Un pa¨ªs de contrastes
En los EE UU de Am¨¦rica hay un dicho que, en traducci¨®n m¨¢s o menos libre, viene a decir lo siguiente: "A los blancos del Norte no les importa que los negros prosperen, mientras que no se les acerquen y a los del Sur no les importa que los negros se les acerquen, mientras no prosperen". Como todo lo que es producto de la sabidur¨ªa popular -y l¨®gicamente salvando los inconvenientes de toda generalizaci¨®n-, este dicho expresa, de forma muy pl¨¢stica, lo que son la ideolog¨ªa y las convicciones ¨ªntimas de los dos grandes n¨²cleos de poblaci¨®n blanca anglosajona, econ¨®mica y socialmente dominante en dicho pa¨ªs; la del Norte, m¨¢s moderna, m¨¢s culta y m¨¢s pol¨ªticamente correcta, desde el punto de vista de lo que debe ser el progreso en una sociedad plural y democr¨¢tica, y la del Sur, m¨¢s clasista y conservadora. Ambas comparten un profundo sentimiento de clase dominante, pero una lo manifiesta exclusivamente en su esfera ¨ªntima, de modo que, desde el punto de vista racional, comprende que los negros son seres humanos con derecho a prosperar y a participar plenamente en los procesos sociales y econ¨®micos, pero se alarmar¨ªa y rebelar¨ªa contra la incorporaci¨®n de uno de ellos a su c¨ªrculo familiar o vecinal, y la otra, sin embargo, no tiene empacho en practicar el paternalismo y la caridad cristiana con quien considera inferior, incluso tratando a sus subordinados o empleados negros, o a sus familias, con generosidad y simpat¨ªa, pero jam¨¢s consentir¨ªa que estos se emanciparan ni que pretendieran salir del destino mediocre, humilde o miserable en el que la sociedad los ha colocado.
En cierta medida, en Espa?a, en algunos ¨¢mbitos, practicamos una actitud social muy similar a la de los "blancos del Norte", sobre todo ahora que hemos pasado de una sociedad m¨¢s primaria, clasista y conservadora, cual era la propia de la ¨¦poca franquista, a una sociedad, sin duda, m¨¢s igualitaria, m¨¢s democr¨¢tica y m¨¢s plural. De modo que si en la etapa de esplendor del franquismo, a?os cincuenta y sesenta, desde las instancias del poder social, econ¨®mico o religioso, se practicaba una tradicional caridad cristiana -en el sentido peyorativo del t¨¦rmino- con nuestros pobres y marginados, en la Espa?a democr¨¢tica practicamos un clasismo ¨ªntimo, lo que tampoco excluye que, en algunos sectores m¨¢s minoritarios, no haya manifestaciones evidentes de un clasismo ancestral y primario. Esto nos convierte, sin duda, en una sociedad de contrastes muy fuertes, donde no deja de haber manifestaciones que, no pocas veces, encierran una gran hipocres¨ªa social.
Todas estas reflexiones vienen a cuento de noticias que, con cierta frecuencia, aparecen en los medios de comunicaci¨®n y que tienen que ver, por ejemplo, con el rechazo vecinal o popular a la instalaci¨®n en su barrio o en su localidad de centros de rehabilitaci¨®n de toxic¨®manos, o de centros de reinserci¨®n social para antiguos reclusos, o de establecimientos penitenciarios, etc¨¦tera. De modo que la gran mayor¨ªa, en un discurso racional y progresista, admitimos que los toxic¨®manos son enfermos que necesitan de atenci¨®n m¨¦dica y social, pero, a ser posible, queremos que eso se lleve a cabo fuera de nuestro entorno, sin que tengamos que soportar su desagradable presencia; todos queremos m¨¢s c¨¢rceles para encerrar a los delincuentes, pero no en nuestro pueblo porque tenemos miedo al tipo de poblaci¨®n que ello nos puede atraer; todos compartimos que los inmigrantes son personas, con derecho a ganarse la vida y prosperar, pero a ser posible -sobre todo si son del otro lado del Estrecho- que no se acerquen mucho a nuestra casa o barrio; incluso, todos reaccionamos contra actuaciones policiales contundentes o excesivas, pero no nos importa que esa contundencia se lleve a cabo contra los delincuentes que perturban nuestra tranquilidad. A veces, incluso, predomina el ser primario y expresamos, sin recato, en reuniones, manifestaciones o algaradas p¨²blicas, nuestros instintos de exclusi¨®n social. Este clasismo ¨ªntimo, en una sociedad que se ha hartado de decir, siempre, que no es racista, aunque marginaba a los gitanos y no se percataba de que el racismo no es sino una manifestaci¨®n m¨¢s del clasismo en las sociedades multiculturales y multirraciales, es francamente perturbador, porque puede provocar que nuestra clase pol¨ªtica, consciente de estos sentimientos y atenta a satisfacer sus demandas normalmente con fines de r¨¦dito electoral, tome decisiones con trascendencia en las normas legales que, en no pocas ocasiones y, sobre todo, en ¨¢mbitos que afectan directamente a sectores desfavorecidos y marginados de nuestra sociedad, est¨¢n m¨¢s basadas en actitudes o sentimientos irracionales que en el objetivo de conformar una sociedad moderna, plural y democr¨¢tica. Curiosamente, adem¨¢s, casi todos los partidos pol¨ªticos sucumben a esta tentaci¨®n y, no pocas veces, los propios medios de comunicaci¨®n estimulan nuestros miedos ancestrales presentando episodios concretos de violencia o desviaci¨®n social como fen¨®menos generalizados o generalizables. Por eso, las discusiones en torno a cuestiones trascendentales para la conformaci¨®n social, como puede ser la reforma de un C¨®digo Penal o de una Ley de Enjuiciamiento Criminal, transcurren m¨¢s por el mundo de la afectividad que por el de la racionalidad, sin que las propuestas de reforma legal, ya sean impulsadas por el Gobierno, ya por la oposici¨®n, ya por pactos del Gobierno con la oposici¨®n, se adopten con el suficiente respaldo de un aparato cient¨ªfico de an¨¢lisis o diagn¨®stico social y sin un m¨ªnimo estudio acerca de su previsible eficacia, a la vista de los datos y resultados que cualquier an¨¢lisis previo de la realidad social deber¨ªa arrojar. Producto de ello son, en muchos casos, normas imposibles de cumplir o de aplicar, ineficaces, en ¨²ltima instancia, que terminan por desacreditar socialmente al sistema legal, incitando a su incumplimiento, o que acaban por desmotivar a jueces, polic¨ªas y dem¨¢s agentes sociales implicados en la lucha contra el crimen, porque son normas que est¨¢n destinadas a una sociedad que no existe porque el poder legislativo no se ha tomado la molestia de conocer cu¨¢l es, realmente, la sociedad destinataria de sus normas.
Bernardo del Rosal Blasco es miembro del S¨ªndic de Greuges de la Comunidad Valenciana
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