El f¨²tbol o la vida
Imaginemos a un antrop¨®logo ajeno a nuestro mundo, un extra?o que llegara a esta ciudad. Pero imagin¨¦mosle tambi¨¦n como un etn¨®grafo inquisitivo, vivamente interesado por las convenciones que rigen la existencia. Para obtener el material preciso, para proceder a su interpretaci¨®n, lo primero que deber¨ªa hacer nuestro invitado es darse un informante. Hablamos del nativo que suministra datos, alguien que se relaciona con el antrop¨®logo porque habla o balbucea su misma lengua o porque su natural avispado lo convierte en comunicativo o temerario. Gracias a su desparpajo, el etn¨®grafo averiguar¨ªa cosas sobre la existencia, sobre las formas del parentesco, sobre las creencias colectivas, sobre el trabajo y el laboreo, sobre el descanso reparador con que nos apaciguamos. Habiendo satisfecho esa pesquisa, nuestro antrop¨®logo podr¨ªa dar significado a un modo de vida que, en principio, le es extra?o y que sin embargo nosotros, los nativos, repetimos cada d¨ªa. Pese al acarreo de informaci¨®n vasta y variada, cotidiana, es muy probable que dicho etn¨®grafo no se conformara y se preguntara por lo excepcional, por los hechos que eventual y colectivamente nos ocurren. No me refiero a la gesta o al cataclismo, sino al juego, a lo festivo, a la juerga multitudinaria, al furor alegre.
Las cosas buenas de la vida suelen ser fruto de la sorpresa, de la espontaneidad. A pesar de que el laboreo o el trabajo son lo ordinario, esa peque?a o gran tortura previsible, rutinaria, que se nos impone desde la maldici¨®n b¨ªblica, no debemos pensar que una celebraci¨®n festiva tenga que ser lo imprevisto, lo que casi nunca sucede o sucede de manera inaudita. La juerga y el juego comunitarios contienen algo de sorpresa, pero no demasiada: suelen ocurrir de manera fija, est¨¢n reglamentados por normas, tienen su propio calendario y en ellos el tumulto es la expresi¨®n o la voz de la colectividad en estado efervescente. En general, los humanos toleramos mal la incertidumbre y necesitamos contener lo ins¨®lito, acotarlo y darle forma. Tanto es as¨ª, que podr¨ªa decirse que tambi¨¦n estos eventos festivos y l¨²dicos precisan ser convertidos en ritos, como concluir¨ªa nuestro etn¨®grafo hipot¨¦tico si siguiera las lecciones de Victor Turner. Esos ritos permiten que la multitud se congregue y se agite alegre o furiosamente para transfigurarse, para expresar las relaciones sociales, el esfuerzo y el premio, el ¨¦xito y el fracaso, recreando la vida o un remedo de la vida. Cuando no somos nosotros mismos los protagonistas sino sus espectadores, entonces la fiesta y el juego son una ficci¨®n en la que algo se dramatiza o se representa: y ello con el fin de que la celebraci¨®n nos haga vivir vicariamente lo que otros realizan, una sublimaci¨®n en la que sentimos por comuni¨®n lo que una vasta totalidad experimenta. A esto Freud lo llam¨® sentimiento oce¨¢nico, una circunstancia excepcional en la que el yo se desdibuja, en la que el individuo se abandona a la presi¨®n y al cobijo de una multitud un¨¢nime. Es un estado pasional pr¨®ximo a la ebriedad, al abismo, al v¨¦rtigo, un momento transitorio de descarga que tiene principio y que tiene fin, transcurrido el cual regresamos a la rutina y al orden de lo cotidiano.
