Amenaza de tormenta
En su libro Amenaza de Tormenta (The Threatening Storm), el ex agente de la CIA y experto en Oriente Pr¨®ximo Kennet M. Pollack describe los efectos probables de la inminente invasi¨®n de Irak. En el mejor de los casos, si la gran parte de su ej¨¦rcito no apoya a Sadam Husein y la resistencia en las ciudades es peque?a, habr¨¢ "s¨®lo unos pocos cientos de americanos muertos en combate" y apenas unas semanas de operaciones; en el peor, si los soldados iraqu¨ªes mantienen su solidaridad con el r¨¦gimen y se enquista la resistencia en Bagdad, los ej¨¦rcitos de Bush y de sus aliados podr¨ªan contabilizar hasta diez mil cad¨¢veres y la guerra prolongarse durante medio a?o. Como la virtud suele residir en el t¨¦rmino medio, el clarividente analista cree que apenas un tercio de las fuerzas armadas mantendr¨¢n su apoyo al dictador y que los marines tendr¨¢n que librar algunas batallas urbanas, por lo que lo m¨¢s probable es que mueran entre quinientos y mil invasores y que el conflicto acabe a los dos meses de empezar. Del n¨²mero de bajas iraqu¨ªes, militares o civiles, ni una sola palabra.
Nuestros gobernantes han elegido ya el arrogante papel de 'se?ores de la guerra'
La obra de Pollack ha sido un best-seller en Estados Unidos y parece el gui¨®n de lo que el Pent¨¢gono debe hacer o no en esta crisis. Como trabaj¨® para la Administraci¨®n dem¨®crata y es un universitario laureado por Yale y el Instituto Tecnol¨®gico de Massachussets (MIT), sus argumentos a favor de la intervenci¨®n militar han sido extremadamente ¨²tiles al equipo de halcones de la Casa Blanca que defienden la teor¨ªa del ataque preventivo frente a la amenaza que Husein representa para la paz mundial. Y ah¨ª reside precisamente el meollo del problema, porque despu¨¦s de tantas argumentaciones a favor de la ofensiva, tratando de ligar al Gobierno iraqu¨ª con las actividades de Al Qaeda, describiendo los horrores indudables del r¨¦gimen de Bagdad y husmeando la improbable existencia de armamento nuclear en sus bodegas, lo que permanece es la decisi¨®n irreversible de eliminar cuanto antes al s¨¢trapa y de implantar una Administraci¨®n favorable a los intereses occidentales en la zona. Por eso es irrelevante para el comienzo o no de las operaciones militares que Husein destruya sus misiles o que los inspectores encuentren un arsenal qu¨ªmico (de improbable efectividad si no est¨¢ almacenado en condiciones estables que garanticen su potencia mort¨ªfera). No se trata ¨²nicamente de desarmar al monstruo, sino de eliminarlo, primero, y sustituirlo, despu¨¦s, por un gobernante amigo que goce de la protecci¨®n de un ej¨¦rcito de ocupaci¨®n yanqui capaz de avalar el nuevo orden mundial en el ¨¢rea. Eso permitir¨ªa retirar gran parte de las tropas estacionadas en Arabia Saud¨ª, cuya monarqu¨ªa ha financiado generosamente los movimientos fundamentalistas isl¨¢micos, controlar las fuentes del petr¨®leo y mantener una gendarmer¨ªa fuertemente armada en el vest¨ªbulo del Asia Central cara al nuevo milenio: el del despertar de China como ¨²nico poder alternativo al imperio americano, el m¨¢s benigno de cuantos ha conocido la historia, en palabras de Hugh Thomas, pero no por eso menos imperial.
