El estado del Estado de derecho
En su edici¨®n del d¨ªa 29, El PA?S sintetizaba los principales acontecimientos del a?o 2002 con dos nombres propios: Garz¨®n y Bush. Ambos, ciertamente, han representado durante el a?o pasado el polo positivo y el negativo en un mismo campo: la paz en el mundo, la libertad y la igualdad entre los hombres, los derechos fundamentales. Los nombres no pod¨ªan estar mejor elegidos para explicar dos situaciones distintas y, en apariencia, contrapuestas: el Estado de derecho goza de una aceptable buena salud en el mundo desarrollado occidental -incluida Espa?a, por supuesto- y est¨¢ en uno de sus peores momentos en el resto del mundo. Por razones que no hace falta explicar, Garz¨®n y Bush son su cara y su cruz.
Decir que localmente la democracia funciona bien y que globalmente funciona mal es inaceptable e hip¨®crita
?Pero qu¨¦ es el Estado de derecho? En primer lugar, el Estado de derecho es aquella forma de organizaci¨®n social en la cual gobiernan las leyes y no los hombres: la libertad de las personas no debe estar sometida a la voluntad de una persona o grupo social, sino s¨®lo a la ley, al derecho. Este es, sin duda, un elemento esencial de todo Estado de derecho, pero no es algo nuevo en la historia ni lo explica en su totalidad. No es nuevo porque, en efecto, ya Sol¨®n y Cl¨ªstenes, en la Grecia precl¨¢sica sosten¨ªan una f¨®rmula parecida. De acuerdo con ella, un Estado en el cual existieran leyes y el poder pol¨ªtico se sometiera a las mismas y las hiciera cumplir, ya ser¨ªa un Estado de derecho. Desde este punto de vista, el Estado de derecho ser¨ªa, simplemente, un Estado con leyes, sean ¨¦stas cuales fueran. Sin embargo, ello puede conducir a aberraciones tales como, por ejemplo, considerar que Hitler, al aplicar las leyes que discriminaban y persegu¨ªan a los jud¨ªos, estaba actuando conforme a las reglas de un Estado de derecho.
En conclusi¨®n, es un elemento esencial pero claramente insuficiente. Para definir el Estado de derecho actual hay que a?adirle, b¨¢sicamente, dos nuevos elementos: primero, que estas leyes sean fruto del acuerdo entre los hombres -requisito democr¨¢tico-, y segundo, que la ¨²nica finalidad del Estado sea construir una sociedad de hombres libres e iguales -requisito social-. Tras las revoluciones democr¨¢ticas y socialistas, el Estado de derecho de hoy es un Estado de derecho democr¨¢tico y social en el cual la ley es expresi¨®n de la voluntad de la mayor¨ªa, y la libertad y la igualdad de las personas -su igual grado de libertad- se expresa en un n¨²cleo de derechos a los que se suele denominar derechos fundamentales o derechos humanos. No se trata, por tanto, simplemente de un Estado con leyes, cualesquiera que sean sus finalidades, sino de un Estado con leyes producto de la voluntad humana y con una ¨²nica finalidad: constituir una sociedad de hombres libres e iguales.
?Cu¨¢l es hoy el estado del Estado de derecho en el mundo? Garz¨®n y Bush, dos s¨ªmbolos contrapuestos: la defensa de la legalidad y de los derechos humanos en Espa?a; la arbitrariedad y el desprecio por el derecho internacional en el mundo. Son, ciertamente, en su actuaci¨®n personal, a lo largo de todo el a?o, dos s¨ªmbolos contrapuestos. Pero no podemos desligar lo que pasa en Espa?a o en Europa occidental de lo que sucede en el resto del mundo. Decir que localmente la democracia funciona bien y que globalmente funciona mal es un planteamiento inaceptable e hip¨®crita porque hoy lo local y lo global son indeslindables.
Un Estado de derecho puede funcionar razonablemente bien cuando las tensiones sociales no son excesivas. Por tanto, la igualdad social es un dato previo al pleno ejercicio de los derechos fundamentales que supone un Estado de derecho. Aun siendo grande la desigualdad entre las personas en el interior de las sociedades desarrolladas la situaci¨®n mundial es infinitamente peor. Andr¨¦s Ortega nos lo recordaba la pasada semana en su art¨ªculo de los lunes en El PA?S: el 6% de los habitantes de la Tierra poseen el 59% de su riqueza; el 80% habita en viviendas indignas y sufre guerra, tortura y hambre; el 70% son analfabetos; s¨®lo el 1% posee ordenador, el 8% tiene cuenta en un banco o algo de dinero en efectivo y el 25% posee nevera, ropa y un techo sobre la cabeza. Acerca de estas profundas desigualdades sociales es imposible construir un Estado de derecho tal como lo entendemos hoy en Occidente.
Pero la actual econom¨ªa mundial globalizada, abierta y centralizada, est¨¢ dirigida por los poderosos grupos econ¨®micos de los pa¨ªses en los que el Estado de derecho, decimos, funciona bien. O dicho de forma m¨¢s directa: los grupos econ¨®micos dominantes occidentales son los responsables de la desigualdad social del mundo, ya que dirigen su econom¨ªa. Si aceptamos esta premisa, que me parece indiscutible, debemos aceptar tambi¨¦n que algo funciona mal en nuestro Estado de derecho. Quiz¨¢ sea razonable decir que los principios del Estado de derecho se aplican de forma bastante satisfactoria en el interior de nuestras sociedades, pero tambi¨¦n es razonable pensar que al contemplar la tr¨¢gica realidad mundial no podemos eludir nuestra responsabilidad: se trata de un mundo injusto y desigual hecho a la medida de la satisfacci¨®n de nuestras propias necesidades.
Tras el triunfo de Lula en Brasil, un importante broker de Wall Street dijo, con fr¨ªa sinceridad, que el l¨ªder brasile?o hab¨ªa ganado las elecciones de su pa¨ªs, pero que le faltaba a¨²n por ganar unas segundas elecciones: las de los mercados financieros. Este es un ejemplo del estado del Estado de derecho en el mundo. Los gobiernos democr¨¢ticos, salidos de una elecciones, deben pedir permiso a los poderes econ¨®micos para que sean aceptadas sus decisiones: el poder -o una parte sustancial del mismo- no est¨¢ en el pueblo, sino en los mercados financieros, estos aparentemente an¨®nimos sujetos pol¨ªticos sin legitimidad democr¨¢tica alguna en un Estado de derecho. Y los mercados financieros se dirigen, sin control alguno, desde Nueva York, Londres, Francfort y Tokio.
El Estado de derecho no s¨®lo funciona mal en el mundo: tambi¨¦n funciona mal en Occidente.
Francesc de Carreras es catedr¨¢tico de Derecho constitucional de la UAB.
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