La ira del comendador
El 6 de marzo pasado, Fidel Castro efect¨²a uno de esos gestos simb¨®licos a que tan aficionado es para dorar la propia imagen. Entrega a las monjas de una orden religiosa un caser¨®n restaurado en La Habana Vieja para que puedan utilizarlo como convento y a cambio recibe una distinci¨®n de especial relevancia: es investido nada menos que comendador de la Orden de Santa Br¨ªgida. Si olvidamos que al viejo enemigo de la religi¨®n tal reconocimiento le sienta como a un santo dos pistolas, la figura de comendador no resulta inadecuada para lo que representa Fidel en la Cuba de hoy. Igual que ocurriera con el personaje del Don Juan, el comendador es a primera vista una estatua que preside la paz de un cementerio, prolongando la met¨¢fora en la escena final de la Guantanamera de Tit¨®n Guti¨¦rrez Alea. En sus dimensiones creativas, la revoluci¨®n cubana ha fracasado hace tiempo y s¨®lo espera para ser enterrada a que se hunda bajo una losa el personaje petrificado que la protagoniz¨® a lo largo de medio siglo. Ahora bien, mientras eso no suceda, la estatua puede ponerse en movimiento para ejercer su violencia contra los enemigos reales o imaginarios con la intenci¨®n de arrojarles al infierno.
Es lo que pudo ya atisbarse en algunos pasajes del discurso que Fidel pronunci¨®, el mismo d¨ªa 6 de marzo, al celebrar su reelecci¨®n un¨¢nime como jefe del Estado cubano por la Asamblea Nacional del Poder Popular. Una vez pronunciado el inevitable elogio a las grandes realizaciones de la Revoluci¨®n, lleg¨® el momento para exhibir el ramalazo de ira contra quienes hab¨ªan participado el 24 de febrero en una reuni¨®n con el encargado de la Oficina de Intereses norteamericanos en La Habana. El diplom¨¢tico era el blanco principal, recibiendo una cascada de insultos, pero de cara a los cubanos asistentes a dicha reuni¨®n, y a quienes les fueran asimilados, una sola frase bastaba para entrever la gravedad de la amenaza. Constitu¨ªan, en palabras de nuestro comendador, "un grupo de revolucionarios pagados por el Gobierno de Estados Unidos".
La puesta en marcha de la intervenci¨®n norteamericana en Irak fue la se?al para que de las palabras Fidel pasara a los hechos. Con los grandes predadores entregados a su fest¨ªn, las hienas tienen la oportunidad de salir de sus guaridas. Mientras la opini¨®n p¨²blica mundial se movilizaba contra la guerra (y de paso contra el imperialismo americano), los ecos de una nueva oleada represiva en Cuba iban a quedar sofocados por el ruido general, e incluso los golpes dados a la disidencia pod¨ªan encontrar una justificaci¨®n por esa calidad de asalariados de Bush que el l¨ªder m¨¢ximo adjudicaba a los m¨¢s destacados dem¨®cratas de la isla. Desde 1999 dormitaba la disposici¨®n represiva m¨¢s espectacular del arsenal normativo cubano, la Ley 88, m¨¢s conocida como Ley Mordaza. En virtud de la misma, el simple hecho de colaborar "por cualquier v¨ªa" con "medios de difusi¨®n extranjeros", de cualquier car¨¢cter y orientaci¨®n ideol¨®gica, supone de dos a cinco a?os de c¨¢rcel. Si la colaboraci¨®n es remunerada, la pena sube hasta ser de tres a ocho a?os. Una cr¨ªtica de tipo econ¨®mico, que perjudique la imagen del pa¨ªs, si es remunerada, puede llevar a un encierro de ocho a veinte a?os. Acumular, reproducir o difundir material de origen norteamericano "o de cualquier entidad extranjera", en cuanto antisocialista y tendente a "quebrantar el orden interno", son de tres a ocho a?os..., que pueden subir a la franja de cuatro a diez a?os "si los hechos se cometen con el concurso de dos o m¨¢s personas" (sic), y siendo el contenido grave, de siete a quince a?os. S¨®lo que quienes tem¨ªamos su aplicaci¨®n a este caso nos hemos visto superados por el alcance de la voluntad represiva. Como Franco, Fidel ha decidido hincar sus colmillos de fiera hasta el fondo, y los acusados, en juicio sumar¨ªsimo, lo fueron por "actividades conspirativas", con la perspectiva de unas penas inhumanas que por desgracia se han hecho realidad.
