?Para qu¨¦ la ciencia?
La crisis producida por el vertido del Prestige, como hace alg¨²n tiempo los casos de las denominadas vacas locas, el accidente de Aznalc¨®llar con sus consecuen-cias para el ecosistema de Do?ana o los posibles efectos de radiaciones electromagn¨¦ticas, ha sacado a la palestra, una vez m¨¢s, la cuesti¨®n de la ciencia en Espa?a. Es inevitable que sea as¨ª, aunque no sea el mejor escenario para una discusi¨®n cabal del papel de la ciencia en un pa¨ªs en el que tal discusi¨®n se intensifica precisamente en momentos de desgracias, en situaciones de crisis.
Es absolutamente cierto que, citando algunas manifestaciones aparecidas estos d¨ªas, Espa?a es "un pa¨ªs de poca ciencia", o que "la existencia de una comunidad cient¨ªfica fuerte e independiente es un elemento clave para resolver los problemas que plantea de forma repetida nuestro mundo moderno". S¨ª, es cierto que vivimos en un mundo cuyas caracter¨ªsticas hacen que sea imprescindible poseer extensos "dep¨®sitos" de conocimientos cient¨ªficos. M¨¢s a¨²n, que vivimos en un mundo penetrado por la ciencia y la tecnolog¨ªa en tal medida que aumenta nuestra indefensi¨®n cuanto menor es nuestro grado de familiaridad con esa ciencia y esa tecnolog¨ªa. Hay evidentemente que escuchar a los cient¨ªficos y dar la bienvenida o exigir su ayuda y conocimientos, m¨¢s a¨²n en momentos de crisis. Pero al mismo tiempo hay que tener muy claras algunas ideas acerca de lo que es y lo que puede ofrecer la ciencia, a la que yo considero, me apresuro a se?alar, la mayor fuerza liberadora a disposici¨®n de la especie humana; liberadora de errores, mitos, servidumbres y limitaciones f¨ªsicas (aunque no debemos olvidar otros, como la idea de justicia). La ciencia es, en efecto, el mejor instrumento que poseen los humanos para resolver problemas relacionados con la naturaleza que les rodea, pero la ciencia no puede resolver todos los problemas. O dicho de otra forma: no todos los problemas tienen soluci¨®n, o no lo tienen en el lapso de tiempo que ser¨ªa necesario para evitar algunos de los problemas que a veces afectan, de repente o no, a la sociedad, problemas como pueden ser los agujeros de la capa de ozono o el sida. Sabemos demasiado bien cu¨¢ntas esperanzas se depositaron hace algunas d¨¦cadas en la capacidad del conocimiento tecnocient¨ªfico para que encontrase una soluci¨®n a los problemas energ¨¦ticos de la humanidad. No eran pocos los que pensaban, e incluso proclamaban, algo as¨ª como: "No importa que expoliemos los recursos energ¨¦ticos procedentes de dep¨®sitos f¨®siles, producto de procesos que han llevado millones de a?os. La ciencia nos resolver¨¢ el problema". Hoy no es tan f¨¢cil que alguien se manifieste con tanta seguridad. ?Y qu¨¦ decir del c¨¢ncer! En 1971, Nixon estableci¨® en Estados Unidos un gran proyecto que pondr¨ªa final, pensaba ¨¦l, en pocos a?os a ese terrible y tan extendido mal que es el c¨¢ncer. Es bien sabido que no ha pasado a la historia precisamente por convertir aquel espl¨¦ndido y humanitario sue?o suyo en realidad.
