Carta de amor
La carta que Aznar y otros han dirigido a Am¨¦rica comienza hablando del v¨ªnculo, del v¨ªnculo que nos une, seg¨²n dicen nada m¨¢s comenzar. Y ya se sabe qu¨¦ es eso del v¨ªnculo, la relaci¨®n indisoluble, lo que defiende el Tribunal de la Rota, el matrimonio, en definitiva. A riesgo de que me tachen de superficial, este culebr¨®n de la guerra de Irak me est¨¢ sonando cada vez m¨¢s a un conflicto de pasi¨®n rom¨¢ntica. Me apresuro a a?adir, para guardarme las espaldas, que el amor, el impulso hacia la vida, siempre va acompa?ado del instinto de destrucci¨®n, algo que nos explic¨® hace alg¨²n tiempo un viejo europeo. El caso es que afirman, en una declaraci¨®n abierta, que el v¨ªnculo que nos une (...) son los valores que compartimos. ?Qu¨¦ bonito! ?Cu¨¢nta delicadeza! Nada de sexo, s¨®lo escarceos espirituales. Reconozco que a m¨ª estas cosas me emocionan mucho.
Mientras tanto, el resto de los pretendientes utilizan una estrategia de cortejo distinta que tampoco es nada despreciable. En el momento en que Am¨¦rica la nueva est¨¢ a punto de parir una guerra, Europa la vieja simula los dolores del parto. Es la covada, ya saben, esa costumbre ancestral por la que el supuesto padre imita las molestias y caracter¨ªsticas del embarazo de una madre para poder as¨ª reafirmar sus derechos y asegurar sus poderes, una pr¨¢ctica que se limita actualmente a acompa?ar a la mujer al ginec¨®logo para dejar bien clara la te¨®rica paternidad. Pues as¨ª estamos, unos mandando cartas descaradas, aunque espirituales, otros mostrando el dolor y el sufrimiento del embarazo para reclamar m¨¢s adelante sus derechos, y la madre coqueteando con unos y otros mientras observa feliz los ¨²ltimos d¨ªas de gestaci¨®n.
No todo es dicha en esta relaci¨®n, como siempre ocurre. Tiene sus momentos malos y surge entonces la disputa, los insultos, los desprecios. La madre llama viejos a algunos pretendientes, porque sabe que ataca la virilidad del macho y porque, como a todas las madres, le obsesiona lo nuevo. El aspirante alem¨¢n, siempre preocupado por la estirpe y la identidad cultural, le recuerda que entre sus apellidos hay algunos que suenan a "pat¨¢n", a zafio y tosco. El franc¨¦s recurre a sus viejas glorias, se pone chovinista y la manda a paseo, pero en franc¨¦s. No hay que alarmarse, son esos momentos en que la l¨ªbido se exalta y se vuelve torpe, infantil, descarada. No hay maldad en el insulto, casi produce ternura asistir a estas t¨ªpicas disputas de enamorados.
Si no fuera porque Sadam es un poco bruto, las cosas se podr¨ªan arreglar mejor. Al fin y el cabo, lo ¨²nico que le piden es que devuelva las armas que le prestaron. Pero nada, m¨¢s occidental que nadie, s¨®lo sabe repetir aquello de que lo que se da no se quita. Tambi¨¦n podr¨ªa ver m¨¢s publicidad y, como en el anuncio, tomarse un sorbo de la chispa de la vida para hacer de correveidile entre las parejas que tienen el v¨ªnculo maltrecho.
Cartas de amor, pretendientes, disputas, embarazos, devu¨¦lveme todo lo que te di, son los elementos t¨ªpicos de un culebr¨®n rom¨¢ntico. L¨¢stima de muertos, miles de muertos que no podr¨¢n escribir cartas de amor, para que otros puedan repartirse los valores. Si se prohibieran los muertos y dejaran de tocarnos los valores, el resto me ser¨ªa absolutamente igual. Por mi, como si se casan.
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