La privatizaci¨®n de la guerra
Es bien sabido que muchos Gobiernos ajenos a Estados Unidos se muestran esc¨¦pticos, cuando no claramente contrarios, a una invasi¨®n de Irak dirigida por los estadounidenses. Menos conocida es la divisi¨®n existente entre Estados Unidos y gran parte del mundo respecto a la forma de combatir el terrorismo. Esa divisi¨®n es peligrosa.
No es sorprendente que las actitudes divergieran tan pronto tras la solidaridad inicial que sigui¨® a los atentados terroristas de Nueva York y Washington en septiembre de 2001. Al fin y al cabo, la tragedia del 11 de septiembre tuvo lugar en Estados Unidos, por lo que all¨ª la sensaci¨®n de inmediatez fue mayor y m¨¢s duradera. En Europa, muchos Gobiernos est¨¢n inquietos por temor a asustar a sus poblaciones o a da?ar las relaciones que mantienen con sus minor¨ªas musulmanas. Algunos creen que la pol¨ªtica exterior estadounidense fue en parte responsable del desastre, y que ser¨ªa buena idea distanciarse un tanto de Estados Unidos.
Quiz¨¢ el factor m¨¢s importante que influy¨® en esta divisi¨®n fuera una sensaci¨®n general de d¨¦j¨¤-vu. Europa experiment¨® graves episodios terroristas en los a?os setenta y ochenta, pero consigui¨® superarlos y mantener sus democracias intactas. El terrorismo (piensan la mayor¨ªa de los europeos) es una molestia que hay que solucionar, no un desaf¨ªo que precise un cambio total. Adem¨¢s, la ret¨®rica pol¨ªtica del "mal" y la "guerra" que moviliza a los estadounidenses es ajena a los que prefieren plante¨¢rselo como una gesti¨®n.
Es natural que haya distintas percepciones entre distintas culturas pol¨ªticas. Sin embargo, si no se controlan, estas opiniones enfrentadas podr¨ªan tener efectos peligrosos al limitar la cooperaci¨®n necesaria para abordar puntos vulnerables comunes. Esta cooperaci¨®n es fundamental, porque el terrorismo de hoy es claramente m¨¢s mortal y dif¨ªcil de controlar que sus anteriores versiones.
Hay dos tipos de tendencias. El primer tipo se centra en torno a la econom¨ªa y la tecnolog¨ªa. Las fuerzas del mercado y la apertura se combinan para aumentar la eficacia de muchos sistemas vitales, como el transporte, la informaci¨®n y la energ¨ªa, pero tambi¨¦n los hacen m¨¢s vulnerables.
La democratizaci¨®n de la tecnolog¨ªa hace posible que los instrumentos de destrucci¨®n masiva sean m¨¢s peque?os y m¨¢s baratos y que se pueda acceder a ellos m¨¢s f¨¢cilmente. Mientras que antes las bombas y los temporizadores eran pesados y caros, ahora los explosivos pl¨¢sticos y los temporizadores digitales son ligeros y baratos. A veces secuestrar un avi¨®n cuesta s¨®lo un poco m¨¢s que el billete.
La revoluci¨®n de la informaci¨®n tambi¨¦n ha ayudado a los terroristas, proporcion¨¢ndoles medios de comunicaci¨®n y organizaci¨®n baratos que permiten universalizarse a unos grupos que anteriormente estaban restringidos a las jurisdicciones policiales locales y nacionales. Hace treinta a?os, la comunicaci¨®n mundial instant¨¢nea estaba restringida b¨¢sicamente a grandes entidades (como Gobiernos, multinacionales o la Iglesia cat¨®lica) con grandes presupuestos. Internet hace que sea pr¨¢cticamente gratis.
El segundo tipo de tendencias refleja los cambios en la motivaci¨®n y organizaci¨®n de los grupos terroristas. A mediados del siglo XX, los terroristas sol¨ªan tener unos objetivos pol¨ªticos relativamente bien definidos, a los que la destrucci¨®n masiva sol¨ªa hacer un flaco favor. Muchos recib¨ªan apoyo de los Gobiernos y ¨¦stos encubiertamente los controlaban.
