Salir del armario
No s¨¦ ustedes, pero yo empiezo a creer que este armario tiene doble fondo, una de esas trampillas de los muebles de antes que, detr¨¢s de su apariencia inocente, escond¨ªan recovecos cargados de misterios y sorpresas. Si no, ?de qu¨¦ iban a caber tantos? Porque m¨¢s que armario, el susodicho empieza a parecer el metro de Barcelona (o Madrid) en hora punta: militares, curas, presentadores de televisi¨®n, guardias civiles, candidatos a todo... ?Es un armario o se trata de un anuncio publicitario? Perd¨®nenme el sarcasmo, pero tengo tres motivos para empezar a atreverme, a osar, a ser capaz, a jug¨¢rmela -que cualquiera se atreve...- practic¨¢ndolo sobre la cuesti¨®n gay: saturaci¨®n, oportunismo y exhibicionismo. Sin embargo, hagamos primero el introito moralmente obligado en toda cuesti¨®n vinculada a los derechos humanos. Primero, no creo que la lucha a favor del derecho a la felicidad desde la diferencia, sea una lucha culminada. Muy al contrario, el paquete de discriminaciones que sufren los ciudadanos homosexuales es tan notorio e injusto que hasta est¨¢ legalmente construido. Tenemos unas leyes vergonzantemente discriminatorias que llegan a negar derechos tan simples y b¨¢sicos como el derecho a casarse. Nunca he entendido por qu¨¦ el monopolio de los casamientos legales debemos tenerlo los heteros. ?Por tradici¨®n de unos cientos de a?os de nada? ?Por pesada carga religiosa? ?Por falsa moralidad de pacotilla? Si las leyes excluyen a las minor¨ªas, son ellas las inmorales. Segundo, todo gesto p¨²blico a favor de una naturalidad de la diferencia normaliza dicha diferencia, rompe tab¨²es, quiebra intolerancias. Es decir, son necesarios los gestos p¨²blicos. Y tercero, la existencia de un mundo gay normalizado, cohabitando entre mortales tan iguales y distintos como ellos, haciendo cada uno lo suyo desde la asunci¨®n de la propia identidad, sencillamente nos hace mejores personas, mucha mejor sociedad. No creo, pues, que salir del armario sea ineficaz, ni improcedente, como no creo que sea posible vivir dentro de los armarios del miedo, el tab¨² y la falsedad. La sociedad que los ha creado, sin duda, es una sociedad enferma.
Sin embargo..., sin embargo, empiezo a pensar que tanta salida p¨²blica, especialmente en momentos electorales, tiene m¨¢s que ver con el oportunismo que con la lucha contra la intolerancia. Resulta evidente que, de la misma forma que ser gay puede implicar un largo camino de incomprensi¨®n y dificultades, otorgarse dicha etiqueta desde determinadas situaciones profesionales puede resultar un plus de notoriedad, una marca chic y un incremento gratuito de filias p¨²blicas. El poder gay, como las meigas, no existe, pero haberlo, hailo, y cuando uno usa la condici¨®n gay como un elemento electoral, en medio de una campa?a dif¨ªcil y desde una posici¨®n en principio extraparlamentaria, la cosa est¨¢ m¨¢s cercana a la propaganda que a la lucha. Ya que no me votan las mayor¨ªas, que me voten minor¨ªas compactas, organizadas y activas... El ¨²ltimo caso, el de Jos¨¦ Mar¨ªa Mendiluce, entra al dedillo en la afirmaci¨®n que acabo de sostener, y lo digo desde la simpat¨ªa profunda que le tengo a Jos¨¦ Mar¨ªa, hombre honesto y comprometido como pocos, pero tambi¨¦n sobrecargado de tanta estima hacia s¨ª mismo que a veces le duele la cara de ser tan guapo. No evaluar¨¦, porque no me interesa, sus motivaciones para irrumpir en solitario en la dura batalla de Madrid, pero sinceramente no me parece de recibo usar el cartel gay como un subrayado luminoso a su campa?a. Es como si los ciudadanos de Madrid, de golpe, tuvieran que escoger entre un pijo simp¨¢tico -?por fin una derecha culta y moderna!-, una mujer de cuero embutido -?por fin una alcaldesa en Madrid o Barcelona!- y un homosexual de curr¨ªculo solidario -?por fin un gay!-. ?Fant¨¢stico!: tres minor¨ªas enfrentadas. Es decir, lejos de votar candidatos, programas y compromisos, votar¨¢n tres salidas del armario de distinta ¨ªndole e igual rareza, convertidos en singularidades publicitables la condici¨®n femenina, la gay y el derechismo civilizado. Lo que me disgusta del gesto de Mendiluce es justamente eso, que convierta en condici¨®n excepcional su naturalidad homosexual. ?Qu¨¦ haremos ahora con el resto de excepcionalidades que concurren en el resto de candidatos? ?M¨¢s all¨¢ del uso oportunista del poder gay, qu¨¦ a?aden al curr¨ªculo de un candidato sus gustos sexuales, su vida ¨ªntima, sus tendencias? Me dir¨¢n que quiz¨¢ Mendiluce quiere homenajear al m¨ªtico alcalde gay de San Francisco, asesinado en manos de la intolerancia; pero no creo que estemos ante tanta ¨¦pica: hoy en d¨ªa es m¨¢s ¨¦pico ser ama de casa, inmigrante o parado que gay de clase media alta. Y, por supuesto, es mucho m¨¢s dif¨ªcil para llegar a ser alcalde.
He hablado de saturaci¨®n, oportunismo y exhibicionismo. Saturaci¨®n porque si el colectivo gay no dosifica un poco su outing masivo, ¨¦ste perder¨¢ su car¨¢cter de provocaci¨®n para pasar a ser un puro cachondeo. Lo provocador de la provocaci¨®n es que sea transgresora, pero cuando se convierte en deporte de masas, pierde toda acidez. Oportunismo porque, hablando claro, hay homosexuales que han a?adido su orientaci¨®n sexual a su curr¨ªculo profesional, y en algunas profesiones les va de perlas. No hablo de curas o militares, por supuesto, pero los Bor¨ªs o los Mendiluces no son exactamente lo mismo, ni les va lo mismo. Y exhibicionismo porque, sinceramente, me causa un cierto pudor esta necesidad que tienen algunos gays de restregarnos su condici¨®n por la cara, especialmente cuando no a?ade nada. Lo que haga Mendiluce en la cama me interesa tanto como le debe de interesar a ¨¦l lo que hago yo en la m¨ªa. ?Entonces?
Lo dicho, ?quieren ¨¦pica electoral? Pongan un inmigrante, a poder ser negro, a poder ser mujer, y hasta lesbiana, para alcaldesa, y les dir¨¦ algo: descubrir¨¢n que lo m¨¢s duro para la pobre no ser¨¢ su condici¨®n lesbiana.
Pilar Rahola es periodista y escritora. Rahola @navegalia.com
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.