La Ley Mordaza ten¨ªa la funci¨®n de colocar una espada de Damocles sobre todos aquellos que intentaran sostener un cauce de comunicaci¨®n con el mundo democr¨¢tico exterior, con los Estados Unidos y la ley Helms-Burton como espantajos de justificaci¨®n, y de modo particular sobre los periodistas, estudiosos y escritores que estuvieran en condiciones de analizar la realidad cubana, difundiendo a continuaci¨®n el resultado de tales an¨¢lisis. El para¨ªso enrejado y m¨ªsero de Fidel necesita tanto la oscuridad como la impunidad para preservar la vigencia del propio mito. La impresionante movilizaci¨®n democr¨¢tica que represent¨® el proyecto Varela -impresionante dadas las condiciones en que tuvo lugar y los riesgos asumidos por promotores y firmantes- ten¨ªa que preocupar adem¨¢s profundamente a un dictador tan marcado por el odio como Fidel. Claro que hubiera sido torpe reaccionar de inmediato contra el ejercicio de la libertad que presidi¨® la recogida y la presentaci¨®n del proyecto, respaldado por once mil firmas, y en apariencia el dictador se conform¨® con una de sus movilizaciones de signo totalitario en pro de la declaraci¨®n de "eternidad" para su versi¨®n del socialismo. A partir de ese momento, permaneci¨® agazapado a la espera de una ocasi¨®n propicia, siguiendo la misma pauta de comportamiento que recomendara hace muchos a?os a su confidente Melba Hern¨¢ndez para los competidores en la oposici¨®n, desde su encierro en el penal de la isla de Pinos: "Mucha mano izquierda y sonrisa con todo el mundo. Habr¨¢ despu¨¦s tiempo de sobra para aplastar a todas las cucarachas juntas". Gracias a Bush, el momento ha llegado.
En primer t¨¦rmino destaca el perfil de los principales objetivos en una represi¨®n selectiva. El promotor del proyecto Varela, Oswaldo Pay¨¢, cargado de recientes apoyos y recompensas internacionales, era una pieza de excesivo calibre. M¨¢s val¨ªa inicialmente dejarle a salvo. En cambio, eran detenidos algunos de sus m¨¢s pr¨®ximos colaboradores, y sin duda, el descabezamiento de los l¨ªderes de opini¨®n impulsores de esa reforma democr¨¢tica ha constituido uno de los objetivos de la operaci¨®n. Para arrancar de cuajo la comunicaci¨®n con el exterior hab¨ªa, por el contrario, que golpear a la personalidad m¨¢s representativa, en este caso el periodista Ra¨²l Rivero, que desde CubaPress ven¨ªa desarrollando una importante labor para sacar a la luz la represi¨®n en la isla, hasta el d¨ªa mismo en que fue detenido. Hoy le esperan veinte a?os de c¨¢rcel, lo mismo que a Martha Beatriz Roque, en ese amplio espectro de condenas que va de los 6 a los 28 a?os. De hecho, Rivero estaba siendo sometido a la presi¨®n de una especie de exilio interno, con la entrada en vigor de ese cerco de aislamiento que el castrismo tan bien practica siguiendo los pasos del patr¨®n estaliniano. Como la voluntad punitiva no encuentra, de todas formas, el mismo eco en medios intelectuales, la expulsi¨®n empezaba a ser sustituida por "la desactivaci¨®n", algo parecido a aquel recurso del franquismo agonizante en que eran cerrados peri¨®dicos cancelando su inscripci¨®n en el registro de publicaciones. Y al plantearse la posibilidad de ir m¨¢s lejos, a la persecuci¨®n se une la ejemplaridad, con el fin de recordar a la poblaci¨®n cubana, por si lo hubiera olvidado, que en el proclamado territorio libre de Am¨¦rica constituye un crimen el ejercicio de la libertad. La secuencia de las detenciones y condenas se ajusta a un plan preconcebido, con disidentes de menor peso en el papel de teloneros que anuncian el encarcelamiento de las figuras m¨¢s importantes, y la televisi¨®n ofreciendo a todos el espect¨¢culo de estas ¨²ltimas, con la misma indignidad que en el primer castrismo las ejecuciones se hac¨ªan a la hora del d¨ªa en que hubiese mejor luz para las c¨¢maras. Por encima de todo, est¨¢n, sin embargo, la brutalidad de las condenas a los escritores dem¨®cratas, la vileza de la infiltraci¨®n en sus medios de falsos disidentes, la sangre derramada en los fusilamientos.