A finales del siglo se desarrollaron grupos radicales al margen de muchas religiones. Los m¨¢s numerosos fueron las decenas de miles de j¨®venes musulmanes que fueron a luchar contra la ocupaci¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n. El terrorismo se fue haciendo m¨¢s brutal e indiscriminado conforme los motivos pasaron de ser objetivos limitados y pol¨ªticos a ilimitados o retributivos reforzados por promesas de recompensa en una vida posterior.
La organizaci¨®n tambi¨¦n cambi¨®. La red de Al Qaeda compuesta por decenas de miles de personas vagamente afiliadas en c¨¦lulas en unos 60 pa¨ªses le proporciona una escala que sobrepasa lo visto hasta la fecha.
Ambas tendencias hacen que sea m¨¢s dif¨ªcil abordar el terrorismo. Hoy la atenci¨®n se centra en el terrorismo asociado al extremismo isl¨¢mico. Pero ser¨ªa un error fijarnos s¨®lo en los terroristas isl¨¢micos, porque se ignorar¨ªan los efectos m¨¢s amplios de la democratizaci¨®n de la tecnolog¨ªa y el conjunto m¨¢s amplio de desaf¨ªos a los que hay que plantar cara.
Las nuevas tecnolog¨ªas han puesto en manos de grupos e individuos descarriados poderes destructivos que antiguamente estaban limitados a los Gobiernos. Todo gran grupo de seres humanos incluye miembros que se apartan de la norma. Algunos se inclinan por la destrucci¨®n. Recordemos que un fan¨¢tico estadounidense enfrentado al Gobierno, Timothy McVeigh, perpetr¨® el peor atentado terrorista en Estados Unidos antes del 11 de septiembre de 2001. De igual forma, la secta de Aum Shinrykio, que lanz¨® gas venenoso sarin en el metro de Tokyo en 1995, no ten¨ªa ninguna relaci¨®n con el islam.
De hecho, sea cual sea la fuente del terrorismo, su efecto mortal crece. En la d¨¦cada de los setenta, el ataque palestino contra los atletas israel¨ªes en las Olimpiadas de M¨²nich o las matanzas perpetradas por las Brigadas Rojas segaron docenas de vidas. En los a?os ochenta, los extremistas sij pusieron una bomba en un vuelo de Air India que mat¨® a 325 personas. La destrucci¨®n de las Torres Gemelas de Nueva York cost¨® varios miles de vidas.
Si extrapolamos estas tendencias y suponemos que alg¨²n grupo descarriado logra acceder a materiales biol¨®gicos o nucleares, es posible imaginar a terroristas asesinando a millones de personas. Para matar a tanta gente, unos descentrados como Hitler o Stalin necesitaron un Gobierno totalitario. Pero ahora es f¨¢cil imaginarse a grupos y/o individuos alienados matando a millones sin apoyo del Estado. Esta "privatizaci¨®n de la guerra" cambia radicalmente la pol¨ªtica mundial.
El siguiente paso en la escalada del terrorismo tendr¨¢ profundas repercusiones en la naturaleza de las civilizaciones urbanas. ?Qu¨¦ ocurrir¨¢ con nuestro deseo de vivir y trabajar en las ciudades, con los precios de los pisos, con los museos y los teatros si, en un futuro atentado, se destruyera la zona baja de Manhattan o la orilla izquierda de Par¨ªs en vez de destruir dos edificios de oficinas?
El terrorismo de hoy no tiene nada que ver con el terrorismo de los a?os setenta del IRA, ETA o las Brigadas Rojas. No una, sino muchas sociedades son vulnerables a ¨¦l. No hay que estar de acuerdo con toda la ret¨®rica o la pol¨ªtica de George W. Bush para reconocer que tiene raz¨®n en un punto importante. Lo que era corriente hasta ahora no ser¨¢ suficiente.
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