Mi¨¦rcoles, 5
El fuerte viento de los ¨²ltimos d¨ªas ha desnudado los pl¨¢tanos del paseo. Les ha arrancado hasta la ¨²ltima hoja. A las seis de la ma?ana, la luz de la farola ilumina los rostros de Paco Mor¨¢n y de Joan Pera gritando ?Mamaa¨¢! (dos, tres horas m¨¢s tarde, si el d¨ªa se presenta soleado, la banderola, azotada por el viento, pierde su aire fantasmal, terror¨ªfico, para convertirse en la jubilosa publicidad de una monta?a rusa).
De siete a ocho, ocho y media, es la hora de los perros. La hora en que los vecinos sacan a cagar al perro. Me los conozco a todos. Por cierto, hablando de perros, me divert¨ª leyendo la cr¨®nica de Empar Moliner sobre el segundo concurso de belleza canina organizado por Conv¨¨rgencia i Uni¨®. Sobre todo cuando describe a esa pareja que se hablan en castellano, pero que a la perra le hablan, le gritan, en catal¨¢n: "Puma, jeu!". Me recuerda a aquellos matrimonios catalanes, catalanes de toda la vida, que despu¨¦s de la guerra, en los primeros a?os de la Victoria, optaron por educar a sus hijos en la lengua del Imperio: entre ellos hablaban en catal¨¢n, pero con los hijos lo hac¨ªan en castellano. Dec¨ªan que lo hac¨ªan para evitarles el desenga?o, la frustraci¨®n que ellos hab¨ªan sufrido, para velar por su futuro. Me pregunto qu¨¦ futuro le aguarda a Puma. Sin lugar a dudas, un futuro de perros, pero ?de perros vencidos o de perros vencedores? En mi barrio, los perros ladran, hablan el mismo idioma que sus due?os. Afortunadamente, no son perros de concurso pol¨ªtico-canino; son perros sencillos, simp¨¢ticos, a veces pu?eteros, perros de barrio. Son las doce, es mi¨¦rcoles y los mi¨¦rcoles tengo almuerzo, en la city. Cojo el gusano en Verdaguer y, en un santiam¨¦n, me escupe en paseo de Gr¨¤cia. Compro los peri¨®dicos y me voy a leerlos a la terraza del Z¨²rich. Al sol, la cara al sol, qu¨¦ gozada. Antes me he dado una vuelta por el FNAC. En la secci¨®n de libros franceses (en franc¨¦s), sus vecinos, los libros ingleses y norteamericanos (en ingl¨¦s), les han conquistado un par de estanter¨ªas. Blair y Bush le muerden la oreja izquierda, la "excepci¨®n cultural", a Chirac. Pero el Maigret nouveau ha llegado puntual para el centenario de Simenon (el pr¨®ximo jueves), con la cara lavada o ligeramente maquillada, como la del Gabin cuarent¨®n. En ediciones de bolsillo, a un precio razonable. En la secci¨®n de v¨ªdeos pillo un Melville: Bob le Flambeur.
Al salir del almuerzo me voy a la Boqueria. Compro alcachofas, habas menudas, guisantes y un ramito de hojas de menta. El gusano me devuelve a casa. Al salir al paseo, el viento sigue azotando los rostros de los c¨®micos, la monta?a rusa est¨¢ a punto de mandarlos al abismo. ?Mamaa¨¢!
Bob le Flambeur se estren¨® en 1956. Los di¨¢logos en argot de Le Breton han envejecido definitivamente el filme. Y digo definitivamente porque es probable que en su d¨ªa, y debido a ese argot, ya naciese viejo. Sin embargo, hay algo de houstoniano en ese filme, del ir¨®nico sarcasmo houstoniano (el de La jungla de asfalto), que lo salva. Y luego est¨¢ ese Pigalle tan poco literario, tan poco arg¨®tico, con sus espl¨¦ndidas im¨¢genes. Y est¨¢ esa chica, Isabelle Corey, de 16 a?os. Una chica mon¨ªsima, una de esas reales mozas que juegan con fuego en el Pigalle de los hombres (g¨¢nsteres o polic¨ªas, tanto monta). Qu¨¦ se hizo de la Corey. ?Se la zamp¨® la Bardot como a tantas otras chicas guapas, como a tantas otras "promesas"?
Llaman a la puerta. Un libro (uno m¨¢s). Seix Barral me hace llegar La tentaci¨®n del fracaso, los diarios del lime?o Julio Ram¨®n Ribeyro. 666 p¨¢ginas -vaya numerito- sin el anexo. Julio Ram¨®n Ribeyro, el autor de Prosas ap¨¢tridas, mi libro de cabecera en aquel verano, horrible, de 1976. Hermoso regalo. Hojeo el diario de Par¨ªs de 1956. "En el jard¨ªn de Luxemburgo pas¨¦ un d¨ªa horrible bajo el m¨¢s hermoso sol de oto?o: mi ¨²nica preocupaci¨®n era escaparme antes de que llegara la mujer que cobra por el derecho de ocupar una silla. No ten¨ªa ni un c¨¦ntimo en el bolsillo". S¨¦ lo que es eso. Habr¨¢ que leerlo, pero no esta noche. Esta noche no quiero ponerme triste: despu¨¦s de la comparecencia de Aznar en el Congreso, me ceno las habas y los guisantes y me veo un par de horas de Betty Boop.
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