?Ap¨¢rtate Estados Unidos... Europa vuelve!
El autor analiza el presente de la UE, su historia y la actual situaci¨®n, y concluye que una Europa renovada, cosmopolita, puede en un futuro perfilar su papel ante el desarrollo de unos Estados Unidos globales
Imaginemos por un momento que la Uni¨®n Europea solicitara la entrada en la Uni¨®n Europea, ?cu¨¢l ser¨ªa la respuesta? Rechazar¨ªan su petici¨®n sin paliativos. ?Por qu¨¦? Sencillamente, porque la Uni¨®n Europea no satisface sus propios requisitos de democracia.
Esta situaci¨®n imaginaria representa las razones fundamentales de que el escepticismo con respecto a Europa est¨¦ tan extendido. ?Existe verdaderamente una realidad que merezca el t¨ªtulo de "Europa", o no es m¨¢s que un t¨¦rmino elitista e idealizado para designar una ilusi¨®n que no soporta un examen cr¨ªtico? Ocurre exactamente lo contrario: lo que los cr¨ªticos no ven es la realidad de Europa. El antieurope¨ªsmo se basa en una imagen falsa de Europa.
El ¨²nico paisaje humano y cultural que merece la etiqueta de "europeo" es radicalmente abierto
La Europa cosmopolita lucha desde el punto de vista moral y pol¨ªtico por la 'reconciliaci¨®n'
El mundo necesita lo que Europa ha aprendido de su belicoso pasado
Construir Europa de acuerdo con la l¨®gica nacional-internacional no es realista ni deseable
Primer paso: la Uni¨®n Europea no es un club cristiano. El ¨²nico paisaje humano y cultural que merece la etiqueta de "europeo" es antiontol¨®gico y radicalmente abierto, es decir, determinado mediante tr¨¢mites legales y pol¨ªticamente pragm¨¢tico. Los que quieren reinventar el Occidente cristiano y erigir barreras en torno a Europa est¨¢n convirtiendo esta ¨²ltima en una religi¨®n, pr¨¢cticamente en una raza, trastornando por completo el proyecto ilustrado europeo.
Para empezar, el t¨¦rmino "Europa cosmopolita" es emp¨ªricamente significativo, porque nos abre los ojos, por ejemplo, al hecho de que los turcos, a los que algunos quieren dejar fuera de Europa, ya est¨¢n dentro, y lo est¨¢n desde hace mucho tiempo: OTAN, acuerdos comerciales, formas transnacionales de vida. Turqu¨ªa lleg¨® al escenario europeo hace largo tiempo. Y existen grandes zonas del pa¨ªs que ya est¨¢n europeizadas.
El concepto de una Europa cosmopolita permite hacer una cr¨ªtica de la realidad de la UE que no es nost¨¢lgica ni nacional, sino totalmente europea, por as¨ª decir. Dicha cr¨ªtica afirma que "hay demasiado poca Europa", y el tratamiento terap¨¦utico es "m¨¢s Europa", entendida en el buen sentido, es decir, de forma cosmopolita. Por ejemplo, resulta totalmente antieuropeo equiparar los musulmanes con el islam y, por tanto, reducirlos a lo mismo. Precisamente el hecho de que los valores europeos sean unos valores laicos hace que no est¨¦n vinculados a ninguna religi¨®n ni herencia particular. La apertura radical es un rasgo esencial del proyecto europeo, y el verdadero secreto de su ¨¦xito. La sociedad civil europea s¨®lo puede surgir si los dem¨®cratas cristianos y musulmanes luchan juntos por la realidad pol¨ªtica de Europa.
Segundo paso: la Europa cosmopolita se est¨¢ apartando de la posmodernidad. En otras palabras, el orden de las etapas es: Europa nacionalista, posmodernidad, Europa cosmopolita.
