Realismo ante la guerra
El realismo es un principio de an¨¢lisis de las relaciones internacionales que se basa en dos axiomas: primero, el criterio rector de las relaciones exteriores de un Estado son sus propios intereses, debidamente jerarquizados, a partir de su inter¨¦s vital. Segundo, el mejor servicio de dicho inter¨¦s s¨®lo es posible acomod¨¢ndose a las concretas estructuras de poder que rigen entre los Estados.
Es claro que hoy d¨ªa, cancelada la guerra fr¨ªa, la estructura de poder est¨¢ dominada por la hegemon¨ªa de todo tipo, pero especialmente militar, de los Estados Unidos de Am¨¦rica. Una hegemon¨ªa que, mediante la universalizaci¨®n de su "destino manifiesto", ha dado al traste con el orden internacional hasta ahora vigente. Dicha doctrina, formulada en 1911 por Root, y a la que la Administraci¨®n de Bush ha dado alcance planetario siguiendo una coherente l¨ªnea expansiva (la extensi¨®n de la Doctrina Monroe en 1914, 1940, 1954 [Dulles], la doctrina Truman en 1947, la doctrina Eisenhower en 1957, la doctrina Kennedy en 1960 y el Nuevo Concepto Estrat¨¦gico en 1991), se basa en un derecho al liderazgo, apoyado en la fuerza y legitimado por la propia superioridad moral. Primero sirvi¨® para impugnar el principio de equilibrio en pro de la ¨¦tica; despu¨¦s, para impugnar las normas universales, hasta establecer lo que el denostado Schmitt denominar¨ªa un nuevo Nomos (enti¨¦ndase distribuci¨®n) de la tierra. El moralismo que va de Jefferson a Wilson sirve as¨ª de motor al realismo personificado por Jackson, Th. Roosevelt y, ahora, Bush.
No trato de analizar los pros y los contras de esta nueva realidad ni de saber, como dec¨ªa hace d¨ªas un ministro de Qatar, qui¨¦n ser¨¢ el que vaya despu¨¦s de Irak. En palabras de alguien tan poco sospechoso de antiamericanismo como el analista George Friedman, la hipot¨¦tica amenaza iraqu¨ª es una raz¨®n para la guerra, pero no la raz¨®n de la guerra. Su motivaci¨®n es, a todas luces, afirmar la hegemon¨ªa norteamericana en Oriente Medio. Y, se trate o no de una "pol¨ªtica de poder disfrazada", ¨¦sa es la realidad con la que hay que contar. En su reciente visita a Madrid, el profesor Vergontini lo ha dejado claro. A su juicio, la hegemon¨ªa de los Estados Unidos ha generado un nuevo derecho internacional. Plat¨®n lo expres¨® de modo insuperable: "H¨¦rcules... estim¨® que, de acuerdo con el derecho natural..., los bienes del m¨¢s d¨¦bil y menos vigilante eran propiedad del mejor y del m¨¢s fuerte" (Georgias, 484, b y c).
Es, a la luz de tal circunstancia, como cada Estado ha de procurar su inter¨¦s nacional. Los primeros, sin duda, los propios Estados Unidos, donde no faltan voces tan autorizadas como, entre otras, las de dos ex presidentes (Carter y Clinton), los generales con directa experiencia b¨¦lica y varias decenas de premios Nobel de toda lecci¨®n y orientaci¨®n pol¨ªtica, que se oponen al ataque unilateral contra Irak, no por considerarlo inmoral, sino porque estiman que pone en riesgo a su pa¨ªs y erosiona su prestigio en el mundo que pretende y debe liderar. La desmesura cualitativa de la omnipotencia es tan peligrosa como la hiperextens¨ª¨®n cuantitativa de las responsabilidades.En efecto, cuando se exageran los rasgos unilaterales de la hegemon¨ªa, el hegem¨®n se acerca a un peligroso abismo nihilista, para salvarse del cual no basta la autocontenci¨®n. Al faltar el equilibrio de otros poderes, las instituciones internacionales son indispensables; pero las instituciones se agostan si se las reduce a la inoperancia, porque se prescinde de ellas, o a la irrelevancia, cuando simplemente se las manipula.
