La decadencia de Occidente
En plena guerra fr¨ªa hice un viaje en barco de Barcelona a Lima, que duraba veinticinco d¨ªas maravillosos, de lecturas y tranquilidad. Me hice amigo del capit¨¢n, un veneciano culto o ir¨®nico, a quien pregunt¨¦ una tarde qu¨¦ representaba la marina italiana en el contexto mundial. "Calc¨²lelo usted mismo", me repuso, con una sonrisa. "Todo el presupuesto de nuestra armada equivale al de un solo portaviones de Estados Unidos". No s¨¦ si esta comparaci¨®n es v¨¢lida, pero la an¨¦cdota me ha estado rondando mientras le¨ªa el libro de Robert Kagan Of Paradise and Power, que acaba de ser publicado en espa?ol con el t¨ªtulo de Poder y Debilidad (Taurus). Su autor fue funcionario del Departamento de Estado, asesor del presidente Reagan y es ahora uno de los directores de la Fundaci¨®n Carnegie para la Paz Internacional.
Seg¨²n Kagan, Estados Unidos y Europa Occidental tienen en la actualidad visiones del mundo, de la pol¨ªtica y ambiciones que divergen de manera radical y, por lo tanto, es una ficci¨®n seguir sosteniendo que existe entre ambos una comunidad de valores e interes semejante a la que los uni¨® cuando se enfrentaban a Hitler y al nazismo. Desde la posguerra, Europa habr¨ªa ido renunciando gradualmente a la "pol¨ªtica de poder" -que Kagan llama hobbesiana- en nombre de una pol¨ªtica de negociaci¨®n, apaciguamiento y multilateralismo que podr¨ªa desembocar alg¨²n d¨ªa en el mundo de paz y legalidad previsto por Kant (la opci¨®n kantiana). Al renunciar a su tradici¨®n imperial y hegem¨®nica, Europa, consecuentemente, ha ido reduciento sus presupuesto de defensa, que, en la actualidad, raspan los 180 billones de d¨®lares, en tanto que los de Estados Unidos se acercan a los 400 billones. Luego del 11 de septiembre, se han incrementado y no es imposible que lleguen, en un futuro pr¨®ximo, a los 500 billones.
La explosi¨®n de pacifismo que ha vivido Europa con motivo de la guerra de Irak no es, a juicio de Kagan, un sobresalto circunstancial, sino la secuela l¨®gica de una pol¨ªtica que, de manera sistem¨¢tica, han aplicado los gobiernos democr¨¢ticos de Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, un periodo en el que, gracias a esta renuncia a las "pol¨ªticas de poder", las sociedades europeas experimentaron una prosperidad y modernizaci¨®n extraordinarias. Confiando el gasto b¨¦lico mayor y la responsabilidad primordial de su defensa a Estados Unidos en los a?os de la guerra fr¨ªa, Europa pudo construir generosos sistemas de protecci¨®n social e invertir masivamente en infraestructura, reconstruir y modernizar sus industrias, desarrollar su educaci¨®n y lograr importantes progresos en la investigaci¨®n tecnol¨®gica y cient¨ªfica. Gracias a todo ello, los ciudadanos europeos tienen unos niveles de vida y unas oportunidades que jam¨¢s conocieron en su historia.
Ahora bien, dice Kagan, Europa pudo progresar as¨ª en este medio siglo de paz gracias a que los Estados Unidos, que siguieron arm¨¢ndose y resistiendo las pulsiones expansionistas de la URSS, le cuidaban las espaldas y garantizaban su seguridad. De todo ello ha resultado este mundo actual, en el que el poder¨ªo militar de los Estados Unidos -que practica resueltamente una "pol¨ªtica de poder" y aspira a imponer un orden internacional que convenga a sus intereses- es inigualado e inigualable en un futuro pr¨®ximo, y una Europa que, en coherencia con su elegida situaci¨®n de potencia militar de segundo orden y una agenda propia en la que la primera prioridad es el mantenimiento de la paz que le ha sido tan auspiciosa, ve en los Estados Unidos un gigante cuya ilimitada fuerza y vocaci¨®n intervencionista constituyen un riesgo que debe ser frenado, una funci¨®n que para pa¨ªses como Francia y Alemania competete como primera prioridad a la Uni¨®n Europea.
