El amante ingl¨¦s
La ca¨ªda del muro de Bagdad es una p¨¦sima analog¨ªa. All¨ª no hab¨ªa un muro, como en Berl¨ªn, que divid¨ªa el mundo occidental en dos ideolog¨ªas contrapuestas. All¨ª hab¨ªa estatuas que cayeron y, sobre todo, muchas cuevas y subterr¨¢neos m¨¢s propias de Aladino que de Fausto. No fue una disputa entre dos mundos, sino entre el primer mundo y un pa¨ªs construido por corte y confecci¨®n. Hay que tener m¨¢s sensibilidad hist¨®rica para hacer buenas analog¨ªas.
Pero la historia est¨¢ adelgazando hasta el punto de que parece un tel¨¦fono de bolsillo. Hace tiempo recorr¨ªa siglos y abarcaba la estirpe completa de una familia. M¨¢s tarde se arrug¨® hasta el recuerdo de los abuelos y el futuro de los nietos. Hoy en d¨ªa, parece que la historia comienza con mi nacimiento y termina en el tanatorio, menos todav¨ªa, se inicia con mis recuerdos y acaba con la jubilaci¨®n. As¨ª no hay forma de hacer analog¨ªas, cualquier comparaci¨®n es puro narcisismo.
Un historiador competente, algo que nunca ser¨¦ pero de ellos me sirvo, dir¨ªa que acaba de empezar un drama en tres actos. El primero se est¨¢ cerrando estos d¨ªas, trata de un pa¨ªs que se enorgullece de sus triunfos militares, harto de ¨¦xito y repleto de halagos por parte de los que mendigan alguna migaja de fortuna. Sin lugar a dudas, repetir¨¢ una y otra vez las mismas acciones que le dieron tan buen resultado porque, al fin y al cabo, el ¨¦xito es el ¨¦xito.
En el segundo acto aparece la soberbia, la insolencia, el descaro, la p¨¦rdida de cualquier control que ponga freno al desorden social, econ¨®mico y moral. En esos momentos ya no hay muro que lo detenga, ni estatua que no sea la suya, ni existe cabeza alguna, pensamientos incluidos, que no est¨¦n envueltos por su bandera. El segundo acto, que parecer¨¢ interminable para muchos, finaliza con el cad¨¢ver dentro de una armadura, al menos seg¨²n la analog¨ªa que hacen algunos historiadores.
En el tercer acto se demuestra que es in¨²til intentar lo imposible, que no se puede dirigir a todo el mundo con mano de hierro. Es el momento del desastre y la fatalidad. En cualquier caso, eso no lo veremos antes de la jubilaci¨®n, quiz¨¢ nuestros hijos, a lo mejor los nietos, qui¨¦n sabe. Nosotros somos ciudadanos del segundo acto, con tel¨¦fono de bolsillo, y por eso no sabemos hacer analog¨ªas inteligentes.
Todos pensamos que, desde la Segunda Guerra, los Estados Unidos han sido nuestra meta y el modelo a imitar. Puede gustar m¨¢s o menos, aceptarlo a gritos o con la boca peque?a, pero basta con fijarse en los anuncios publicitarios o en las academias de idiomas, es decir, del ingl¨¦s nuestro de cada d¨ªa. Se han convertido en el amante oficial para unos y en el secreto para otros, pero siempre queridos en nuestros sue?os y fantas¨ªas de progreso. Entre nosotros, no hay antiamericanos, s¨®lo gente celosa.
Sin embargo, la situaci¨®n actual de nuestra relaci¨®n es complicada y hay que resumirla de alguna manera para esperar el futuro. Se puede elegir entre una cita de moda de Robert Kagan o recurrir a algo m¨¢s cl¨¢sico, por ejemplo al Deuteronomio, como hacen los que saben de historia. No tengo ninguna duda al respecto, porque no hay color. Dice el Deuteronomio, "y engord¨® el amado y tir¨® coces". Pues eso.
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