Velando armas
En eso estamos. Porque ?qui¨¦n puede ignorar hoy que la suerte est¨¢ echada, que la resoluci¨®n 1.441 del Consejo de Seguridad y el trabajo de los inspectores en busca de armas de destrucci¨®n masiva son pura filfa y que la invasi¨®n de Irak s¨®lo depende ya de que Estados Unidos termine de completar su dispositivo militar en la zona? Los cerca de 70.000 marinos y soldados, los m¨¢s de 250 aviones de combate, los cuatro portaaviones y el importante contingente de buques de guerra, no cubren, todav¨ªa, como ha puesto de relieve el ensayo-simulacro Internal Look, las necesidades de una operaci¨®n b¨¦lica de las caracter¨ªsticas de la que quiere ejecutarse en el vasto territorio iraqu¨ª. Pero los estrategas del Departamento de Defensa conf¨ªan en que, a finales de enero, todo estar¨¢ preparado para una campa?a breve y triunfal: cero muertos americanos y destrucci¨®n total -recursos t¨¦cnicos y sobre todo humanos- de las fuerzas de Sadam Husein. De la contundencia de esa victoria depender¨¢ el ¨¦xito de toda la estrategia norteamericana del petr¨®leo, pieza clave de su pol¨ªtica econ¨®mica en los pr¨®ximos 20 a?os. Pues, seg¨²n el Informe del National Energy Policy Development Group de mayo de 2001, actualizado por el International Energy Outlook del Departamento norteamericano de Energ¨ªa correspondiente al a?o 2002, casi el 70% del volumen total del consumo tendr¨¢ que provenir de la importaci¨®n, lo que equivale a decir que el nivel de dependencia exterior de EE UU en materia de petr¨®leo es superior a los dos tercios de sus necesidades.
Para satisfacerlas deber¨¢n privilegiarse, seg¨²n el informe, cuatro zonas de producci¨®n: Oriente Pr¨®ximo, el mar Caspio, ?frica subsahariana y Colombia/Venezuela/M¨¦xico en Am¨¦rica Latina. Pero esas cuatro ¨¢reas tienen en com¨²n los limitados medios financieros de que disponen para aumentar su capacidad extractiva y, sobre todo, su gran inestabilidad pol¨ªtica y un sentimiento general de hostilidad hacia Estados Unidos. Todo ello empuja a una intervenci¨®n norteamericana permanente que garantice el orden en esos pa¨ªses, asegure el funcionamiento de sus industrias petrol¨ªferas bajo control de EE UU y confirme la persistencia y regularidad en el suministro. Esta convergencia y confusi¨®n entre exigencias y objetivos econ¨®mico-petrol¨ªferos y militares, brillantemente descritos por el profesor Michael Klare en su libro Resource wars: the new landscape of global conflict (Metropolitan Books, 2001) y resumidas en su articulo de Le Monde Diplomatique del pasado noviembre, da cuenta de la extrema militarizaci¨®n de la pol¨ªtica y de la econom¨ªa norteamericanas, de la obsesi¨®n por su superioridad tecnol¨®gica y su invulnerabilidad b¨¦lica, la amalgama de guerra convencional y de acciones ilegales y clandestinas, y el trazado m¨²ltiple y preciso de sus intervenciones militares ¨²ltimas -Afganist¨¢n y el C¨¢ucaso, Irak y el golfo P¨¦rsico, Colombia y Venezuela- prueban que la "guerra total e indefinida" no es una figura ret¨®rica, sino la condici¨®n imprescindible para que guerra y petr¨®leo cumplan su destino com¨²n en el marco de una pol¨ªtica exterior que los hace indisociables.
A la luz de esta doctrina, se entiende la arrogancia de una actitud de otro modo incomprensible. Pues ?a qu¨¦ viene el hostigamiento constante de la Administraci¨®n de Bush frente al Tribunal Penal Internacional, sino a su convicci¨®n de que debe situarse por encima de cualesquiera leyes y tribunales que no sean los suyos con el fin de asegurar la benevolencia, cuando no la impunidad, de las fuerzas norteamericanas, ahora y en el futuro, en todos los escenarios b¨¦licos y sean cuales fueren los excesos que se les imputen? Este mismo imperativo de "aqu¨ª s¨®lo mando yo y para los m¨ªos" es el que explica el empecinamiento contra el Protocolo de Kioto, as¨ª como la imposibilidad de acabar con el contrabando de tabaco en Europa, organizado por los grandes fabricantes de EE UU, en particular JReynolds, gracias a la connivencia de su Gobierno y a pesar de todas las denuncias de la Uni¨®n Europea. S¨®lo una movilizaci¨®n popular por la paz y la decencia en todos los pa¨ªses del mundo y una acci¨®n coordinada de los intelectuales contra la guerra y la corrupci¨®n podr¨¢n abrir v¨ªas a la esperanza.
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