Jaque de dama vestida de negro
ESCRIB?AN NOVELAS de detectives educados y cr¨ªmenes familiares en mansiones de campo tan brit¨¢nicas como ellas. En los a?os veinte, la prol¨ªfica Agatha Christie sacaba partido de las c¨¦lulas grises del extravagante ciudadano belga H¨¦rcules Poirot, y Dorothy L. Sayers mimaba a su h¨¦roe favorito Lord Peter Wimsey, dandi, gourmet y delicado de los nervios. Por regla general, las v¨ªctimas aparec¨ªan en la biblioteca o en el jard¨ªn de forma discreta, s¨®lo el inveros¨ªmil ¨¢ngulo del cuello del cad¨¢ver o el sospechoso tufillo a almendras amargas que desped¨ªan unos labios exang¨¹es indicaban la comisi¨®n de un delito. La muerte era un juego de sociedad, parec¨ªa como si el asesino y la v¨ªctima se hubieran confabulado para introducir en la tediosa rutina de un previsible fin de semana campestre un divertimento nuevo, algo m¨¢s emocionante que las sombras chinescas junto a la chimenea, un tema de conversaci¨®n inagotable como el tiempo pero m¨¢s sugerente. Los sospechosos, anfitriones, invitados y servicio dom¨¦stico asum¨ªan con naturalidad sus papeles y el culpable manten¨ªa el tipo hasta la escena crucial del ¨²ltimo acto, cuando Monsieur Poirot convocaba a todos los habitantes de la casa para lucirse en un mon¨®logo final casi oper¨ªstico que desembocar¨ªa en la catarsis liberadora y en la ovaci¨®n cerrada de los personajes convertidos en p¨²blico. En ocasiones, el propio asesino, fair play obliga, felicitaba al detective por su perspicacia al cierre de la representaci¨®n.
La novela-problema qued¨®
reducida a mero juego de mesa como el Cluedo, un pasatiempo familiar inofensivo. Las mansiones campestres fueron desapareciendo engullidas por urbanizaciones de chal¨¦s adosados. Gente sin clase, sin modales y sin servicio dom¨¦stico, condenados a ganarse el pan todos los d¨ªas con empleos vulgares. Cuando las viejas damas brit¨¢nicas del crimen de sal¨®n hicieron su mutis, entr¨® en escena una colega norteamericana y europeizada, Patricia Highsmith, experta en neurosis, capaz de detectar los m¨¢s sutiles abismos de horror bajo la pl¨¢cida superficie de la vida dom¨¦stica y la rutina urbana. De ella dijo un cr¨ªtico que escrib¨ªa sobre el g¨¦nero humano como una ara?a sobre los insectos atrapados en su red. Ampliados bajo su implacable microscopio todos nos vemos como monstruos.
En las islas, P. D. James recuperar¨ªa los viejos moldes de la novela brit¨¢nica de detectives, innovando sobre la tradici¨®n; los cr¨ªmenes que investiga el culto inspector Dalgliesh, poeta exquisito y experto en m¨²sica barroca y arquitectura cl¨¢sica, suelen acaecer en caserones aislados, sanatorios privados, residencias campestres, rector¨ªas anglicanas, lugares habitados por comunidades de sospechosos potenciales. El paisaje y la arquitectura vuelven a cobrar protagonismo. La amorosa relaci¨®n de la autora con su personaje recuerda a la de Dorothy L. Sayers con su lord neurast¨¦nico. A trav¨¦s de la mirada sensible de su improbable h¨¦roe, P. D., antigua enfermera forense de la polic¨ªa, describe con la misma minuciosidad una autopsia que los adornos florales de una habitaci¨®n. Sin dejar el Reino Unido, Ruth Rendell, desdoblada en Barbara Vine, combina las novelas policiales cl¨¢sicas ubicadas en los suburbios urbanos de Londres con las de intriga psicol¨®gica, relatos claustrof¨®bicos o agoraf¨®bicos habitados por psic¨®patas de inc¨®gnito que larvan tenebrosas intrigas en las sombras de sus perturbadas mentes. Anne Perry completa este inquietante tr¨ªo brit¨¢nico con sus narraciones victorianas en las que los elementos de la novela g¨®tica se funden con los incipientes m¨¦todos de investigaci¨®n de la ¨¦poca en un asfixiante clima de hipocres¨ªa y corrupci¨®n moral. En las novelas de Anne Perry, las compa?eras de sus protagonistas masculinos, el acomplejado inspector Pitt o el amn¨¦sico detective Monk colaboran en las pesquisas y a veces las dirigen desde el discreto segundo plano que les asignan las convenciones sociales contra las que luchan con esp¨ªritu sufragista.
La novela policiaca escrita por mujeres genera innumerables best sellers en las listas europeas y norteamericanas. En Estados Unidos, a veces las detectives toman con sus manos el escalpelo y la sierra el¨¦ctrica para diseccionar personalmente a las v¨ªctimas, como Kay Scarpeta, la forense protagonista de la exitosa saga de Patricia D. Cornwell, o empu?an con facilidad sus pistolas aunque sea en defensa de los desheredados, los ni?os, los ancianos o los animales de compa?¨ªa, como la impetuosa V. I. Warshawski de las novelas de Sara Paretsky, un desastre en su vida dom¨¦stica y sentimental y un as de la investigaci¨®n privada. Las cuestiones dom¨¦sticas y sentimentales forman parte de la rutina habitual de las novelas ordenadas por orden alfab¨¦tico de Sue Grafton, los problemas para conservar la l¨ªnea o dejar de fumar, de su protagonista habitual, la investigadora californiana Kinsey Millhone, sus largas sesiones de jogging y sus relaciones vecinales y amorosas se superponen y a veces se imponen a sus labores profesionales. Solitarias, independientes, divorciadas, duras de apariencia y sentimentales en la intimidad, las nuevas detectives USA apuntan al coraz¨®n y dan en el blanco comercial con sus relatos.
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