Cualquier visitante ocasional de Estados Unidos puede comprobar hoy dos cosas. La primera, que el pa¨ªs se encuentra aterrorizado, no s¨®lo por los efectos devastadores de los ataques del 11-S, sino debido a la constante alarma creada entre la poblaci¨®n por sus propios gobernantes. Hace unas semanas las gentes se abalanzaron sobre los supermercados y acabaron con las existencias de alimentos y agua, siguiendo las instrucciones dadas por las autoridades a trav¨¦s de la televisi¨®n: se trataba de acumular pertrechos frente a la eventualidad de un gigantesco nuevo ataque terrorista. Y hace apenas cinco d¨ªas decidieron pasar del estado de alarma naranja nacional a la alarma amarilla: la naranja representaba la ¨²ltima gradaci¨®n antes del indicativo rojo, avisador del m¨¢ximo peligro. La segunda observaci¨®n es que la opini¨®n p¨²blica americana se halla cada vez m¨¢s dividida respecto a esta guerra, pese a que la pol¨ªtica del presidente Bush recibe todav¨ªa un 57 por ciento de apoyo seg¨²n las encuestas. La comunidad intelectual y el mundo de los negocios comienzan a preocuparse seriamente por el distanciamiento de los tradicionales aliados europeos y la creciente oleada de protestas internacionales. Pese a haber sido Nueva York el escenario preferente del 11-S, y pese a que la ciudad se mantiene en un estado de depresi¨®n colectiva dieciocho meses despu¨¦s del derrumbe de las Torres Gemelas, no es en la costa oriental, sino en el Medio Oeste, la llamada Am¨¦rica americana, donde la estrategia del Pent¨¢gono parece contar con m¨¢s adeptos. Sin embargo, los l¨ªderes del Partido Dem¨®crata, los hombres de negocios y los escritores y artistas muestran todav¨ªa enormes cautelas a la hora de pronunciarse p¨²blicamente contra la pol¨ªtica oficial, temerosos de que les traten de traidores o antipatriotas, mientras numerosos columnistas de prensa tienden a confundir las masivas manifestaciones antibelicistas registradas en Europa con un primario sentimiento de antiamericanismo. De modo que en determinados sectores populares crece la incomprensi¨®n frente al extranjero, considerado antes que nada como un sospechoso en los controles de seguridad de los aeropuertos y de los grandes edificios de oficinas.
El ataque contra Irak era algo predecible desde los acontecimientos del 11-S y tras la definici¨®n del eje del mal por el inquilino de la Casa Blanca, pero el paso del tiempo conspira contra esa decisi¨®n. La existencia, quiz¨¢ por primera vez en la historia, de una opini¨®n p¨²blica global contraria a la intervenci¨®n armada, las dificultades interpuestas por los aliados, la oposici¨®n creciente de muchos parlamentos a las directrices de sus gobiernos y la soledad en la que se debaten los adalides de la guerra hacen suponer que el presidente americano no ha de perder mucho m¨¢s el tiempo. Algunos ponen de relieve que si la intervenci¨®n hubiera tenido lugar, aun unilateralmente, en el marco de las operaciones de represalia contra el terrorismo de Al Qaeda, la protesta internacional habr¨ªa sido m¨ªnima y, a estas alturas, cuando s¨®lo queda a?o y medio para las elecciones, podr¨ªa haberse terminado con todo el asunto y estar inmerso el equipo gobernante en la tarea de recuperar la econom¨ªa, condici¨®n cada vez m¨¢s indispensable para renovar el mandato presidencial. Un rev¨¦s en la guerra que, en el escenario pesimista previsto por Pollack, prolongue las operaciones y multiplique las bajas americanas, ser¨ªa tambi¨¦n letal para los deseos de reelecci¨®n del presidente, sin tiempo ya para reaccionar. Por eso es previsible que este mes marque el comienzo de los bombardeos y la subsiguiente invasi¨®n. Eso permite suponer que aunque la guerra siga siendo evitable, cada vez lo ser¨¢ menos, habida cuenta de la creciente concentraci¨®n de tropas y la exigente radicalidad de las demandas sobre la inmediata desaparici¨®n del mapa de Sadam Husein. Las pr¨®ximas votaciones en el Consejo de Seguridad han de adquirir m¨¢s que nada un contenido moral, y de ellas no ha de depender tanto la decisi¨®n que tome el Pent¨¢gono como el reparto del previsible bot¨ªn cuando comience la reconstrucci¨®n de Irak por aquellos que se aprestan ahora a destruirlo. Quiero decir con esto que una m¨¢s que improbable retirada del sumiso apoyo que el Gobierno espa?ol est¨¢ prestando al norteamericano no servir¨ªa de hecho para evitar el desastre, pero desde luego valdr¨ªa para devolver un poco de dignidad a nuestra pol¨ªtica.