Si esto no se comprende, si no se sabe que la ciencia es un instrumento maravilloso de conocimiento y de actuaci¨®n, pero que tiene sus l¨ªmites y sus tiempos propios y variables, puede suceder que haya quienes se sientan enga?ados al comprobar, en situaciones de crisis social, cuando desesperadamente necesitan soluciones, que ¨¦stas no llegan tan pronto y eficazmente como cre¨ªan o como algunos les hab¨ªan inducido a pensar. Y que entonces surja alg¨²n tipo de resquemor ante la ciencia. Ser¨ªa un grave error: ?piensa alguien que el que la ciencia no haya sido capaz todav¨ªa de erradicar el c¨¢ncer o el sida significa que la soluci¨®n provendr¨¢ de alg¨²n otro tipo de "conocimiento"? En el caso de los agujeros de ozono, por ejemplo, ?habr¨ªamos sido capaces de darnos cuenta de su existencia, causas y forma de combatirlo sin la ciencia?
Hay, por consiguiente, que reclamar la intervenci¨®n de los cient¨ªficos en situaciones de crisis como la provocada por el Prestige, pero tengamos claro tambi¨¦n otras cosas, como el no caer en la tentaci¨®n de hacer unos h¨¦roes o unas personas de probada altura moral a los cient¨ªficos. Durante estos d¨ªas he escuchado manifestaciones que se pueden tomar (no digo que quienes las han aireado piensen de esta manera) en el sentido de que los cient¨ªficos constituyen el contrapunto de pol¨ªticos y gobernantes, que con frecuencia intentan promover las opiniones que m¨¢s les convienen, mientras que los cient¨ªficos representan el paradigma de la independencia de juicio. Ahora bien, una cosa es que los resultados cient¨ªficos no deban estar mediatizados por ning¨²n inter¨¦s, que el proceso de la investigaci¨®n cient¨ªfica deba ser objetivo en grado sumo, y otra muy diferente que cuando los cient¨ªficos manifiestan opiniones relativas a la pr¨¢ctica de sus disciplinas (sobre, por ejemplo, qu¨¦ ramas de la ciencia hay que apoyar m¨¢s, o acerca de la probabilidad y relevancia social de investigaciones concretas) no puedan ser, ellos tambi¨¦n, parciales en ocasiones. Por eso precisamente, porque inevitable y acaso leg¨ªtimamente, los cient¨ªficos son individuos que no se pueden sustraer a sus propias y personales (o institucionales) expectativas (modelos de sociedad, ambiciones profesionales, visiones e inclinaciones cient¨ªficas), no son los momentos de crisis los mejores para tomar decisiones de pol¨ªtica cient¨ªfica que puedan afectar profunda y largamente a una pol¨ªtica global. En semejantes momentos, la perspectiva suele o puede estar deformada y las ocasiones para el ventajismo y el oportunismo, mucho mayores, porque cient¨ªficos, buenos cient¨ªficos, oportunistas y ventajistas tambi¨¦n los hay, como en cualquier otra profesi¨®n. Si es preciso -lo es- tomar decisiones en esos momentos, extr¨¦mense las precauciones y no se tomen de forma tal que hipotequen futuros dise?os de pol¨ªtica cient¨ªfica. La ciencia espa?ola no puede vivir a expensas de tragedias.
