La mirada densa
El nombre de Roland Barthes quedar¨¢ inevitablemente asociado a un fen¨®meno que ha caracterizado poderosamente a la cultura de las sociedades posmodernas y que a¨²n domina nuestro presente. Este fen¨®meno podr¨ªa denominarse semiotizaci¨®n de la cultura si fuera posible que, bajo este t¨¦rmino en apariencia t¨¦cnico, no entendi¨¦ramos ¨²nicamente la fundaci¨®n de una disciplina -la Semi¨®tica- poco conocida y con fama de ser terriblemente pesada y cient¨ªficamente mal definida, de la cual todo el mundo parece haberse olvidado. Al margen o adem¨¢s de todo eso, la semiotizaci¨®n es un movimiento propio del esp¨ªritu de esta ¨¦poca, el movimiento en virtud del cual las sociedades toman conciencia del car¨¢cter de signo de s¨ª mismos que revisten todos los objetos que nos rodean (incluyendo aquellos que "llevamos puestos"). Quienes han estudiado el irresistible ascenso de la t¨¦cnica en la historia moderna nos han ense?ado que los artefactos que definen nuestro medio ambiente artificial, a fuer de ¨²tiles, se vuelven invisibles o imperceptibles: uno no ve las tijeras con las que corta el papel ni repara en el tenedor con el que pincha la carne, precisamente en la medida en que esos objetos son solamente medios al servicio de un fin que es lo ¨²nico que realmente vemos cuando actuamos. Acaso en directa relaci¨®n con el hecho de que nuestras sociedades se convirtieron, justamente en los a?os de nacimiento de la Semi¨®tica, en sociedades de consumo masivo, en las cuales prolifera una inmensa cantidad de artilugios de cuyo valor de uso empezamos seriamente a dudar, se produce el descubrimiento de que todo objeto, por muy ¨²til que sea, comporta, adem¨¢s de su estricta materialidad o de la funcionalidad con la que justifica su ingreso en sociedad, la condici¨®n de significante de un mensaje que circula eficazmente aunque sus mismos usuarios no tengan conciencia de ¨¦l. El tenedor no es solamente un instrumento, sino el signo de una determinada manera de comer, as¨ª como una iglesia es algo m¨¢s que un edificio, es el s¨ªmbolo de un peculiar modo de rezar. Lo que podr¨ªamos llamar "la mirada semi¨®tica" es esa perspectiva merced a la cual el mundo oscurecido y desde?ado de los "objetos ¨²tiles" se puebla de una extra?a densidad que los torna de pronto ostensivamente visibles, magn¨ªficamente exhibidos a una conciencia que nada sab¨ªa hasta entonces de su secreto brillo.
Todo entre nuestras manos, sobre nuestros cuerpos y alrededor de ellos, adquiere de pronto la condici¨®n cultural de transmisor de un mensaje que s¨®lo deja en nuestra sensibilidad afectos de atracci¨®n o repulsi¨®n, pero cuyo significado se nos escapa porque no recordamos haber elaborado nunca el c¨®digo con cuya clave significan, ni nos sentimos autores de los contenidos que vehiculan. De pronto, todo significa, aunque no sepamos exactamente qu¨¦ (y ah¨ª es donde comienza propiamente la labor del "semi¨®logo profesional"). La capacidad magistral para ejercer esa mirada densa, que sin duda distingue a Barthes de todos sus contempor¨¢neos, le permiti¨® en su momento hacerse cargo, como cr¨ªtico, del fen¨®meno literario de la nueva novela francesa: esa atm¨®sfera de objetualidad an¨®nima en la cual las cosas se dan recados entre s¨ª, como en un susurro, al margen de los sujetos que son sus portadores, sus usuarios o sus due?os, por ser estrictamente solidaria de la semiotizaci¨®n que define la cultura tardocapitalista, s¨®lo pod¨ªa ser adecuadamente apreciada por una retina entrenada en esa nueva visi¨®n. Por este motivo, adem¨¢s de ser uno de los h¨¦roes fundadores de un nuevo territorio te¨®rico, y animador de una corriente de cr¨ªtica cultural y literaria que -a trav¨¦s, entre otras, de la revista Tel Quel- hibrid¨® el marxismo con el estructuralismo, y adem¨¢s de inspirar la renovaci¨®n de la vieja Ret¨®rica, Barthes es un cronista excepcional de su tiempo, un observador a la vez implicado y distanciado de ese nuevo espesor cultural que duplica los hechos y los conflictos sociales con un suplemento simb¨®lico del cual, para bien o para mal, ya no podemos prescindir si queremos entenderlos y, por tanto, entendernos a nosotros mismos y a los dem¨¢s.
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