Rusos
Resulta dif¨ªcil para el oyente espa?ol calibrar un recital cuyo programa, aunque aparezca iniciando un ciclo de Lied, est¨¢ ¨ªntegramente basado en la canci¨®n culta rusa, g¨¦nero ¨¦ste que escasea en nuestros auditorios. Excepci¨®n hecha de los dos primeros bises, toda la actuaci¨®n del bar¨ªtono Vladimir Chernov estuvo dedicada a compositores de su pa¨ªs, con obras que, pese a los rasgos en com¨²n con el Lied m¨¢s programado (Schubert, Schumann, Brahms, Wolf, Mahler, etc), presentan las suficientes particularidades como para dudar en cuanto a la ¨®ptica adecuada en su valoraci¨®n. Cierto histrionismo, cierta gestualidad, ciertas aproximaciones en exceso directas que ser¨ªan imperdonables, por ejemplo, en el caso de Schubert, podr¨ªan tener en estas canciones, quiz¨¢s, un punto m¨¢s de justificaci¨®n: su car¨¢cter no resulta tan rabiosamente ¨ªntimo y tan ajeno a los excesos como sucede en el Lied alem¨¢n y tambi¨¦n, aunque de otra manera, en la m¨¦lodie francesa.
Ciclo de Lied
Vladimir Chernov, bar¨ªtono. Semjon Skigin, piano. Obras de Borodin, Glinka, Dargomyzhsky, Balakirev, Rubinstein, Arensky, Chaikovski y Gretchaninov. Palau de la M¨²sica. Valencia, 8 de enero de 2003.
Vladimir Chernov, potente bar¨ªtono con un color escorado hacia el del bajo, convenci¨® con Borodin, Glinka y Dargomizhsky en la primera parte. La traducci¨®n de los textos y la m¨²sica misma nos remit¨ªa, sin duda, al universo del Romanticismo, pero ?qu¨¦ distintas aparec¨ªan las obras si las compar¨¢bamos con el Lied centroeuropeo, y qu¨¦ diferente, tambi¨¦n, la manera de abordarlas! Por otra parte, dado que todo ello proviene de la especificidad, nunca negada, de la m¨²sica rusa del XIX, ?c¨®mo separar, en estos casos, la teatralidad del idiomatismo, cuando la canci¨®n rusa se escucha en directo tan espor¨¢dicamente y cuando, en el terreno del disco, ejemplos tan se?eros como el de Boris Christoff pecan a veces de lo mismo?
En la segunda parte se repiti¨® el efecto, aunque con otros autores: un registro medio precioso, una zona grave importante, un agudo bastante menos seguro, una buena compenetraci¨®n con el pianista -que, sin embargo, abus¨® del volumen m¨¢s de una vez-, algo de afectaci¨®n en el enfoque, y ciertos intentos de cantar alg¨²n fragmento a flor de labio (cuarta estrofa de Las turbulentas aguas del Kir), en falsete (frase final de la misma obra) y a media voz (alg¨²n verso de No hace mucho tiempo). Quiz¨¢s, lo m¨¢s interiorizado y lo m¨¢s sincero de todo el recital fue la Canci¨®n de Selim, de Balakirev, que se brind¨®, adem¨¢s, con una voz espl¨¦ndida.
Hubo varios bises. Dos de Verdi (La preghiera del poeta y Brindisi), donde Chernov moder¨® su gestualidad, un Rachmaninov, y una hermos¨ªsima canci¨®n a capella de acervo popular cuya autenticidad -esta vez no cab¨ªan dudas a pesar de la lejan¨ªa geogr¨¢fica- hizo estremecerse a los oyentes m¨¢s que cualquier otra obra del recital.
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