Otra raz¨®n por la que las situaciones de crisis no son las mejores para discusiones sobre pol¨ªticas cient¨ªficas con implicaciones generales es porque la dimensi¨®n "aplicada" de la ciencia, de favorecer a la ciencia por su utilidad social, se intensifica entonces. Y bastante intensificado est¨¢ ya este sentimiento hoy d¨ªa. No creo ser sospechoso de favorecer una visi¨®n idealista de la ciencia, una visi¨®n que se ensimisme en el valor, por encima de todo, de la ciencia "pura": en bastantes oportunidades he recalcado la importancia que para la ciencia "b¨¢sica" tiene la tecnolog¨ªa, y que las fronteras entre ambas son con frecuencia borrosas. Por eso mismo di la bienvenida, en estas mismas p¨¢ginas, a la creaci¨®n de un Ministerio de Ciencia y Tecnolog¨ªa al inicio de la presente legislatura. Pero cuando esa legislatura camina ya hacia su t¨¦rmino, el balance de seme-jante ministerio se me antoja poco positivo para la ciencia nacional. No s¨®lo por los problemas en la distribuci¨®n de recursos, denunciados repetidamente por los cient¨ªficos (por no hablar de que el Gobierno ha incumplido la promesa que hizo de aumentar sustancialmente el presupuesto para investigaci¨®n, acerc¨¢ndonos a los de pa¨ªses m¨¢s avanzados), sino tambi¨¦n por lo abrumadoramente mucho que sus dos titulares
han hablado de cuestiones -importantes sin duda- tecnol¨®gicas e industriales y el raqu¨ªticamente escaso tiempo que han dedicado en sus intervenciones a la ciencia. Si como ejemplo sirve un bot¨®n, mencionar¨¦ la reciente intervenci¨®n del ministro Piqu¨¦ en el Club Siglo XXI, intervenci¨®n sin duda bienintencionada, pero en la que, y a pesar de lo prominente que inclu¨ªa en su t¨ªtulo la palabra "ciencia", se ocup¨® en realidad casi exclusivamente de cuestiones "tecnol¨®gicas" (como desgravaciones a empresas para que dediquen mayores recursos a I+D+i, esto es, a investigaci¨®n+desarrollo+innovaci¨®n), con no demasiadas y generalmente vac¨ªas manifestaciones sobre la ciencia. El VI Programa Marco de Investigaci¨®n y Desarrollo de la Uni¨®n Europea para I+D es otro ejemplo del abrumador esp¨ªritu tecnol¨®gico del tiempo en el que vivimos. Sucede, sin embargo, que la l¨®gica y din¨¢mica de los intereses de la industria son complejos e impredeciblemente variables (como muestran los descalabros producidos por muchos valores tecnol¨®gicos en la Bolsa), que el I+D es una condici¨®n necesaria, pero no suficiente, para el ¨¦xito econ¨®mico e industrial y que no es seguro que por muchas facilidades fiscales que se ofrezcan la soluci¨®n al problema de la ciencia en Espa?a -que es tambi¨¦n en cierta medida "el problema de Espa?a"- vaya a venir de la industria, aunque es evidente que las carencias en este punto son muy importantes. No podemos olvidar a la ciencia m¨¢s fundamental, a, por ejemplo, la matem¨¢tica m¨¢s abstracta e intrincada o a la f¨ªsica te¨®rica m¨¢s dif¨ªcilmente comprobable y aplicable hoy por hoy.
El actual Ministerio de Ciencia y Tecnolog¨ªa surgi¨® de una mezcla del antiguo Ministerio de Industria junto con obligaciones del de Educaci¨®n y Ciencia (en alguna de sus pasadas nomenclaturas). Pues bien, la parte de Industria se ha comido a la de Ciencia, algo que, por cierto, est¨¢ teniendo repercusiones negativas en el mundo de la universidad, que tiene que convivir con las dos instituciones que controlan educaci¨®n e investigaci¨®n y que encuentra dificultades para hallar un lugar reconocido. No est¨¢ claro qui¨¦n debe asumir ahora los, difusos, deberes del fomento de la ciencia como cultura, en tanto que la promoci¨®n de la cultura es en principio uno de los deberes del actual Ministerio de Educaci¨®n, Cultura y Deportes. Aunque la cultura no es sino todo aquello que ocurre en una comunidad, la cultura cient¨ªfica necesita m¨¢s ayudas del Estado y de las instituciones que ¨¦ste controla. La ciencia y los cient¨ªficos espa?oles necesitan ayuda, ayuda sistem¨¢tica, constante, para que la ciencia se inserte en la cultura m¨¢s b¨¢sica y popular. Las instituciones cient¨ªficas espa?olas no son todav¨ªa lo suficiente poderosas, est¨¢n lo suficientemente organizadas o son lo suficientemente conscientes como para llevar a cabo esa tarea, y los cient¨ªficos que alzan su voz en este sentido no son demasiados.
