Frustraci¨®n y grandeza
Al morir en 1955 Thomas Mann dej¨® indicado que sus diarios deb¨ªan permanecer sellados e in¨¦ditos 20 a?os, con lo cual aliment¨® enormes expectativas sobre su contenido e incluso hubo diversos ensayos en los que se hac¨ªan c¨¢balas acerca de sus eventuales revelaciones. Cuando, transcurridas dos d¨¦cadas, por fin empezaron a publicarse, se percibi¨® en los ambientes editoriales cierta decepci¨®n, no tanto con respecto a la literatura, a menudo tan meditada como la de sus novelas, sino desde el ¨¢ngulo de la confesi¨®n. Thomas Mann aparec¨ªa en sus diarios con una mayor radicalidad moral -incluso en lo referente a conductas juzgadas inmorales- pero, en general, no descubr¨ªa nada que no hubiera adelantado, directa u oblicuamente, en los escritos publicados en vida.
Los ¨²nicos escritos aut¨¦nticos son los no concebidos para ser publicados y ni siquiera conocidos por lectores ajenos al autor
M¨¢s que la desgarrada sinceridad que con frecuencia parece exigirse a los textos autobiogr¨¢ficos, los diarios de Mann confirmaban, otra vez, que no es tanto la verdad como el propio mito lo que constituye la materia prima de las diversas literaturas autobiogr¨¢ficas. O, dicho a la inversa, el mito de la propia verdad: desde las Confesiones de san Agust¨ªn hasta el ¨²ltimo diario de escritor que se encuentre en una librer¨ªa, la autenticidad del autor estar¨¢ siempre bajo sospecha.
Supongo que los ¨²nicos escritos que deber¨ªan considerarse puramente aut¨¦nticos ser¨ªan aquellos que no han sido concebidos para ser publicados y ni siquiera conocidos por lectores ajenos al autor mismo. Una literatura que no fuera literatura, sino un directo v¨®mito del alma en el que no actuaran de intermediarios ni el estilo ni el temor a la cr¨ªtica ni la demanda del p¨²blico ni, por supuesto, tentaciones como la del ¨¦xito o fantasmas como el de la gloria art¨ªstica; una escritura que colocara abruptamente, como proclamaba Baudelaire, "el coraz¨®n al desnudo". Claro est¨¢ que una literatura de este tipo, dado que su autor no pretend¨ªa su publicaci¨®n, s¨®lo llegar¨ªa a sus eventuales lectores como consecuencia del azar: porque alguien hab¨ªa rescatado un papel arrugado de un cubo de basura o porque un erudito se hab¨ªa topado con un manuscrito abandonado en el fondo de un olvidado caj¨®n.
Pero, m¨¢s all¨¢ de la pureza angelical o demon¨ªaca -como se quiera- de esos escritos condenados por sus autores a permanecer invisibles, la intervenci¨®n de la literatura siempre altera la hipot¨¦tica autenticidad de lo expresado, empezando por la voluntad de estilo, continuando con la intenci¨®n de dar a conocer aquello que se anota como sumamente privado y culminando, obviamente, en el deseo de lograr para ese escrito ¨ªntimo la mayor difusi¨®n posible. La pol¨¦mica sobre la verdad exigible a los diarios, confesiones y memorias siempre ha acompa?ado a la literatura autobiogr¨¢fica.
El excesivo puritanismo de juicio anula, no obstante, cualquier posibilidad creativa. Si el escritor sacrifica la literatura en el altar incontrastable y caprichoso de la autenticidad, se sacrificar¨¢ asimismo como escritor, sin que por ello consiga f¨¢cilmente el estatuto de santo. Dejando de lado esta improbable santidad, es mejor que aceptemos que el artista siempre camina enmascarado y que, en definitiva, su verdadero rostro es precisamente su m¨¢scara. As¨ª son los conmovedores textos en los que Baudelaire pone su coraz¨®n al desnudo y as¨ª es el legado p¨®stumo del m¨¢s anal¨ªtico Thomas Mann.
No creo que podamos acercarnos de manera distinta, tampoco, a otro de los grandes monumentos de la literatura autobiogr¨¢fica, los Diarios de Lev Tolstoi.Como Thomas Mann, Tolstoi escribi¨® los diarios con el cuidado y la minuciosidad de lo que debe ser publicado; a diferencia de Mann, que nunca olvida que el humanista debe prevalecer sobre el mis¨¢ntropo, Tolstoi prefiere llevar la m¨¢scara del mis¨¢ntropo m¨¢s que la del humanista. Thomas Mann habla obsesivamente de ¨¦l como si lo hiciera a trav¨¦s de la ¨¦poca que le ha tocado vivir; Tolstoi habla de la ¨¦poca ¨²nicamente a trav¨¦s de ¨¦l mismo.
Quiz¨¢ sea esta circunstancia la que pueda causar un inicial desagrado en el lector, que echa en falta en los Diarios de Tolstoi una mayor generosidad para hablar de los asuntos que le son contempor¨¢neos mientras se siente abrumado por las man¨ªas de alguien que, desde joven, se presenta ante s¨ª mismo como un viejo gru?¨®n. Es curioso que, con llamativa frecuencia, el personaje que circula por los diarios de Tolstoi se parece incluso demasiado al protagonista de Apuntes del subsuelo, de Dostoievski: un hombre capaz de ponerse las m¨¢s variadas trampas con tal de aparecer como la v¨ªctima perjudicada ante los ojos de los dem¨¢s, en especial de los m¨¢s pr¨®ximos.
Pero junto a la servidumbre del exagerado mis¨¢ntropo, cultivador de tormentos de los que luego ¨¦l es el principal recolector, no puede ignorarse la grandeza con que Tosltoi afronta su permanente desconcierto ante la vida. Hace poco, con motivo de la presentaci¨®n en Barcelona de los Diarios, se proyect¨® una vieja pel¨ªcula en la que se ve¨ªan im¨¢genes del escritor justo un a?o antes de su muerte en 1910. All¨ª aparec¨ªa Tolstoi exactamente igual a como uno pod¨ªa imagin¨¢rselo tras la lectura de los Diarios, anciano incluso cuando era joven y aun joven siendo ya anciano: imponente, en¨¦rgico, crispado, con una mirada tan penetrante como desamparada, un gigante que tiene los pies de barro y que, en su lucidez ¨²ltima, nunca lo ha ignorado. La m¨¢scara de la pel¨ªcula coincid¨ªa con la m¨¢scara de los diarios.
Tolstoi, como Thomas Mann o Baudelaire, como cualquiera de los escritores que se confiesan p¨²blicamente, hab¨ªa tratado de construir su mito, si bien ni ¨¦l mismo pod¨ªa seguramente desvincularlo por completo de su verdad. Con el paso de los a?os Tolstoi, pese a la amargura que le dominaba, pareci¨® reconocer que su ¨²nico objetivo era llegar alg¨²n d¨ªa a contemplar la vida con agradecimiento. Y es ese gesto, envuelto en una singular magia literaria, el que acaba prevaleciendo en el ¨¢nimo del lector.
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