La Europa cosmopolita surgi¨® tras la Segunda Guerra Mundial con la voluntad pol¨ªtica consciente de crear la ant¨ªtesis a la Europa nacionalista y su desolaci¨®n f¨ªsica y moral. Ese esp¨ªritu de un nuevo comienzo fue el que hizo que, en 1946, Winston Churchill, en medio de las ruinas de un continente destruido, se entusiasmara: "Si Europa estuviera unida un d¨ªa..., no habr¨ªa l¨ªmites para la felicidad, la prosperidad y la gloria de las que podr¨ªan disfrutar sus 300 o 400 millones de habitantes". Los estadistas carism¨¢ticos de las democracias occidentales, en especial los individuos y grupos que participaron en la resistencia activa, fueron quienes reinventaron Europa. La Europa cosmopolita es un proyecto nacido de la resistencia. Es importante tenerlo claro, porque ese dato re¨²ne dos elementos: primero, la resistencia se inflama al vivir la experiencia de que se pervirtieran los valores europeos. Es decir, el origen no est¨¢ en el humanismo, sino en el antihumanismo, en el sentido de la amarga comprensi¨®n de que los reg¨ªmenes totalitarios siempre se han basado en la idea de "lo verdaderamente humano" precisamente para poder separar, excluir, reformar o destruir a las personas que no quisieran ajustarse a ese ideal. Ahora bien, si lo que tenemos es un sujeto descentrado, ?qu¨¦ queda por conservar? ?En nombre de qu¨¦ podemos garantizar que no le capturar¨¢n, le torturar¨¢n y le matar¨¢n? Este segundo punto es precisamente el momento en el que resultan fundamentales los or¨ªgenes de la protesta p¨²blica y la resistencia, porque es tambi¨¦n donde pueden encontrarse los principios de la defensa de la dignidad humana basada en la compasi¨®n. Las personas suelen adquirir conciencia de unas normas internacionales, como si dij¨¦ramos, post hoc -como efecto secundario de la violaci¨®n de dichas normas-, y eso es lo que les empuja a involucrarse en la acci¨®n pol¨ªtica.
La Europa cosmopolita es una Europa que lucha desde el punto de vista moral, pol¨ªtico, econ¨®mico e hist¨®rico por la reconciliaci¨®n. En una ruptura decisiva con el pasado, 1.500 a?os de guerras europeas van a llegar definitivamente a su fin. Desde el principio, esta reconciliaci¨®n -sin base, sin fundamento, si se quiere- no se propone de forma idealista, sino que se pone en marcha con una actitud materialista: la "felicidad sin l¨ªmite" que predec¨ªa Churchill equivale, en primer lugar, a un mercado sin l¨ªmites. Se lleva a cabo en sentido totalmente profano, como una creaci¨®n de interdependencias en las esferas pol¨ªticas de la seguridad, la econom¨ªa, la ciencia y la cultura.
Los dilemas del cosmopolitismo institucionalizado se revelan, sobre todo, en el recuerdo del holocausto, como afirman Natan Sznaider y Daniel Levy. Si investigamos en qu¨¦ documentos y discursos se pueden estudiar los or¨ªgenes de ese cosmopolitismo institucionalizado, nos encontramos, entre otras cosas, con los juicios de N¨²remberg, en los que se proces¨® a los responsables del terror nazi en Alemania. Fue el primer tribunal internacional. Lo extraordinario es que la creaci¨®n de unas categor¨ªas legales y un tr¨¢mite procesal que superaba las soberan¨ªas de las naciones-Estado fue lo que permiti¨® captar en conceptos y procedimientos judiciales la monstruosidad hist¨®rica de la exterminaci¨®n sistem¨¢tica y estatal de los jud¨ªos; unos conceptos y procedimientos que constituyen lo que puede y debe interpretarse como una fuente esencial del nuevo cosmopolitismo europeo.
