La OPA amigable sobre los ni?os
A Vicente Verd¨²
Los conservadores ten¨ªan buena parte de raz¨®n: el hombre moderno no es un h¨¦roe o un conquistador nato; es alguien que aspira ante todo a tener el peque?o nido que le permita cuidar de su jard¨ªn y criar un par de hijos. Los liberales, que en buena medida compart¨ªan estos ideales, pretendieron poseer, adem¨¢s, la f¨®rmula m¨¢gica para alcanzarlo: un libre mercado que procurar¨ªa a todos una parcela de tiempo y de espacio donde consolidar su modesto bienestar. Con ello consiguieron desarrollar la industria y el comercio, es cierto, pero aquella promesa no la cumplieron. Y en su lugar apretujaron a los trabajadores en colonias industriales o cub¨ªculos habitacionales, al tiempo que impon¨ªan un horario incompatible con el peque?o cultivo tanto de la familia real como del jard¨ªn imaginario.
Hoy hemos superado algunas de estas limitaciones, pero no sin generar otras, menos dram¨¢ticas pero m¨¢s sutiles. As¨ª, el espacio y el tiempo recuperados a la revoluci¨®n industrial lo hemos convertido en una nueva industria terciaria. Un espacio con atracciones, parques tem¨¢ticos y otros espect¨¢culos "l¨²dicos". O un tiempo con horarios m¨¢s flexibles que el individuo tiene que completar ocup¨¢ndose de su retiro, de sus ahorros en Bolsa, de la precariedad de su contrato, etc¨¦tera. El bienestar material adquirido se paga a menudo con una mayor ocupaci¨®n mental y con la contaminaci¨®n de toda la vida privada por los propios h¨¢bitos laborales. No hay ocasi¨®n ni paciencia para "perder el tiempo". Hay que llevar los ni?os a solacear, a refocilarse y recreacionarse -justo como se les lleva al cole para educacionarse-. Y en ambos casos la perversi¨®n es la misma: lo que deb¨ªa ser el producto o resultado de una actividad deviene su compulsivo y obsesionante objetivo.
Hace m¨¢s de 25 a?os me quejaba yo de la educaci¨®n de mis hijos de cinco y seis a?os en San Francisco, donde, en lugar de transmitirles informaci¨®n, pretend¨ªan insuflarles Valores o Principios camuflados en meras descripciones o aparentes definiciones. Les daban as¨ª como hechos no lo que eran las cosas, sino lo que (la profesora cre¨ªa que) deb¨ªan ser. Cuando mi hijo contest¨® a su se?orita que cre¨ªa m¨¢s importante divertirse y pescar muchos peces que volver puntual a casa, le suspendieron "por no haber entendido" la historia en que se basaba la pregunta.
Pues bien, a este moralismo camuflado de empirismo se a?ade hoy una perversi¨®n en cierto modo inversa y ciertamente complementaria. No se trata ya de dictar los deseos o ideales a los ni?os, sino de adivinar y articular sus propias fantas¨ªas para ofrec¨¦rselas como mercanc¨ªa pedag¨®gica, interactiva, alimenticia, cinematogr¨¢fica, lo que sea. Millones de padres y miles de corporaciones se la pasan tratando de encontrar un producto que sea el "positivo" de los deseos a¨²n inconscientes, a¨²n en "negativo", de los propios ni?os. Los libros, las pel¨ªculas, no digamos la televisi¨®n, las atracciones, los videojuegos, las hamburgueser¨ªas, los helados con mu?equito, los parques tem¨¢ticos o esos chiquiparks tan especializados en la diversi¨®n de los ni?os como los tanatorios lo est¨¢n en el reposo de los muertos. O aun los juguetes como el Furby o el Fur Real Cat, armados con sensores que se hacen al ni?o, reconocen su voz y han de acabar siendo su amigo ¨ªntimo, su mascota, el espejo de sus deseos, la proyecci¨®n de sus sentimientos.
Todo, todo parece hoy formar parte de una aut¨¦ntica OPA amigable lanzada sobre los ni?os y dirigida a: auscultar sus ensue?os, secuestrar su imaginaci¨®n y anticipar sus ilusiones; a escanear, simular y acabar inyect¨¢ndoles sus propios deseos o ensue?os; a preservar y alargar esa candidez que, seg¨²n Hegel, permite que "ninguno de los intereses demasiado humanos haya marcado en el rostro del ni?o la estampa de la triste necesidad".
Y es as¨ª como ni unos ni otros, ni mayores ni peque?os, pueden ya trabajar o divertirse a sentimiento. No hay tiempo ya para ello. Todo es oficio. Hay que dedicarse al trabajo como hay que hacer de la educaci¨®n o del ocio una expresa y convulsiva ocupaci¨®n: educacionar, vacacionar, "hacer familia". Nada que ver con la "sobriedad de est¨ªmulos" aconsejada por Card¨²s. Muchos j¨®venes ejecutivos trabajan hasta las diez de la noche, y el tiempo que les queda lo dedican tambi¨¦n en hacer cosas: "hacer" sexo o gimnasia, "hacer" viajes a Disneylandia o las Seychelles, peregrinar a las estaciones de invierno, o cualquier otra de esas actividades con las que ocupan compulsivamente su tiempo desocupado. Todo ello, claro est¨¢, bien asesorados por los expertos del ramo: animadores culturales, musculadores, psic¨®logos de la interacci¨®n, abogados de la familia y dem¨¢s dise?adores o reparadores de la "sinergia interactiva".
