Prepar¨¦monos para lo nuevo
Nos acercamos al momento de la verdad. En un a?o cuatro, elecciones, por orden creciente: locales, auton¨®micas, generales, europeas. Conviene, pues, ir aclarando conceptos.
Aqu¨ª nos gobiernan tres nacionalismos: el espa?ol, el catal¨¢n y el vasco. A escala mundial nos gobierna el nacionalismo americano, matizado por las influencias de ONU y Uni¨®n Europea.
Esos nacionalismos no nos est¨¢n resolviendo los temas que tenemos pendientes como catalanes, espa?oles y europeos, ni tampoco como ciudadanos del mundo.
"Espa?a va bien". Todo es relativo en este mundo. Espa?a va bien en los ¨²ltimos 25 a?os, comparados con los 75 anteriores, de 1898 para ac¨¢. Catalunya va mejor que nunca desde 1714, aunque el siglo XVIII, pol¨ªticamente horrendo, fue bueno econ¨®micamente, y el XIX y el XX tuvieron cortas fases de progreso fulgurante, en la cultura, la pol¨ªtica y la econom¨ªa.
Pero estamos en un punto de giro, en un recodo interesante de nuestra historia
La Constituci¨®n y los Estatutos son correctos, puesto que nos han permitido llegar hasta aqu¨ª. Pero hay fatiga en sus materiales.
Indicios: el anterior presidente del Tribunal Constitucional se retira pidiendo una relectura conjunta del bloque constitucional-estatutario y su compactaci¨®n y adecuaci¨®n.
M¨¢s indicios: el actual presidente del TC entra en el cargo como elefante en cacharrer¨ªa, declarando que no hay diferencia entre nacionalidades hist¨®ricas y las que no lo son, puesto que, seg¨²n cree, todas lo son de alg¨²n modo. Y se apoya para ello en una lectura de los 17 Estatutos que muestra, es cierto, distintas interpretaciones de los t¨¦rminos "nacionalidad" o "comunidad hist¨®rica" o "regi¨®n".
Una parte de las CC AA, las que se consideran m¨¢s hist¨®ricas, porque tienen lengua propia y tuvieron Estatuto en los a?os treinta del siglo pasado (hechos ambos referidos en la Constituci¨®n), consideran que peligra la hasta ahora ¨²til ambig¨¹edad de la Carta Magna.
(Es sabido que Napole¨®n prefer¨ªa Constituciones breves y ambiguas. Probablemente la ambig¨¹edad sea obligada para reflejar sin ruptura el acuerdo de no entrar en lo que divide a los constituyentes y limitarse a lo que los une. En cuanto por un lado o por otro se pretende reducir la ambig¨¹edad -algo que en alg¨²n momento hay que abordar, probablemente ahora- debe saberse que peligra el equilibrio inicial y que habr¨¢ que buscar otro m¨¢s avanzado, m¨¢s elevado.)
Pero sigamos investigando el estado actual de conservaci¨®n de los textos legales de hace un cuarto de siglo.
Todos los partidos, excepto el actualmente gobernante, piden la reforma del Senado para cumplir con la exigencia (Art. 69.1 de la CE) de hacer del Senado la C¨¢mara de los territorios o autonom¨ªas y no una mera representaci¨®n de las provincias.
El Partido Popular lo asumi¨® en 1996, para abandonar luego ese objetivo, quiz¨¢s porque cay¨® en la cuenta de que incluso perdiendo la mayor¨ªa en el Congreso podr¨ªa tal vez, con el Senado actual, mantener una posibilidad de bloquear o al menos de alejar en el tiempo eventuales cambios en las leyes.
Otro factor de incomodidad: el Pa¨ªs Vasco no estuvo representado en la redacci¨®n del texto constitucional de forma suficiente, a juicio del partido nacionalista que gobierna hoy Euskadi, de modo que sus representantes se abstuvieron en la votaci¨®n del mismo.
?ltimo y m¨¢s relevante elemento a considerar: hemos entrado en Europa. Y sus Tratados, que en su momento ratificamos y son ley en Espa?a, aparte de absorber parte de la soberan¨ªa que defin¨ªa la CE como propia de nuestro estado (moneda, fronteras, y progresivamente defensa) establecen principios avanzados y muy adecuados para regular nuestra propia gobernaci¨®n, por ejemplo, el principio de subsidiariedad, en virtud del cual nada de lo que pueda hacerse cerca de la ciudadan¨ªa debe hacerse lejos. O el de proporcionalidad, que veta el exceso de medios del gobierno lejano en la persecuci¨®n de sus fines leg¨ªtimos. (En virtud de este principio se excluir¨ªa, por ejemplo, que el Estado interviniera en la soluci¨®n del tema del botell¨®n, en el barrio de Malasa?a de Madrid; quiz¨¢s ni tan s¨®lo la autonom¨ªa deber¨ªa intervenir, bast¨¢ndose la ciudad para ello.)