Kagan no es "antieuropeo"; su ensayo est¨¢ lleno de respeto y admiraci¨®n por la Europa de las luces, como, por lo dem¨¢s, lo demuestran los prototipos de su nomenclatura (Hobbes y Kant). Pero, a su juicio, en pol¨ªtica la realidad debe prevalecer sobre la fici¨®n y la realidad presente es que, a diferencia de los Estados Unidos, la Europa posmoderna no quiere ni tiene los medios para "liderar" el mundo y para enfrentar militarmente los peligros que amenazan a Occidente (desde el terrorismo internacional, el integrismo isl¨¢mico y los Estados bribones tipo Irak, Libia y Corea del Norte, hasta, ma?ana, una China Popular magnificada por el ¨¦xito econ¨®mico, su potencia militar y su predisposici¨®n hegem¨®nica). Que haya entre los dos pilares de Occidente una divergencia tan radical no implica, seg¨²n ¨¦l, que ambos est¨¦n condenados a la confrontaci¨®n. Podr¨ªa haber en el futuro entre Europa y Estados Unidos una colaboraci¨®n amistosa, siempre y cuando aqu¨¦lla no pretenda contrarrestar las "pol¨ªticas de poder" de ¨¦ste, sino, m¨¢s bien, las asista y complemente, impregn¨¢ndoles un matiz propio (por ejemplo, articul¨¢ndolas dentro del sistema de las Naciones Unidas, como intentaron hacerlo Gran Breta?a y Espa?a con motivo de la crisis de Irak). En todo caso, dice Kagan, mostrando cifras, si no ocurre as¨ª y Europa persiste, a la manera de Francia y Alemania, en una pol¨ªtica de oposici¨®n a Estados Unidos, la "superpotencia" puede continuar impert¨¦rrita su marcha hobbesiana, pues, en t¨¦rminos pr¨¢cticos, como aliada o como adversaria, Europa es, para Estados Unidos, tan prescindible ?como el Pacto Andino!
Este an¨¢lisis produce angustia porque muestra que la ley de la jungla sigue presidiendo las relaciones internacionales, incluso dentro de la sociedad de naciones, que tienen por denominador com¨²n la libertad y la legalidad. ?Es exacto el an¨¢lisis de Kagan? No estoy seguro de que la sociedad norteamericana sea tan un¨¢nime y gran¨ªtica en su apoyo a esas "pol¨ªticas de poder", como asegura, tratando de establecer una identidad de acciones diplom¨¢ticas -aunque con distinta ret¨®rica- de los gobiernos dem¨®cratas y republicanos. Los objetivos geop¨®liticos que ¨¦l dise?a para Estados Unidos requieren un armamentismo tan sistem¨¢tico y costoso que, probablemente, tarde o temprano golpear¨ªan con tanta dureza los bolsillos de los contribuyentes, que la opini¨®n p¨²blica exigir¨ªa un cambio de politica. Y tampoco me parece cierto que en Europa haya una hostilidad tan generalizada contra Estados Unidos ni un pacifismo tan extremo que llegue a ponerla de rodillas frente a cualquier Estado-brib¨®n o al terrorismo internacional.
