Culpa
El t¨¦rmino culpa, como es sabido, admite diversas acepciones. En lo que sigue voy a dejar de lado la acepci¨®n objetiva del t¨¦rmino -la que hace referencia, por ejemplo, al hecho de que podamos imputar a alguien la comisi¨®n de un delito, en la forma en que este procedimiento viene reglado en la esfera jur¨ªdica- para centrarme en la acepci¨®n subjetiva del mismo o, si se prefiere, en lo que se suele denominar el sentimiento de culpa. Sentimiento que, de manera provisional y sin excesivas pretensiones categoriales, bien pudiera quedar definido de la siguiente forma: malestar que experimentamos al transgredir con nuestros actos alguna norma o principio en el que creemos.
Rep¨¢rese en que esta definici¨®n no alude solamente a normas o principios de orden moral, sino de cualquier orden. Un vendedor, pongamos por caso, puede considerar que en la esfera de su trabajo las reglas del juego establecen con claridad que debe intentar persuadir al hipot¨¦tico comprador de que adquiera el producto m¨¢s caro o el que m¨¢s margen de beneficio le deja, y no siente el m¨¢s m¨ªnimo cargo de conciencia por actuar de esta manera. Pero si un d¨ªa un amigo o un familiar pr¨®ximo le pide consejo sincero en su calidad de especialista en un cierto ramo y, en vez de responder a la confianza en ¨¦l depositada, aplica al ¨¢mbito privado los criterios que utiliza en el laboral, sugiri¨¦ndole a esa confiada persona que adquiera algo que realmente no le conviene ni necesita, es altamente probable que termine experimentando el malestar al que hac¨ªa referencia nuestra provisional definici¨®n.
No nos gusta que nos hagan sentir culpables, cuando deber¨ªamos considerarlo una alerta frente al mal
Pues bien, parece un dato de hecho dif¨ªcilmente discutible que en nuestra sociedad la idea de culpa as¨ª entendida tiene mala imagen. Tal vez sea debido a la asociaci¨®n que suele hacerse entre la misma y el castigo (y la subsiguiente represi¨®n) o a alg¨²n otro motivo an¨¢logo, pero lo cierto es que la mera menci¨®n de la palabra tiende a generar espont¨¢neamente una reacci¨®n de honda antipat¨ªa, cuando no de abierto rechazo. As¨ª, se ha convertido en un reproche habitual censurarle a alguien que con sus palabras o con sus actos nos haga "sentir culpables", dando casi por descontado que semejante reacci¨®n es una de las mayores heridas que otra persona nos puede infligir. En el mejor de los casos -esto es, en el supuesto de que sea el propio individuo el que se mortifique con la mala conciencia por su propia conducta- el registro de la culpa nos puede generar una cierta ternura, fronteriza con la compasi¨®n. Es lo que sucede cuando sonre¨ªmos ante las cuitas neur¨®ticas de ese personaje emblem¨¢tico no s¨®lo de nuestro tiempo en general, sino tambi¨¦n de la cultura jud¨ªa en particular (cuna del concepto en cuesti¨®n, dicho sea de paso), que es Woody Allen. Nos compadecemos, solidariamente, de ¨¦l, pero dando por descontado que lo mejor que le podr¨ªa suceder es que consiguiera liberarse de una vez por todas de tan gravoso registro interior.
Quiz¨¢ conviniera, como en tantas otras ocasiones, hacer el experimento de intentar cambiar el contexto de aplicaci¨®n para comprobar si, entonces, el concepto merece mantener la misma valoraci¨®n. Pensemos, por ejemplo, en uno de los episodios m¨¢s oscuros pero al mismo tiempo m¨¢s definitorios de las terribles contradicciones que atravesaron el siglo XX: el Holocausto. Una de las circunstancias en mayor medida inquietantes de dicho episodio la constituye justamente el hecho, de sobras conocido hoy, de que buena parte de los oficiales de los campos de exterminio -tipos cultos y refinados muchos de ellos, capaces de pasar largas veladas en sus barracones deleit¨¢ndose con la mejor m¨²sica cl¨¢sica alemana- viv¨ªan en medio de aquel horror sin experimentar el m¨¢s m¨ªnimo sentimiento de culpabilidad. Eran tipos sin alma -desalmados, en sentido propio- precisamente porque no conoc¨ªan la culpa. (Aunque aceptar¨ªa, sin reserva alguna, que alguien me observara que no hace falta ir tan lejos para encontrar ejemplos an¨¢logos. Es cierto: tambi¨¦n hoy, bien cerca de nosotros, b¨¢rbaros felices regresan a sus hogares, al caer la tarde, sonrientes y satisfechos, orgullosos de la atrocidad cumplida). Quiz¨¢ la culpa sea a la condici¨®n humana lo que el dolor al cuerpo: el mecanismo de supervivencia que nos advierte del peligro que nos acecha. Desventurados aquellos que no perciben el mal que ha comenzado a habitar en su interior, porque est¨¢n condenados a ser devorados por ¨¦l.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona.
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