Es m¨¢s: los Tratados reconocen que los Gobiernos subestatales dotados de determinadas competencias exclusivas pueden estar presentes en los Consejos de Ministros de esas materias e incluso representar a la naci¨®n-Estado (como hacen los l?nder alemanes, por ejemplo, en los Consejos de Ministros de Cultura).
(Curiosamente, un documento del Ministerio de Administraciones P¨²blicas niega a las comunidades espa?olas esas posibilidades, afirmando que el federalismo alem¨¢n es homog¨¦neo, y el espa?ol, no: el espa?ol, se?ala ese documento, es asim¨¦trico. Santa palabra, que yo trato de no utilizar por prudencia.)
No voy a a?adir, por no alargar m¨¢s el an¨¢lisis de las causas de envejecimiento de nuestra Constituci¨®n, y por coherencia, el demoledor recuento que hizo en estas mismas p¨¢ginas Joaqu¨ªn Leguina, de los derechos consagrados en ella y que no se han hecho efectivos (entre ellos, por ejemplo, el derecho a la vivienda).
Posiblemente no se trate ah¨ª de envejecimiento actual sino de ingenuidad inicial, algo que todas las constituciones comportan -no la que menos la de los EE UU cuando proclama el derecho de sus ciudadanos a la persecuci¨®n de la felicidad-.
Si no hemos cambiado ya la Constituci¨®n, vistos los datos, es por la prudencia extrema que nos sugiere la consideraci¨®n, siquiera somera o inconsciente, de las barbaridades que cometimos antes de que Ella (con may¨²scula) existiera.
No es descabellado, sin embargo, por lo dicho temer que la prudencia nos haga aparecer insensatos a los ojos de algunos agudos observadores de hoy y, lo que ser¨ªa peor, de la mayor¨ªa de los de ma?ana (?c¨®mo no se dieron cuenta!, dir¨¢n entonces).
Vayamos ahora a por la evoluci¨®n de los formatos pol¨ªticos que se han ido adoptando en el ¨²ltimo cuarto de siglo: hemos hecho un ciclo completo o casi completo de las alternativas posibles.
Hemos tenido en el Estado Gobiernos socialistas y Gobiernos conservadores, ambos en sus dos variantes: mayor¨ªa absoluta y mayor¨ªa relativa. Y por tanto, periodos de mayor peso (te¨®rico) de los nacionalismos perif¨¦ricos y otros de exclusiva influencia de los partidos de ¨¢mbito estatal.
Hemos tenido en Euskadi una preautonom¨ªa presidida por un socialista, Gobiernos de coalici¨®n con vicelehendakaris socialistas (Ram¨®n J¨¢uregui, Fernando Buesa) y Gobiernos exclusivamente nacionalistas.
En Catalunya, despu¨¦s de la victoria de los socialistas y la izquierda en 1977 -la mancha roja de Europa, ?recuerdan?- tuvimos (qu¨¦ generosidad la nuestra) Gobierno de unidad presididopor Tarradellas, con Narc¨ªs Serra como ministro estrella, y luego Gobiernos nacionalistas, minoritarios y mayoritarios. El ¨²ltimo de ellos, minoritario, con el soporte parlamentario del Partido Popular.
Este hecho, in¨¦dito en nuestra historia pol¨ªtica, amalgamado con el apoyo del nacionalismo catal¨¢n al nacionalismo espa?ol en las Cortes espa?olas, est¨¢ en la base de la crisis profunda de nuestros nacionalistas, debida tambi¨¦n al cansancio de m¨¢s de veinte a?os de gobernaci¨®n ininterrumpida.
Ello permite que mucha gente comprenda que estamos ante un posible cambio hist¨®rico en Catalunya, que va a tener consecuencias serias, muy serias, en la gobernaci¨®n espa?ola. No imagino a los nacionalistas catalanes, desde la oposici¨®n en Catalunya, apoyando a un Gobierno minoritario del partido nacionalista espa?ol en Madrid: ser¨ªa un suicidio pol¨ªtico.
Prepar¨¦monos para una situaci¨®n nueva. Y para manejarla con determinaci¨®n, conscientes de lo que se va exigir de nosotros, tanto en el sentido de la sensatez y la moderaci¨®n como en el de la fidelidad al objetivo de una Catalunya potente y una Espa?a plural y efectivamente reconciliada con esa pluralidad que es sustantiva y constitucional.
No me va a temblar el pulso en esas circunstancias.
Hay otros indicios de que Espa?a se ha ido preparando para ese nuevo panorama del segundo cuarto de siglo constitucional.
Media Espa?a (b¨¢sicamente el Norte y el Sur) est¨¢ en posiciones m¨¢s bien inclinadas o a la izquierda o al nacionalismo perif¨¦rico -con la salvedad, precaria hoy, de Galicia. La otra media (la franja central) est¨¢ en la derecha o centro-derecha. La l¨ªnea divisoria virtual que va de Asturias a las Baleares es bastante elocuente en ese sentido.