Es precisamente sobre el contenido moral de nuestras opciones sobre lo que ha versado recientemente el discurso de los l¨ªderes del Partido Popular, que acusan de oportunistas o ingenuos a quienes se pronuncian contra la invasi¨®n, incluso si es la Santa Madre Iglesia quien lo hace, y obvian cualquier debate sobre la responsabilidad ¨¦tica de quienes desean enviar las tropas a matar y a morir, a destruir hogares y patrimonios y a devastar por completo un pa¨ªs cuyos odiosos dirigentes han gobernado durante a?os como una finca particular gracias al favor y la complicidad de sus actuales enemigos. Las decenas de miles de previsibles v¨ªctimas civiles, ciudadanos indefensos, ancianos y ni?os, que han de morir en la conflagraci¨®n, las que resulten de la balbuciente capacidad de defensa iraqu¨ª, la repetida violaci¨®n del derecho internacional por ambos bandos y la utilizaci¨®n de inmensos recursos de los contribuyentes -tambi¨¦n, en su debida proporci¨®n, de los espa?oles- resultan argumentos peque?os a la hora de torcer el rumbo de quienes, con desverg¨¹enza memorable, tratan de ligar la lucha contra el terrorismo etarra al bombardeo y ocupaci¨®n de Irak. Pero el m¨¢s inmoral de los razonamientos es el que se?ala que nuestro Gobierno se ve obligado a ejercer sus responsabilidades al margen de los deseos e indicaciones de la opini¨®n p¨²blica, como si al cabo no fuera el representante de ¨¦sta o como si hubi¨¦ramos recuperado el estribillo, tantas veces entonado por los viejos franquistas, de que los espa?oles no est¨¢n preparados para la democracia.
El profesor John H. Hallowell recuerda que si la pol¨ªtica real deja de conformarse a la idea de la democracia, no es el concepto de ¨¦sta lo que falla, sino la pr¨¢ctica misma de la pol¨ªtica, "que debe ser entonces calificada de no-democr¨¢tica". Comentando estas palabras, Jos¨¦ Luis L¨®pez Aranguren se?al¨® en su d¨ªa que la realidad pol¨ªtica est¨¢ constituida ante todo por la estructura y el funcionamiento del poder. Por eso puede suceder que un poder elegido democr¨¢ticamente se conduzca como no-democr¨¢tico: a ello se refieren los te¨®ricos cuando hablan de la legitimidad de ejercicio, al margen la de origen, y eso es lo que ponen de relieve los recientes comportamientos de los diputados del Partido Popular en su posici¨®n ante la guerra. La inmensa mayor¨ªa de ciudadanos y l¨ªderes sociales espa?oles que se oponen a ella no s¨®lo est¨¢n haciendo uso de su libertad de expresi¨®n, sino que aspiran a condicionar efectivamente las decisiones del poder al que, en ning¨²n caso, consideran haber dado un cheque en blanco para que haga lo que le pete. De modo que, lejos de ser admirable la entereza de un pol¨ªtico que asegura hacer lo que tiene que hacer aunque eso le cueste muchos votos, a m¨ª me parece detestable la idea de que quienes tomen las decisiones en el Parlamento y en el Gobierno se sientan llamados a hacerlo guiados por su sola conciencia, de espaldas a la de los votantes que les han elegido.
Ante la formidable amenaza de tormenta que se cierne sobre el mundo, la recuperaci¨®n de la dignidad, oponi¨¦ndose al aventurerismo b¨¦lico del presidente Bush, permitir¨ªa al se?or Aznar y su Gabinete ejercer la defensa de nuestras posiciones comerciales y pol¨ªticas respecto a los dos primeros clientes de nuestro pa¨ªs, Francia y Alemania; potenciar la solidaridad de Par¨ªs en su lucha contra el terrorismo vasco; descubrir nuestro papel mediador en el Mediterr¨¢neo; contribuir a la construcci¨®n de la Europa unida y abrir un debate sobre los verdaderos intereses -despu¨¦s de establecer los principios- que han de guiar la pol¨ªtica exterior espa?ola, lejos de la facundia y el ¨¢nimo belicista que hoy la inspiran. Pero nuestros gobernantes han elegido ya el arrogante papel de se?ores de la guerra, mostr¨¢ndose del todo indiferentes ante la sangre que haya de verterse y ante los da?os f¨ªsicos y morales que puedan derivarse. Al fin y al cabo, s¨®lo hablamos de unos pocos de cientos o miles de soldados americanos muertos, y de una peque?a o grande multitud de iraqu¨ªes a los que es preciso liberar de los grilletes del dictador, aun si al hacerlo provocamos que paguen nuestro triunfo con sus vidas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.