El art¨ªculo 6 de la Carta del Tribunal Militar Internacional perfila tres tipos de crimen -cr¨ªmenes contra la paz, cr¨ªmenes de guerra y cr¨ªmenes contra la humanidad- por los que fueron sentenciados los criminales nazis. Curiosamente, los cr¨ªmenes contra la paz y los cr¨ªmenes de guerra presuponen la soberan¨ªa de la naci¨®n-Estado, es decir, obedecen la l¨®gica de la concepci¨®n nacional, mientras que los cr¨ªmenes contra la humanidad, en contraposici¨®n, suspenden esa soberan¨ªa nacional y pretenden insertar la concepci¨®n cosmopolita en las categor¨ªas legales, y seguramente no es casualidad que los jueces que participaron en el tribunal de N¨²remberg fueran, al final, incapaces de entender del todo la categor¨ªa hist¨®ricamente nueva de los "cr¨ªmenes contra la humanidad". Al fin y al cabo, lo que se estaba introduciendo era no s¨®lo una nueva ley o un nuevo principio, sino una nueva l¨®gica legal que romp¨ªa con todas las l¨®gicas anteriores del derecho internacional, basadas en la naci¨®n-Estado. Cito del art¨ªculo 6c: "Cr¨ªmenes contra la humanidad: en concreto, asesinato, exterminio, cautiverio, deportaci¨®n y otros actos inhumanos cometidos contra cualquier poblaci¨®n civil, antes o durante la guerra, o persecuciones por motivos pol¨ªticos, raciales o religiosos en ejecuci¨®n de o en relaci¨®n con cualquier crimen incluido en la jurisdicci¨®n del Tribunal, violen o no las leyes nacionales del pa¨ªs en el que se cometieron".
En la formulaci¨®n "antes y durante la guerra", los cr¨ªmenes contra la humanidad quedan claramente diferenciados de los cr¨ªmenes de guerra. Se crea as¨ª la noci¨®n de la responsabilidad de los autores individuales respecto a la comunidad de naciones, la humanidad fuera del contexto legal nacional. Si el Estado se convierte en un Estado criminal, el individuo que est¨¢ a su servicio debe hacerse a la idea de que ser¨¢ acusado y sentenciado por sus actos ante un tribunal de derecho internacional. La expresi¨®n "cualquier poblaci¨®n civil" suspende el principio nacional por el que las obligaciones de una persona dentro de sus fronteras son totales y su falta de obligaciones fuera de esas fronteras es igualmente total; lo sustituye por el principio legal de la responsabilidad cosmopolita. El principio legal cosmopolita que rompe con el derecho de la naci¨®n-Estado protege a las poblaciones civiles, no s¨®lo de la violencia de otros Estados hostiles (algo ya contenido en el t¨¦rmino "cr¨ªmenes de guerra"), sino, en un sentido mucho m¨¢s trascendental y provocador, de los actos aleatorios de violencia cometidos por Estados soberanos contra sus propios ciudadanos. En definitiva, lo que la moral cosmopolita de las leyes hace es transformar las prioridades, de manera que los principios del derecho cosmopolita abren una brecha en el derecho nacional. Los cr¨ªmenes contra la humanidad no pueden legitimarse con las leyes de la naci¨®n-Estado ni juzgarse y condenarse en la naci¨®n-Estado. En resumen, es as¨ª como la categor¨ªa hist¨®ricamente nueva de los "cr¨ªmenes contra la humanidad" suspende los principios de la legislaci¨®n y los fallos judiciales en el plano nacional.
En este sentido, la Europa cosmopolita genera una contradicci¨®n interna genuinamente europea, desde el punto de vista moral, legal y pol¨ªtico. Si las tradiciones en las que se origina el horror colonialista, nacionalista y genocida son europeas, tambi¨¦n lo son los valores y las categor¨ªas legales que sirven para medir esos actos, proclamarlos como cr¨ªmenes contra la humanidad y juzgarlos bajo los focos de la publicidad mundial. La reflexi¨®n que han hecho las ciencias sociales sobre el holocausto han suscitado un discurso de desesperaci¨®n, y con motivo. Seg¨²n Horkheimer y Adorno, es la propia dial¨¦ctica de la Ilustraci¨®n la que genera la perversi¨®n. Esta hip¨®tesis de causalidad entre la modernidad y la barbarie sigue presente en el gran libro de Zygmunt Bauman Modernidad y Holocausto. Pero este desesperanzado adi¨®s a la modernidad no tiene por qu¨¦ ser la ¨²ltima palabra sobre el tema. De hecho, se puede decir incluso que no tiene en cuenta de qu¨¦ forma la creaci¨®n de la Uni¨®n Europea ha provocado una lucha por las instituciones con el objetivo de contraponer, al horror europeo, unos m¨¦todos y valores tambi¨¦n europeos: el Viejo Mundo que se reinventa a s¨ª mismo.