En 1981, todav¨ªa con el Gobierno inicial de UCD en plaza, pasamos la prueba de un golpe de Estado. Hace poco la opini¨®n p¨²blica ha sabido que el 27 de octubre del a?o siguiente, a un d¨ªa de las elecciones generales, se desarm¨® un segundo golpe, con un sigilo que s¨®lo pod¨ªa obtenerse con un alto grado de lealtad entre Gobierno y oposici¨®n.
Eso es algo que en los ¨²ltimos a?os se ha debilitado, a pesar de la actitud moderada de la dirigencia del partido socialista en ese terreno -moderaci¨®n que le vali¨® hasta hace poco al secretario general socialista iron¨ªas feroces, incluso en medios no alejados de su ideolog¨ªa. El pacto antiterrorista es la m¨¢s evidente prueba de lealtad de los ¨²ltimos a?os.
A lo que voy es a lo siguiente: poco nos queda ya por experimentar antes de decidirnos a dar un paso adelante y adecuarnos a las nuevas realidades, a la realidad europea en la que estamos y a la realidad espa?ola que hemos ido construyendo. No lo digo por un prurito de realismo, ni por un deseo innecesario de aggiornamento. Lo digo por prudencia. Por no forzar demasiado la elasticidad de unas normas que han dado muy buen resultado, pero que no merecen mayor abuso.
Deseo que Catalunya d¨¦ un paso adelante y participe de forma m¨¢s clara, m¨¢s ambiciosa, en el mejor sentido, y m¨¢s confiada, en la gobernaci¨®n de Espa?a, y en el dise?o evolutivo de esa gobernaci¨®n.
Siento que esa mayor participaci¨®n es deseo de mis conciudadanos y alternativa a determinados c¨¢lculos soberanistas, perfectamente sustentables, es cierto, en las circunstancias actuales, que he descrito m¨¢s arriba. Tales c¨¢lculos no responden con exactitud a la voluntad mayoritaria de los catalanes, que es m¨¢s inteligente y m¨¢s positiva, igualmente ambiciosa, pero m¨¢s cauta. Y es mejor entendida en Europa.
En una Europa en la que tantos peque?os pa¨ªses van a entrar, si no con derecho de veto s¨ª con derecho al voto, va a ser dif¨ªcil, muy dif¨ªcil, que algunos grandes pa¨ªses compuestos, como la Rep¨²blica Federal, el Reino Unido o Espa?a, no se abran en su interior a una mayor movilidad de los pueblos o regiones que los componen y a una cierta presencia de los mismos en el escenario europeo.
Creo tambi¨¦n que sin esa implicaci¨®n abierta de Catalunya en la Espa?a plural no hay salida para el proyecto constituyente inicial que la dibujaba claramente.
A?ado que sin esa apertura de miras y sin la correspondiente sensaci¨®n de comodidad por parte de Catalunya en el proyecto espa?ol, sensaci¨®n a la que se refer¨ªa recientemente Zapatero en portada de un diario de Barcelona, no habr¨¢ soluci¨®n para el drama que est¨¢ viviendo Euskadi, o mejor, que estamos viviendo todos en Euskadi.
Lo digo porque en alg¨²n nivel m¨¢s o menos consciente de las estrategias pol¨ªticas espa?olas puede anidar el temor de que una soluci¨®n excepcional para el Pa¨ªs Vasco d¨¦ la se?al de partida para una reclamaci¨®n catalana de excepcionalidad, que pudiera no caber en el marco de la elasticidad permisible de nuestro sistema pol¨ªtico.
Catalunya es consciente de que el Pa¨ªs Vasco y Navarra, por circunstancias hist¨®ricas y geogr¨¢ficas, por argumentos de tama?o y de tradici¨®n, tienen y van a tener un r¨¦gimen t¨¦cnicamente "excepcional", foral, no com¨²n.
Y Catalunya quiere que se sepa que lo nuestro es distinto. No queremos un r¨¦gimen de favor ni de excepci¨®n, dicho sea sin ¨¢nimo de ofender a nadie. Queremos una Espa?a distinta. Conforme a lo que entendemos que promete la Constituci¨®n y que se ha ido marchitando o que se puede marchitar si no evolucionamos.
Un pa¨ªs que evolucione hacia el reconocimiento no s¨®lo literal sino cordial de su pluralidad, de sus lenguas, de sus culturas. Reconocimiento efectivo y defensa de la pluralidad por parte del Estado, y correlativa afirmaci¨®n por parte de Catalunya del capital inmenso que es para nosotros el castellano y la convivencia de los pueblos de Espa?a.
Si esta v¨ªa es posible, Catalunya no ser¨¢ mera espectadora. Jugar¨¢ fuerte la carta de Espa?a. Y el Pa¨ªs Vasco podr¨¢ buscar con m¨¢s tranquilidad una soluci¨®n bloqueada en parte por errores propios, seguro, pero en parte tambi¨¦n por errores ajenos, por el temor a que cunda el ejemplo y a que la excepci¨®n suplante a la regla.
?sa es mi esperanza. Voy a trabajar intensamente por ella.
Pasqual Maragall es presidente del PSC.
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