Uno de los nutrientes fundamentales de la cultura de un pueblo se forma en la escuela, por supuesto. De manera que se deber¨ªa mejorar la presencia y situaci¨®n de la ciencia en la ense?anza b¨¢sica. Especialmente maltratada se encuentra la asignatura de F¨ªsica y Qu¨ªmica, y los gritos, entre desesperanzados e irritados, de los profesores de instituto se pueden o¨ªr desde hace mucho por todo aquel que tenga o¨ªdos. Ahora bien, de nuevo en este punto es preciso ser cuidadosos y buscar mejoras educativas en las que ciencias y humanidades vayan de la mano. No se trata, no se debe tratar nunca, de una guerra entre ciencias y letras, con el peregrino argumento de que vivimos en un mundo dominado por la ciencia y la tecnolog¨ªa. Precisamente porque en buena medida es as¨ª y porque la raz¨®n econ¨®mica, que encuentra en la tecnociencia un vital aliado, se ha constituido en todopoderosa ideolog¨ªa, no debemos perder de vista el horizonte de la humanidad, el qu¨¦ queremos hacer con nuestras vidas. No nos debemos dejar arrastrar por la din¨¢mica o deseos de los cient¨ªficos o tecnocient¨ªficos, que con frecuencia se mueven por l¨®gicas internas a su profesi¨®n y disciplina. El I+D+i es un arma cargada de ideolog¨ªa, de inmensos beneficios posibles, pero tambi¨¦n del no menos tremendo peligro de llevarnos a lugares a los que ni siquiera nos hemos planteado si queremos ir. Por otra parte, en sociedades democr¨¢ticas no es admisible que los poderes p¨²blicos no favorezcan discusiones abiertas y razonablemente r¨¢pidas de cuestiones que suscita la ciencia actual y cuyas implicaciones afectan a todos. Estoy pensando naturalmente en el caso de las c¨¦lulas madres, en el que el Gobierno ha llevado a cabo una pol¨ªtica oscura, lenta y en la que muchos han encontrado o cre¨ªdo encontrar indicios de parcialidad ideol¨®gica: ?por qu¨¦ no se ha debatido en el Parlamento, como se hace con otros casos, la composici¨®n de la comisi¨®n creada para estudiar el problema?
Es preciso que la ciencia forme parte en Espa?a de nuestro discurso civil, que exista sobre ella un pacto de Estado, cuanto m¨¢s independiente de avatares pol¨ªticos, mejor. Pero nunca, insisto en este punto, un pacto, un discurso, ajeno a lo que, para entendernos, podemos llamar humanidades. Necesitamos ver la ciencia, sus contenidos y posibilidades que abre, desde el prisma de la vida, de todo aquello que lenta y laboriosamente ha conducido a crear lo que somos, a configurar la condici¨®n humana. Si no logramos en las cuestiones fundamentales de nuestra existencia un consenso ¨¦tico que sea fruto de un debate social lo m¨¢s amplio y libre de prejuicios posible, ilustrado y enriquecido por todos esos saberes (como la filosof¨ªa, las culturas y lenguas cl¨¢sicas, el derecho o la historia) que han ennoblecido a los humanos y dejamos que sean los avances tecnocient¨ªficos los que establezcan lo que es ¨¦tico y lo que no lo es, si no integramos la ciencia en la vida, en el lenguaje, en la historia, en la cultura, en nuestras esperanzas y desesperanzas, en nuestras ilusiones y en nuestros temores, si no logramos todo esto no ser¨¢ extra?o que haya quienes insistan -y habr¨¢ que decir con dolor: "con raz¨®n"- en la existencia de dos culturas, separadas, como se?al¨® Charles Snow, por un abismo de profunda incomunicabilidad. Y lo peor es que todos perderemos con ello.
Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron es catedr¨¢tico de Historia de la Ciencia en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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