Lo que no hay, en todo caso, es tiempo que perder. Tiempo para el "tiempo perdido": para este lapso divagante del di¨¢logo distra¨ªdo, del tedio de las tardes tontas, del rondar por la vivienda donde se topa uno con un padre o madre descolgados a los que hacerles las preguntas disparatadas o las confidencias inconscientes.
Y la verdad es que necesitamos tambi¨¦n de este tiempo tonto, no dedicado a querer reflexionar, querer amar, querer "que pasen cosas" o querer "estrechar lazos". Es necesaria una cierta desocupaci¨®n de la voluntad y del deseo para dejar que alg¨²n nuevo sentimiento o inspiraci¨®n nos cojan desprevenidos hasta sobrecogernos. "Las aventuras -dec¨ªa Chesterton- suceden en los d¨ªas sosos y aburridos, no en los d¨ªas soleados; es al tensarse al m¨¢ximo la cuerda de la monoton¨ªa cuando nace el sonido de una canci¨®n". Y tambi¨¦n el evang¨¦lico "dejad que los ni?os se acerquen a m¨ª" exige m¨¢s tiempo y paciencia que ese compulsivo y expeditivo "ir a ellos" -casi dir¨ªa "a por ellos"- con que tantos padres pretenden enterarse, en los cinco minutos de que disponen, de c¨®mo le fue al ni?o en el colegio, d¨®nde se rasp¨® la rodilla o por qu¨¦ no le habla hoy a su hermana. Se trata de un verdadero absentismo familiar que los padres tratan de compensar siendo m¨¢s y m¨¢s obsequiosos y condescendientes con los deseos o caprichos infantiles.
Muchos problemas de nuestro tiempo parecen relacionados de un modo u otro con este tema. Desde la igualdad de la mujer en el trabajo y la crisis demogr¨¢fica hasta la violencia en la escuela y el tr¨¢fico en las horas punta, desde el cole a las clases de ballet. De ah¨ª que tanto o m¨¢s importante que las horas de trabajo sea el horario del mismo. Un horario flexible que no s¨®lo permita salir, sino que literalmente eche a la gente del trabajo entre las cinco y las seis, como en algunos pa¨ªses anglosajones, y si es posible, de un modo escalonado. Con este simple cambio nos enterar¨ªamos seguramente de muchas cosas. ?C¨®mo se iban a llevar y aguantar, por ejemplo, esos padres e hijos encerrados en un mismo domicilio de las seis a las once? ?No se ver¨ªan quiz¨¢s obligados a aburrirse juntos, a jugar a las cartas o al ajedrez, a hablar incluso de cualquier tonter¨ªa luego de haber agotado los numerosos b¨¢rtulos, consolas, admin¨ªculos o artefactos que les permiten interconectarse con el mundo para no tener que conectar en casa? La experiencia podr¨ªa ser explosiva, es cierto. ?Cu¨¢ntas familias sobreviven gracias precisamente a hacer del hogar una especie de trabajo a tiempo parcial? Pero, superado el primer impacto, pienso que los padres y los hijos supervivientes habr¨ªan conquistado para su vida personal lo que se pide hoy en el trabajo: una ocasi¨®n.
Y es esta misma ocasi¨®n (dicho sea de paso) la que tantas veces se hurta a los padres separados con los hijos en otra ciudad, y a los que no permiten ver m¨¢s que un fin de semana al mes. Un "r¨¦gimen de visitas" que viene a menudo a favorecer el tipo de relaci¨®n patol¨®gica que he descrito: el verse, efectivamente, como "de visita" con m¨¢s intensidad que naturalidad. Y de ah¨ª mi esc¨¢ndalo: ?c¨®mo estimular y asimilar sin escr¨²pulos a tal modelo aquellos padres que ten¨ªan la ocasi¨®n y la vocaci¨®n de vivir con los ni?os? ?Y c¨®mo atreverse a imponer, contra las partes que acuerdan un r¨¦gimen de visitas m¨¢s abierto y relajado, una separaci¨®n cartesiana, "clara y distinta", que viene a reforzar lo m¨¢s caricatural de la OPA familiar descrita? No es casualidad, en efecto, que en m¨¢s de una ocasi¨®n una intervenci¨®n judicial de este tipo acabe transformando el acuerdo de las partes en un duro contencioso, con lo que la sentencia acaba trayendo a los hijos mayores males que aquellos que presum¨ªa evitarles. Cierto que a una familia con OPA amigable es probable que le convenga una sentencia con OPA paternalista. Y es comprensible, dada la extensi¨®n del caso, que los jueces act¨²en inercialmente desde tal supuesto. Pero con ello resultan a¨²n reforzados los automatismos con los que la sociedad tiende a homogeneizar el mundo vulnerable y delicado de la relaci¨®n entre padres e hijos. De ah¨ª que, para recuperar la sensatez, fuera quiz¨¢s ¨²til recordar hoy la cl¨¢sica sentencia de Arist¨®teles: "Justicia es tratar igualmente lo igual y desigualmente lo desigual".
Xavier Rubert de Vent¨®s es fil¨®sofo.
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