En este sentido, el recuerdo del holocausto se convierte en un modelo que advierte sobre la omnipresente modernizaci¨®n de la barbarie. La faceta negativa de la modernidad y su conciencia europea no es una mera actitud, una ideolog¨ªa de lo tr¨¢gico. As¨ª lo expresa la invenci¨®n hist¨®rica de una modernidad que se ha apartado del buen camino en relaci¨®n con la naci¨®n y el Estado, una modernidad que ha desplegado sin piedad las posibilidades de desastre moral, pol¨ªtico, econ¨®mico y tecnol¨®gico, sin pensar en su propia autodestrucci¨®n. Las fosas comunes del siglo XX -de las guerras mundiales, el holocausto, las bombas at¨®micas de Hiroshima y Nagasaki, los campos de exterminio de Stalin y los genocidios- dan testimonio de ello. Ahora bien, existe un v¨ªnculo olvidado e intacto entre el pesimismo europeo, la cr¨ªtica de la modernidad y la posmodernidad que convierte esa desesperaci¨®n en un rasgo permanente; tiene raz¨®n al respecto J¨¹rgen Habermas. Para decirlo de otra forma, existe una coalici¨®n parad¨®jica entre la Europa de las naciones y la Europa de la posmodernidad, porque los te¨®ricos de la posmodernidad niegan la posibilidad y la realidad de combatir el horror de la historia europea con m¨¢s Europa, una Europa radicalizada y cosmopolita.
La modernidad nacional y la posmodernidad provocan ceguera respecto a Europa. La europeizaci¨®n significa esforzarse en encontrar respuestas institucionales a la barbarie de la modernidad europea y, al mismo tiempo, dejar atr¨¢s la posmodernidad, que no reconoce este factor. En este sentido, la Europa cosmopolita constituye la forma europea de autocr¨ªtica institucionalizada. ?Es posible que esa autocr¨ªtica radical sea lo que distingue a la UE de Estados Unidos o de las sociedades isl¨¢micas?
Tercer paso: la mirada nacional ve dos -y s¨®lo dos- formas de interpretar la pol¨ªtica y la integraci¨®n europea: como Estado federal (federalismo) o como confederaci¨®n de Estados (intergubernamentalismo). Ambos modelos est¨¢n emp¨ªricamente equivocados. Cuando se conciben en t¨¦rminos normativos y pol¨ªticos, niegan precisamente lo que est¨¢ en juego en la realidad y en el futuro: una Europa de la diversidad.
Una Gran Europa nacional -un superestado federal- implica arrebatar el poder a las naciones europeas y asignarles el papel de museos; mientras que las naciones-Estado dentro de una confederaci¨®n defienden celosamente su soberan¨ªa nacional frente a la expansi¨®n del poder europeo. En la perspectiva nacional, la integraci¨®n europea tiene que concebirse, en ¨²ltima instancia, como una internalizaci¨®n del colonialismo. O ellos o nosotros. Lo que cedamos nosotros lo ganan ellos. O existe un solo Estado de Europa (federalismo), en cuyo caso no hay Estados nacionales miembros, o los Estados nacionales miembros siguen siendo los amos de Europa, en cuyo caso no existe Europa (intergubernamentalismo).
Lo mismo ocurre con el debate actual sobre la Constituci¨®n. Gran Breta?a, por ejemplo, como es sabido, no tiene Constituci¨®n, y, sin embargo, habla (de vez en cuando) con una voz protoeuropea, protodemocr¨¢tica y cosmopolita. Esto significa que intentar crear una sola Constituci¨®n para Europa es abolir Europa, arrebatarle el coraz¨®n, quitarle sus deliciosos provincialismos liberales. Sin embargo, optar por que no haya ninguna Constituci¨®n europea significa, aunque resulte vulgar, que vuelve a no haber Europa. Estamos, por tanto, atrapados en las falsas alternativas del punto de vista nacional, y nos vemos obligados a escoger ?entre nada de Europa y nada de Europa!
