa de 1978 fui a visitarlo al Instituto Nacional Indigenista, aquel hombre introvertido y como desinteresado, conversador dificultoso y bebedor sin tapujos, algo ap¨¢tico y algo mordaz a partes desiguales, cuyos copiosos prestigios literarios depend¨ªan de tan escasa obra. Como bien se sabe, Rulfo s¨®lo public¨® en vida Pedro P¨¢ramo, los 17 relatos de El llano en llamas y alg¨²n aislado fragmento narrativo. Tambi¨¦n se habl¨® en su d¨ªa de algunos otros textos ocultos, como esa fantasmal novela de la que s¨®lo se conoci¨® el nombre: La cordillera.
Rulfo ten¨ªa la sucinta amabilidad de los abnegados y repet¨ªa con demasiada insistencia que hab¨ªa dejado de escribir porque no ten¨ªa tiempo, ya que se dedicaba en r¨¦gimen intensivo a la antropolog¨ªa cultural y, m¨¢s expresamente, a la fotograf¨ªa, arte que cultiv¨® con notable destreza. En otra ocasi¨®n coment¨® que, una vez muerta la persona que le contaba las historias, se hab¨ªa quedado poco menos que en blanco. Tampoco se pod¨ªa descartar que padeciera de incurable holganza o que ya hab¨ªa dicho lo que ten¨ªa que decir y no le interesa en absoluto seguir escribiendo, que era en cualquier caso lo m¨¢s razonable. Siempre pens¨¦ que su ejemplo sintetizaba todo un tratado did¨¢ctico a prop¨®sito de la aceptaci¨®n p¨²blica de la literatura. Una breve novela y unos pocos cuentos hab¨ªan bastado para hacer de Rulfo un paradigma, una referencia excepcional.
A partir de 1955, que es cuando aparece Pedro P¨¢ramo, el silencio del autor va a ir adquiriendo trazas de leyenda. ?Por qu¨¦ un novelista como ¨¦l, universalmente reconocido, hab¨ªa renunciado a seguir escribiendo? ?Tan poderosa y absorbente hab¨ªa sido la concentraci¨®n expresiva -po¨¦tica- de Pedro P¨¢ramo que ya no hab¨ªa nada m¨¢s que contar? Sin duda que por ah¨ª podr¨ªa rastrearse una suerte de dimisi¨®n convenientemente enigm¨¢tica. Es m¨¢s que probable que el trabajo de Rulfo en su ¨²nica y no extensa novela tuvo que rondar alg¨²n sensible agotamiento. Ese tipo de escritura, o ese sondeo en la intimidad por medio de la escritura, bordea ciertos precipicios psicol¨®gicos. Tal vez se trate de una conjetura sesgadamente rom¨¢ntica, pero tampoco hay por qu¨¦ eludirla. Basta con aproximarse al sistema po¨¦tico de Pedro P¨¢ramo para que se perfile lo que intento decir.
?A qu¨¦ extra?os est¨ªmulos de la imaginaci¨®n remite esa mod¨¦lica y tal vez casual novela? No hay argumento, por lo pronto, o mejor, el argumento viene a consistir en que no hay argumento: s¨®lo unos fragmentos de realidad apenas entrevistos entre las veladuras de la irrealidad. La ¨²nica pista es esa especie de itinerario quim¨¦rico de Juan Preciado, hijo del cacique Pedro P¨¢ramo, que viaja a Comala en busca de su padre y a quien acosan los espectros consecutivos del amor y la muerte. La vida se mide por un reloj parado, s¨®lo hay un vago presente sin futuro, una historia sin continuidad l¨®gica, un espacio f¨²nebre donde los sue?os se emparentan po¨¦ticamente con la realidad. Todos los personajes est¨¢n muertos desde un principio y hasta Comala es un pueblo perdido por los extramuros de la memoria, como extraviado en los vericuetos mexicanos de la fatalidad. La desolaci¨®n del paisaje concuerda con la desolaci¨®n de las figuras, ese "p¨¢ramo de Pedro" al que se refer¨ªa Octavio Paz. Ah¨ª se estabiliza la magnificaci¨®n po¨¦tica de los hechos narrados, entre los que comparecen sin remedio los fantasmas del desvar¨ªo y la orfandad.
En la novela de Rulfo los planos narrativos se superponen, se entrecruzan hasta formar una densa madeja de indicios tem¨¢ticos. La frontera entre lo sobrenatural y lo natural, entre lo ficticio y lo veros¨ªmil, se hace imperceptible. Y hay como una desavenencia entre cierta expresividad realista y la concepci¨®n fant¨¢stica de la historia o de la reconstrucci¨®n m¨ªtica de la historia. No parece dudoso que en el trasfondo de la novela apunta como un difuso remanente de la violencia revolucionaria, no manifestado en t¨¦rminos literales sino a trav¨¦s de la propia tensi¨®n ambiental. Pero Rulfo supera con mucho el tratamiento naturalista de la tem¨¢tica rural, no pertenece en absoluto a esa tradici¨®n y, a pesar de sus v¨ªnculos con la cultura y la superstici¨®n populares, queda como en las afueras de todo eso. La misma ambig¨¹edad de la novela y sus mara?as constructivas la convierten de hecho en un aislado arquetipo de poema narrativo.
Pedro P¨¢ramo es, desde luego, un libro fascinante, abierto a una profusa diversidad interpretativa. Cada lectura dispone de su particular recompensa indagatoria, pero todas ellas acaban por complementarse. La novela sorprende precisamente por esa impresi¨®n de solidez que proporciona su aparente fragilidad interna. Cimentada efectivamente en la brumosidad y el entrevero compositivo, su rigurosa configuraci¨®n acaba neutralizando todo aparente desorden. De ah¨ª la palmaria singularidad de la novela y el infrecuente equilibrio t¨¦cnico que permite que su complejidad estructural termine siendo el eje de su seducci¨®n. Y ah¨ª est¨¢ finalmente la prosa, una prosa elaborada con los utensilios de la poes¨ªa, incluidos sus frecuentes tr¨¢mites coloquiales, y pertrechada en todo momento de una sutil pericia imaginativa. El procedimiento es ya el n¨²cleo del que irradia la eficacia est¨¦tica. ?sa es tambi¨¦n la grandeza de una obra como Pedro P¨¢ramo, en la que con tan turbadora maestr¨ªa se condensa la ¨¦pica mexicana de la vida y la muerte.
Babelia
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