Chabrol y Ch¨¦reau presentan dos ejercicios de gran estilo
Pasada la ola de cine de relumbr¨®n del comienzo de la Berlinale, desfilan ahora pel¨ªculas m¨¢s humildes y menos noticiables, pero no peores. Si anteayer la espa?ola Isabel Coixet dio en Mi vida sin m¨ª una lecci¨®n de cine sentimental, ayer el franc¨¦s Patrice Ch¨¦reau trajo un vigoroso ejercicio de realismo oscuro y pesimista, que complementa al magistral sarcasmo de su compatriota Claude Chabrol en La flor del mal.
En La flor del mal hay un delicado e inquietante perfume de malicia. El tortuoso, y cerrado a cal y canto, subsuelo biogr¨¢fico y moral de una familia de la alta burgues¨ªa de Burdeos es el territorio que Claude Chabrol explora esta vez con el cuchillo de su mirada, con la que hurga y destripa sin piedad el lado oscuro de la sociedad en que vive. La lente de este cuchillo hiere sin crueldad, gracias al prodigioso empleo por Chabrol de la sugerencia, la elipsis y la doble lectura, que convierten el estilo de este eminente cineasta en uno de los m¨¢s punzantes, l¨²cidos y refinados del cine europeo actual.
Introduce Chabrol en unos pocos d¨ªas m¨¢s de medio siglo de una vida familiar de las llamadas intachables, pero cuyo pulimento mundano se sostiene en algunas verg¨¹enzas de alto calibre, escondidas en el gran armario de la casa. Se entrev¨¦n tales verg¨¹enzas en los c¨ªnicos y divertidos roces metaf¨®ricos con lo incestuoso de sus personas m¨¢s libres pero en el fondo m¨¢s siniestras; y en la s¨²bita apertura de la puerta del s¨®tano donde se almacenan las basuras secretas de la familia por la abuela de la casa, una Suzanne Flon anciana que sigue siendo la elegante y maravillosa actriz que salt¨® a las pantallas del mundo en el viejo Mouline Rouge, de John Huston.
No es La flor del mal la obra cumbre de Chabrol. Es un trabajo lleno de coherencia, muy inteligente y tocado de humor y de sabidur¨ªa, pero tiene la pinta de una obra de tr¨¢nsito y de descanso del cineasta en el incesante ascenso a que ha sometido ¨²ltimamente a su obra. Est¨¢n armados los ojos de Chabrol con una especie de rayos X, que le permiten entrometerse en las bambalinas secretas, e incluso inconfesables, de la sociedad que le rodea, en busca permanente de radicalidad y de despojamiento de adherencias ornamentales. Y esto no tiene precio en medio de las superficies en que se mueve el cine de ahora.
Algo de este emocionante despojamiento hay tambi¨¦n en el estilo realista de Patrice Ch¨¦reau, que le lleva a conclusiones visuales duras de ver, pues rezuman pesimismo visceral, no deducido de un artificio intelectual de sal¨®n. Su hermano es una pel¨ªcula que, a la manera sofocante y tenebrista de la magistral Intimidad, indaga en otra forma a¨²n m¨¢s absoluta de soledad que la derivada del sexo. Es la soledad que se vive dentro de los umbrales de la muerte, en el infierno hospitalario de una enfermedad terminal. Es un relato complejo y que no deja resquicio para el respiro, pues representa la agon¨ªa de un hermano en forma de espejo en el que no nos atrevemos a mirar lo que tiene de agon¨ªa propia.
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