Igual que la Paz de Westfalia acab¨® con las guerras civiles y religiosas del siglo XVI mediante la divisi¨®n del Estado y la religi¨®n, las guerras (civiles) mundiales, entre naciones, del siglo XX y comienzos del XXI se pueden resolver separando el Estado de la naci¨®n; ¨¦sta es la hip¨®tesis fundamental de la confederaci¨®n cosmopolita de Estados europeos. Igual que un Estado laico permite a sus ciudadanos que practiquen diversas religiones, una Europa cosmopolita deber¨ªa salvaguardar la coexistencia de las identidades y culturas ¨¦tnicas, nacionales, religiosas y pol¨ªticas por encima de las fronteras nacionales, gracias al principio de la tolerancia constitucional.
El otro aspecto del declive del orden de las naciones-Estado es la oportunidad que se les ofrece a las entidades estatales de la Europa cosmopolita de transformarse ante la globalizaci¨®n econ¨®mica, el terrorismo internacional y las consecuencias pol¨ªticas del cambio clim¨¢tico. Dados los problemas mundiales que se amontonan con aire amenazador en nuestro entorno y que no se prestan a las soluciones de las naciones-Estado, la ¨²nica forma de que la pol¨ªtica pueda recuperar su credibilidad es dar el gran salto del Estado nacional al cosmopolita. Esto es exactamente lo que est¨¢ en juego en la Europa cosmopolita: en una era de problemas globalizados que, sin embargo, afectan a la gente en su vida cotidiana, existe la necesidad de recuperar la credibilidad tanto en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica como en el de la ciencia pol¨ªtica, mediante formas interestatales de cooperaci¨®n y estrategias de colaboraci¨®n a escala regional y mediante las correspondientes teor¨ªas pol¨ªticas. El principio fundamental del realismo cosmopolita es el siguiente: Europa nunca ser¨¢ posible como un proyecto de homogeneidad nacional. Construir la casa com¨²n de Europa de acuerdo con la l¨®gica nacional-internacional no es realista ni deseable; de hecho, es contraproducente. S¨®lo una Europa cosmopolita que sea capaz de superar su tradici¨®n nacional, tal como pretend¨ªan los padres fundadores -superarla mediante su reconocimiento, es decir, excluir la posibilidad de una Gran Europa nacional, pero celebrar la diversidad de lo nacional como rasgo esencial de Europa)- y, parad¨®jicamente, al mismo tiempo reconocer que dicha tradici¨®n nacional es europea (en el sentido en que no es nacional) y nacional, porque es plurinacional, es decir, europea.
Los brit¨¢nicos act¨²an como si Gran Breta?a siguiera existiendo. Los alemanes creen que Alemania existe. Los italianos piensan en Italia, los franceses en Francia, y as¨ª sucesivamente. Sin embargo, desde el punto de vista emp¨ªrico, estos "contenedores" nacionales, organizados en un Estado, dejaron de existir hace mucho. En la Europa cosmopolita empieza a aparecer una nueva realpolitik de la acci¨®n pol¨ªtica: al empezar el tercer milenio, la m¨¢xima circular de la realpolitik nacional -los intereses nacionales deben defenderse en el ¨¢mbito nacional- debe sustituirse por la m¨¢xima de la realpolitik cosmopolita: nuestra pol¨ªtica ser¨¢ m¨¢s nacional cuanto m¨¢s europea y cosmopolita sea. S¨®lo la pol¨ªtica multilateral permite opciones unilaterales para actuar. La cuesti¨®n europea, la pregunta sobre c¨®mo puede aumentar una Europa cosmopolita su capacidad de actuar y su poder de persuasi¨®n, es: ?c¨®mo se puede sustituir el "c¨ªrculo vicioso" del juego nacional del todo o nada por el "c¨ªrculo virtuoso" de un juego europeo de todo o algo? Aqu¨ª tambi¨¦n nos resulta fruct¨ªfero el concepto de realpolitik cosmopolita.