De entre los aliados, Gran Breta?a no puede desperdiciar la ocasi¨®n de reavivar una relaci¨®n especial con los Estados Unidos, de la que sale muy beneficiada y en la cual la camarader¨ªa de las armas -posible s¨®lo cuando se tiene un ej¨¦rcito poderoso como el brit¨¢nico es- resulta tan importante como la comunidad ling¨¹¨ªstica. La "excepci¨®n francesa" y la "v¨ªa alemana" encuentran en sus reticencias ocasi¨®n para afirmarse. Rusia no puede ver con malos ojos un conflicto que, si se prolonga, revalorizar¨¢ extraordinariamente sus recursos energ¨¦ticos y, en todo caso, erosiona la autoridad moral de quien, como se?alara Tocqueville, est¨¢ llamado a ser su adversario cualesquiera que sean las formas pol¨ªticas de uno y otro pa¨ªs. La Uni¨®n Europea muestra, una vez m¨¢s, no tener intereses propios, lo cual es l¨®gico porque carece de un verdadero cuerpo pol¨ªtico. Pero si lo m¨¢s probable es que la discrepancia entre sus miembros ante el conflicto y el subsiguiente encarecimiento del petr¨®leo da?en su fr¨¢gil estructura, tambi¨¦n hay quien piensa que un fracaso angloamericano -nadie es por definici¨®n invencible, y asumirlo es muestra de verdadero realismo- podr¨ªa empa?ar la ya muy dividida opini¨®n brit¨¢nica, de allende hacia este lado del Atl¨¢ntico, es decir, a una mayor integraci¨®n europea. El inter¨¦s nacional iraqu¨ª, si existiese, y el patriotismo de sus dirigentes exigir¨ªan, probablemente, la dimisi¨®n de Sadam Husein. ?Acaso no vale m¨¢s que perezca un hombre por todo el pueblo?
?Cu¨¢l es el inter¨¦s espa?ol? Irak no afecta a nuestro inter¨¦s vital, aunque la marea negra y la inmigraci¨®n clandestina s¨ª, pero puede afectar a lo que el Libro Blanco de Defensa denominaba "otros intereses". Sin duda, la alianza con los Estados Unidos, que pol¨ªtica, econ¨®mica y estrat¨¦gicamente nos es fundamental. Esto es lo que el presidente del Gobierno debiera explicar de una vez en el Congreso de los Diputados, a?adiendo todos los argumentos que a los profanos no nos es dado intuir. Y hacerlo en un tono tal que procure aunar criterios y no despreciar al resto de la oposici¨®n para anegarla despu¨¦s en los votos de una mayor¨ªa absoluta. La decisi¨®n parlamentaria no debe arriesgarse a contradecir frontalmente la opini¨®n p¨²blica ni a tajarla por medio. En respetar esa opini¨®n y prestigiar las instituciones radica tambi¨¦n el inter¨¦s del Estado. As¨ª lo han hecho reiteradamente el propio Bush y todos los jefes de Gobierno de pa¨ªses afectados. El ejemplo de Blair es elocuente. Cuanto m¨¢s comprometido se decide estar en el conflicto, tanto m¨¢s es necesario obtener y, en todo caso, intentar un consenso democr¨¢tico, si no se puede en la opini¨®n, al menos en la C¨¢mara.
Porque dicho consenso depende del alcance del compromiso, y la leal alianza no exige la mim¨¦tica y est¨¦ril clonaci¨®n de las actitudes del aliado. Requerir¨¢, sin duda, votar en el Consejo de Seguridad y abrir las bases -unas bases cuya utilidad nos conviene demostrar todos los d¨ªas para equilibrar tentadoras alternativas-, a fin de dar todo el apoyo log¨ªstico necesario. Pero es innecesario hacer campa?a pro Bush en plena marea de chapapote ni en la precampa?a municipal. Lo que tal vez sea necesario en la Am¨¦rica profunda no lo es en Toledo. Y es de todo punto imprudente hablar de despliegues militares, superfluos en s¨ª mismos y dif¨ªcilmente explicables en el interior, sobre todo si el ataque se realiza, al rev¨¦s de lo ocurrido en 1991, con ocasi¨®n de la guerra del Golfo, al margen de las Naciones Unidas. Porque en tal caso se tratar¨ªa, t¨¦cnicamente, de una guerra, y su declaraci¨®n deber¨ªa respetar las exigencias del art. 63 de la Constituci¨®n. Lo otro es defraudar la Constituci¨®n. Y, desde luego, no es inter¨¦s de Espa?a apostar por una cultura internacional de la "gran estaca", que puede tener, de puertas adentro, efectos catastr¨®ficos sobre nuestra convivencia democr¨¢tica.
Morgenthau, el padre del neorrealismo americano, se?alaba que una recta apreciaci¨®n del inter¨¦s nacional exige, entre otras cosas, no olvidar los valores -los ¨¦ticos, los jur¨ªdicos, los pol¨ªticos- y el respeto a la letra y el esp¨ªritu constitucional y las normas de correcci¨®n que ello supone, integran el verdadero inter¨¦s estatal espa?ol. No ser¨ªa realista por nuestra parte empe?arnos en introducir valores ¨¦ticos en esta coyuntura de la pol¨ªtica internacional; pero, en su propio inter¨¦s, Espa?a debe conservar y fomentar valores democr¨¢ticos en su escenario dom¨¦stico, informando y escuchando a la ciudadan¨ªa, poniendo en funcionamiento las instituciones representativas y cultivando el pacto y el consenso. Eso es realismo.
Miguel Herrero de Mi?¨®n es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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