El f¨²tbol es una fiesta con normas, un rito jer¨¢rquico que se desarrolla en un escenario al que llamamos estadio, con jugadores de notable belleza muscular que representan un drama lejanamente parecido a la vida, ejecutantes de papeles que en parte est¨¢n escritos y en parte improvisados; es, en fin, un teatro con espectadores que asisten para contemplar un virtuosismo, para volcar sus humores y para compartir el bullicio de esa multitud que interpela, que ruge, como suced¨ªa en los viejos corrales de comedias. A un evento de esta naturaleza, nuestro antrop¨®logo imaginario lo llamar¨ªa juego profundo, al modo de Clifford Geertz: algo m¨¢s que una gansada o futesa, un asunto important¨ªsimo, significativo, que dice mucho acerca de la existencia y de sus expresiones. Pero hay m¨¢s. Gracias a los medios de comunicaci¨®n, el f¨²tbol es un espect¨¢culo cuyo disfrute no exige por fuerza la congregaci¨®n f¨ªsica de la multitud. En efecto, no s¨®lo viven vicariamente los actos quienes acuden al campo, sino que tambi¨¦n es transitiva y secundaria la experiencia de los televidentes. Es impensable un derby sin p¨²blico, porque el espect¨¢culo y sus humores est¨¢n en el c¨¦sped y en las grader¨ªas. La identificaci¨®n y la proyecci¨®n que el juego despierta lo son por proximidad multitudinaria, pero lo son tambi¨¦n por confraternizaci¨®n y comensalismo cat¨®dicos. Por eso, los amigos o incluso los desconocidos se re¨²nen frente al televisor con el fin de recrear el ambiente de las gradas experimentando un sentimiento oce¨¢nico a distancia, agitando las bufandas, regando el gaznate.
Pero el f¨²tbol es algo m¨¢s que una escenograf¨ªa vivida o entrevista con el auxilio de la televisi¨®n o de la radio. Es tambi¨¦n un negocio y un asunto pol¨ªtico que sobrepasa los l¨ªmites del campo, que se desborda, que se extiende sobre el territorio vecino, sobre la ciudad, sobre la huerta, sobre el pa¨ªs, sobre ese lugar sin l¨ªmites que est¨¢ ciertamente m¨¢s all¨¢ de los confines del estadio. Por eso, es fuente de identidad pol¨ªtica y de enriquecimiento econ¨®mico, motivo de enfrentamientos, incluso de violencias en las que pueden llegar a descargarse agresividades profundas, remotas. Cuenta Paul Auster que la primera referencia al juego del f¨²tbol se dio en torno al a?o Mil. Al parecer, los brit¨¢nicos celebraron una victoria sobre el jefe de una invasi¨®n danesa arranc¨¢ndole la cabeza y jugando a la pelota con ella. "No tenemos por qu¨¦ creernos esa historia", conclu¨ªa Auster, ni tampoco hemos de suponer que vayan a regresar esas formas atroces de violencia. Los equipos y los hinchas valencianos suelen dar ejemplo de civismo, frente a los actos vand¨¢licos y pendencieros que tanto menudean en otras partes. En cualquier caso, deberemos preguntarnos, si adem¨¢s de tomarlo como una met¨¢fora de la existencia, del esfuerzo o incluso de la guerra, como tan habitualmente se hace, ?es el f¨²tbol algo que favorece o que est¨¢ contra la vida? Para intentar responder a esa pregunta, el Colegio Mayor Rector Peset organiza una serie de debates y una reflexi¨®n colectiva con testigos y protagonistas cualificados. Se trata de un ciclo hecho con la colaboraci¨®n del Departamento de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Valencia. Empez¨® el d¨ªa 11 de febrero a las 19.30 y la ¨²ltima jornada ser¨¢ el 6 de marzo a la misma hora, con un calendario adaptado a los compromisos futbol¨ªsticos. Adem¨¢s de nuestro antrop¨®logo de guardia, aquel a quien convoc¨¢bamos al principio, asistir¨¢n agudos periodistas y finos escritores, profesores severos, animosos presidentes de clubes y esforzados jugadores. Me estoy mordiendo la lengua para no dar nombres. Acudan y podr¨¢n verlos en vivo y en directo.
Justo Serna es profesor de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Valencia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.