Lo que paraliza Europa es el hecho de que sus ¨¦lites intelectuales viven una mentira basada en la idea de naci¨®n. Lamentan la existencia de una burocracia europea sin rostro y el alejamiento de la democracia, pero basan sus quejas, t¨¢citamente, en la hip¨®tesis completamente irreal de que es posible volver a la id¨ªlica situaci¨®n de la naci¨®n-Estado. La fe ciega en la naci¨®n-Estado impera en medio de su propia historicidad: existe una ingenuidad insistente y desconcertante que permite que la gente considere eternas y naturales cosas que hace s¨®lo 200 o 300 a?os se consideraban antinaturales y absurdas.
Cuarto paso: una Europa renovada cosmopolitamente puede y debe, como actor en el escenario pol¨ªtico global, adquirir y acentuar su perfil como rival de los Estados Unidos globales. El lema para el futuro podr¨ªa ser: ?Ap¨¢rtate EE UU... Europa vuelve!
Hay un perturbador paralelismo entre la ret¨®rica del presidente Bush de una democratizaci¨®n militante del mundo y Amnist¨ªa Internacional: "Ejercemos el poder sin conquista, y nos sacrificamos por la libertad de extra?os", afirm¨® en su discurso sobre el estado de la Uni¨®n. "No tenemos intenci¨®n de imponer nuestra cultura", a?adi¨®, "pero Estados Unidos siempre se mantendr¨¢ firme en cuanto a las exigencias no negociables de la dignidad humana...".
En la guerra de Irak, lo que est¨¢ principalmente en juego no es "sangre por petr¨®leo". La pol¨ªtica estadounidense tampoco es unilateral en el sentido tradicional. Eso son graves malentendidos y simplificaciones europeos. De hecho, lo que se evidencia con la decisi¨®n sobre la guerra y la paz son dos visiones y misiones cosmopolitas diferentes, cada una de las cuales se fundamenta en la historia y en la autointerpretaci¨®n de Estados Unidos y Europa. La colisi¨®n de creencias se refiere a la necesidad o la irrelevancia de crear aquellas instituciones internacionales y "liosas alianzas" que George Washington pidi¨® a sus conciudadanos que evitaran hace dos siglos. "El curso de esta naci¨®n no depende de la decisi¨®n de otros", fue la frase clave en el discurso de Bush, que era una bofetada en la cara de las Naciones Unidas. Para Bush, la comunidad mundial de la ONU es interesante, pero no muy interesante, y desde luego no es esencial. Desde la perspectiva de Bush, la ONU es, en el mejor de los casos, la bandera y la teor¨ªa del orden mundial; pero lo que de verdad importa es el poder estadounidense, esencialmente bueno. Unos Estados Unidos globales que tratan de cumplir su misi¨®n cosmopolita por medios militares deben verse enfrentados a la voz opositora de Europa, que clama ?haz el derecho, no la guerra!
Existe una cr¨ªtica proestadounidense del bushismo antiestadounidense que debe escucharse tambi¨¦n dentro de Estados Unidos a trav¨¦s de la voz de una Europa cosmopolita. Si la Administraci¨®n de Bush se lanza a desencadenar guerras preventivas para salvaguardar la seguridad de EE UU y del mundo, esta definici¨®n militar del bien global com¨²n debe ser contrarrestada por una definici¨®n europea. El mundo necesita lo que Europa ha aprendido del belicoso pasado que tiene en la memoria: no puede formar parte del inter¨¦s nacional estadounidense, ni del inter¨¦s mundial, desarrollar principios que garantizan a cualquier naci¨®n un derecho ilimitado a lanzar ataques preventivos contra amenazas a su propia seguridad que ella misma ha definido como tales. Lo que el Gobierno estadounidense pretende hacer es algo que tambi¨¦n podr¨ªa decidir hacer el Gobierno indio contra Pakist¨¢n (para combatir el terrorismo en Cachemira) o el Gobierno chino contra Taiwan (para reprimir una declaraci¨®n de independencia), etc¨¦tera.
