Guerra y representatividad
ES MUY DIF?CIL hacer una guerra contra la opini¨®n p¨²blica. Apoyarla, tambi¨¦n. ?Habr¨¢ guerra en Irak? Depende, en buena parte, de c¨®mo evolucione la opini¨®n p¨²blica americana. Depende del tiempo que tarde en resquebrajarse el consenso conseguido por Bush. Bush puede correr el riesgo de hacer una guerra contra la opini¨®n p¨²blica mundial, pero dif¨ªcilmente la har¨ªa contra la opini¨®n de su ciudadan¨ªa. Bush, a diferencia de nuestros particulares guerreros europeos, Aznar, Berlusconi y Blair, ha sido capaz de convencer a la ciudadan¨ªa para que le respaldara en su proyecto b¨¦lico. Blair gast¨® enormes esfuerzos dial¨¦cticos y viajeros para seducir a los suyos, pero no lo consigui¨®. Aznar se ha puesto a trabajar muy tarde, cuando la tarea era ya imposible, porque la gente se hab¨ªa formado perfecto juicio sobre su silencio y su gusto por cortejar al presidente Bush. Es decir, que Bush ir¨¢ a la guerra si la gente le sigue. Y por eso tiene prisa: por miedo a que la ciudadan¨ªa se lo repiense, como de hecho algunas encuestas empiezan a se?alar. Aznar ir¨¢ a la guerra si Bush lo decide, es decir, contra la mayor¨ªa de los ciudadanos espa?oles. Son dos maneras de entender el liderazgo. Bush sabe que necesita el arropamiento nacional, Aznar cree que le basta el arropamiento de Bush. Los partidos de la oposici¨®n, con bondadosa ingenuidad, le preguntan cu¨¢l ser¨¢ su voto en el Consejo de Seguridad. Es una pregunta ret¨®rica. La pregunta es otra: ?de qu¨¦ naturaleza es el compromiso o v¨ªnculo que tiene a Aznar atado a Bush? S¨®lo si lo supi¨¦ramos podr¨ªamos entender, por ejemplo, que este fin de semana vaya en busca de la foto ranchera con el presidente. Zapatero no tiene que esforzarse mucho. El propio Aznar se ocupa de darle los iconos para la campa?a electoral.
La posici¨®n de Bush responde a la idea del mundo que tiene el sector ultrarreligioso y neoconservador del Partido Republicano que lidera Estados Unidos. Este sector ha teorizado una hegemon¨ªa basada en la fuerza militar que no busca otra legitimidad que la de sus propios ciudadanos. Su idea es gobernar el mundo desde Estados Unidos y por la voluntad de Estados Unidos. No s¨®lo la opini¨®n p¨²blica internacional le tiene sin cuidado, sino que se siente con autoridad y derecho para situarse por encima de las instituciones internacionales. La ONU, si no obedece, no sirve y hay que condenarla por irrelevante. Dice Pierre Hassner que las potencias mar¨ªtimas protegidas por su situaci¨®n geogr¨¢fica y por sus riquezas se pueden permitir sustituir la guerra por el comercio, la moral y el derecho, pero las potencias terrestres tienen que batirse para defender su territorio. Seg¨²n este razonamiento, el 11-S habr¨ªa convertido a Estados Unidos en potencia terrestre que busca la destrucci¨®n de sus adversarios reales o figurados. La Administraci¨®n republicana quiere modelar un mundo a imagen y semejanza propia.
?sta es la raz¨®n que ha sacado tanta gente a la calle y que ha provocado tanto rechazo en las encuestas: los ciudadanos perciben que se quiere reordenar el planeta escuchando s¨®lo a los americanos buenos. Hace ya un par de d¨¦cadas que -especialmente en la vieja Europa- la ciudadan¨ªa rompe, de vez en cuando, su aparente indiferencia con movilizaciones inesperadas, y sorprendentes por sus dimensiones, m¨¢s motivadas por razones ¨¦ticas y de sensibilidad que por posiciones pol¨ªticas. Estos movimientos se diluyen con la misma rapidez con la que aparecen. Pero hay en este caso -que desborda las fronteras nacionales de otras movilizaciones anteriores- s¨ªntomas que apuntan a una reacci¨®n pol¨ªtica para recuperar la palabra frente al eufemismo y el enga?o. La diversidad de la gente movilizada impide lo que los Gobiernos desear¨ªan: reducir su impacto, etiquet¨¢ndola como pacifista y antiglobalizadora.
Hace dos semanas, en un coloquio en Venecia, Umberto Eco advirti¨® que est¨¢bamos asistiendo al hundimiento de la democracia representativa. Los desajustes entre Gobierno y opini¨®n ciudadana que se est¨¢n viendo estos d¨ªas en diversos pa¨ªses confirman que algo pasa. Aznar ha intentado el descr¨¦dito de Zapatero proponi¨¦ndole un falso consenso a partir de una apropiaci¨®n de la resoluci¨®n de la Uni¨®n Europea. Los que reprochan a Zapatero que no cayera en la trampa que el presidente le tendi¨®, no se dan cuenta de la importancia de lo que est¨¢ ocurriendo. Y de lo urgente que es, para la salud democr¨¢tica, que el sentir mayoritario tenga resonancia en las instituciones.
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