Estos esquemas, me parece, delatan m¨¢s deseos que realidades. Pero es, sin duda, cierto que, acostumbrada a los altos niveles de vida que ha logrado, la opini¨®n p¨²blica europea dificilmente aceptar¨ªa renunciar al Estado de bienestar y pagar m¨¢s impuestos -ya los paga alt¨ªsimos- para que los gobiernos incrementen sus gastos militares. Afortunadamente es as¨ª. En buena hora renunci¨® Europa a las "pol¨ªticas de poder", que hubiera convertido al Viejo Continente en un polvor¨ªn nuclear de ciudadanos subdesarrollados y que ello la induzca a orientar su diplomacia a favor de la negociaci¨®n, los consensos internacionales y la paz. Pero de all¨ª a que la "vieja Europa", aletargada por la complacencia consumista y el Estado dadivoso, haya perdido tanto nervio y convicci¨®n democr¨¢ticos como para, el d¨ªa de ma?ana, dejarse arrollar por cualquier s¨¢trapa equipado con cohetes o armas qu¨ªmicas es ir demasiado lejos en el pesimismo. Si la Uni¨®n Europea sale adelante -la guerra de Irak ha sembrado de nuevos escollos el camino, pero no lo ha cancelado-, su sistema de defensa, sin necesidad de arrastrarla a una in¨²til competenica militar con los Estados unidos, deber¨ªa inmunizarla contra ese riesgo, aceptando aquella distribuci¨®n del trabajo estrat¨¦gico que certeramente describe Kagan. La alianza atl¨¢ntica, mellada en estos d¨ªas por la torpe manifestaci¨®n oportunista de antinorteamericanismo de los Gobiernos de Chirac y Schoeder, deber¨¢ restablecerse en el futuro, cuando, apagados los ecos de la guerra de Irak, y sacando Europa las conclusiones pertinentes del alborozo con que millones de iraqu¨ªes han celebrado la ca¨ªda de Sadam Husein, tome conciencia de lo indispensable de aquella alianza para su seguridad, en un mundo todav¨ªa lleno de acechanzas y riesgos para los pa¨ªses democr¨¢ticos.
?Es verdad que los Estados Unidos pueden prescindir de Europa sin que ello les signifique una merma importante en el ¨¢mbito militar o en el econ¨®mico? Tal vez. Pero yo creo que no en el pol¨ªtico. Sin la alianza con Europa Occidental -y el freno amistoso en el campo internacional que ella implica-, lo m¨¢s precioso que tiene el coloso del Norte, esa cultura democr¨¢tica a la que debe el poder¨ªo que la ha convertido en la superpotencia mundial, sufrir¨ªa un deterioro y, acaso, su desplome. Algo de este peligro asoma en los s¨®tanos del terso ensayo de Robert Kagan, cuando explica tranquilamente por qu¨¦ los Estados Unidos tienden a desconfiar cada vez m¨¢s de las Naciones Unidas, y se niegan a encuadrar sus pol¨ªticas dentro de instituciones internacionales como el Acuerdo de Kioto sobre el Medio Ambiente o la Corte Penal Internacional. Un unilateralismo semejante puede erosionar las instituiciones y deslizar a Estados Unidos por una pendiente que destruya el Estado de Derecho. Es verdad que Estados Unidos es una sociedad democr¨¢tica, pero, por el r¨ªgido camino de las "pol¨ªticas de poder", esa democracia crispada, beligerante y arrogante, podr¨ªa entrar en bancarrota m¨¢s pronto que tarde. Porque la democracia no implica s¨®lo que haya elecciones y funcione el equilibrio de poderes y la libertad de expresi¨®n para consumo interno; tambi¨¦n que en el entramado de las relaciones con los dem¨¢s pa¨ªses prevalezca la misma suma de valores, libertades y derechos que constituyen la cultura de la libertad. Eso no quiere decir que, en nombre del remoto ideal kantiano de una paz universal, una democracia deba volverse vulnerable al terror o al chantaje de las tiran¨ªas con armas nucleares. Pero si el pragmatismo y la fuerza son el ¨²nico motor de sus gobiernos, una democracia deja pronto de serlo y, aunque conserve un exterior de pa¨ªs libre, convertirse internamente en una sociedad autoritaria.
La alianza del superpoder con la vieja Europa, cuna de la libertad y la legalidad a la que debe el mundo lo mejor que le ha pasado, es, precisamente ahora que los Estados Unidos son un superpoder sin competidores cercanos, la mejor manera de mantenerse en la buena tradici¨®n de Washington y Jefferson, que exalt¨® tanto Tocqueville, y no irse -por la arrogancia y la ceguera del poder omn¨ªmodo- dejando contaminar por la naturaleza del enemigo con el que justifica la prepotencia y los excesos. El realismo hobbesiano s¨®lo es justificable como una transitoria necesidad en el ¨¢spero camino hacia el ideal kantiano de un mundo pacificado y solidario, coexistiendo en el marco de la ley y la libertad.
? Mario Vargas Llosa, 2003. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2003.
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