El Nuevo Mundo Feliz de la seguridad militar prometido por la Administraci¨®n de Bush sume al mundo real en un abismo erizado de peligros porque sustituye la l¨®gica del tratado por la de la guerra. Y tampoco es balad¨ª que eso signifique esperar de los soldados estadounidenses que hagan algo que s¨®lo pueden lograr los tratados, que est¨¢n parcialmente basados en la confianza: el desarme supervisado de armas nucleares, biol¨®gicas y qu¨ªmicas; sin unas Naciones Unidas eficaces tampoco puede haber seguridad interna para EE UU.
El terrorismo fomentado por el Estado, junto con todos los peligros de las armas qu¨ªmicas, biol¨®gicas y nucleares, siempre abre dos posibilidades interdependientes a la hora de combatirlo: la opci¨®n de la guerra y la opci¨®n del tratado o, en otras palabras, el reforzamiento pr¨¢ctico de las convenciones internacionales para lograr que avance el desarme en el ¨¢mbito de las armas de destrucci¨®n masiva. Sin embargo, como Estados Unidos se niega rotundamente a someterse a las normas del desarme que exige a todos los dem¨¢s estados -cuando sea necesario, utilizando la violencia militar- destruye la arquitectura de seguridad basada en tratados que en ¨²ltima instancia tambi¨¦n proporciona un escudo protector a los ciudadanos estadounidenses.
Y una vez que Irak haya sido ocupado, ?de verdad se desplegar¨¢ de inmediato en todo Oriente Pr¨®ximo la doble bendici¨®n de la libertad , el mercado libre y la democracia, tal como parece so?ar el Gobierno de Bush, en un aut¨¦ntico estilo neorrom¨¢ntico? ?La voraz oruga del islam militante se transformar¨¢ s¨²bitamente en una multicolor mariposa que s¨®lo proclamar¨¢ mensajes de paz y buena voluntad? El ingenuo destello militar en los juveniles ojos de los bolcheviques neoconservadores estadounidenses necesita el contrapeso de una voz opositora europea. Una Europa cosmopolita puede y debe contribuir a una situaci¨®n en la que las relaciones internacionales ya no est¨¦n militarizadas y los tratados e instituciones internacionales no se arrojen al cubo de la basura de la guerra fr¨ªa. Lo cierto es que sin ellos no puede haber seguridad en este ¨²nico mundo nuestro, dividido y radicalmente desigual.
Sin embargo, la Uni¨®n Europea est¨¢ fundada sobre una mentira viviente: sin la hegemon¨ªa militar de Estados Unidos, el romance de la pol¨ªtica de reconciliaci¨®n europea se disipar¨ªa bien pronto. Una de las razones del superior poder de Estados Unidos puede remontarse hasta la pol¨ªtica interna europea, a saber, su renuncia colectiva a la fuerza militar. Mientras este fracaso no se reconozca y rectifique, la Uni¨®n Europea no ser¨¢ capaz de desarrollar una pol¨ªtica exterior digna de ese nombre. S¨®lo entonces podr¨¢ evitarse lo que ocurri¨® recientemente: nueve pa¨ªses europeos se alinearon en apoyo del eslogan de Bush: haz la guerra, no el derecho. S¨®lo podr¨¢ existir una pol¨ªtica exterior europea cuando sus capitales reconozcan que transferir determinadas ¨¢reas de autoridad a Bruselas no las debilita, sino que, por el contrario, las fortalece, porque ese giro cosmopolita aumenta la influencia global de todos los Estados de la UE.
Sin embargo, EE UU puede estar tranquilo. Mientras la existencia o no existencia de la UE se dirima en disputas sobre las cuotas lecheras o los subsidios agr¨ªcolas -y mientras existan Tony Blair y Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar- la supremac¨ªa estadounidense no ser¨¢ desafiada.
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