El penoso episodio constituye un nuevo aldabonazo a la conciencia de la izquierda europea, que sigue en buena parte mirando a Fidel Castro como si fuese un rom¨¢ntico defensor de los oprimidos frente al imperialismo yanqui. Del mismo modo que oponerse a la intervenci¨®n militar decidida por Bush no debe llevar a la menor indulgencia respecto de un dictador criminal como Sadam Husein, las cr¨ªticas dirigidas a la proyecci¨®n imperialista de la pol¨ªtica de Washington no pueden convertirse en eximentes de la dictadura de Castro. El silencio mostrado una y otra vez por pol¨ªticos e intelectuales de izquierda ante el aplastamiento de los derechos humanos en Cuba se coloca ya plenamente en el terreno de la indignidad. Entre nosotros, nada cabe esperar de un Llamazares, sumido en la m¨ªsera complicidad de que pareci¨® librarse el PCE cuando en 1968 conden¨® la invasi¨®n de Praga, pero el grupo dirigente del PSOE, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero en primer plano, se encuentra pol¨ªtica y moralmente obligado a ir a fondo en esta cuesti¨®n, y m¨¢s a¨²n despu¨¦s de los fusilamientos: las declaraciones y las actuaciones en el orden internacional est¨¢n bien, pero falta una proyecci¨®n hacia el interior que asuma el riesgo de movilizar la opini¨®n espa?ola. Fidel conoce de sobra los puntos d¨¦biles de los pol¨ªticos y de la opini¨®n p¨²blica espa?oles trat¨¢ndose de Cuba, y sus boleros de amor con Felipe Gonz¨¢lez y con Fraga fueron signo de su eficaz aprovechamiento de los sentimientos favorables a la isla en nuestro pa¨ªs. S¨®lo que a estas alturas resulta imposible esperar nada del comendador de Santa Br¨ªgida. Las especulaciones del ahora equidistante Rafael Rojas sobre el cambio en vida de Castro suenan a m¨²sica celestial. Desde mediados de los noventa, la oposici¨®n interior se ha dirigido una y otra vez a ¨¦l para que encabece o haga posible el proceso de cambio. El ¨²ltimo mazazo es el mejor indicador de cu¨¢l es su respuesta.
De ah¨ª que sea necesario poner en tela de juicio las apreciaciones de quienes anuncian desde hace alg¨²n tiempo el inicio de una transici¨®n en Cuba, colocando al r¨¦gimen la etiqueta de "post-totalitarismo". Ante todo, dado el protagonismo indiscutible que asume Fidel, el castrismo, como tiempo atr¨¢s la dictadura de Franco, puede clasificarse entre los reg¨ªmenes cesaristas, esto es, los sistemas autocr¨¢ticos presididos por un l¨ªder supremo que ha obtenido su legitimidad a partir de una victoria militar. Esto, por lo que concierne al v¨¦rtice, el cual a su vez determina, en ambos casos, que la viga maestra del edificio dictatorial corresponda al Ej¨¦rcito. Una vez cerrado el largo periodo de supervivencia al calor de las subvenciones de la URSS, ha sido el Ej¨¦rcito el que ha asumido en Cuba, tras la depuraci¨®n que supuso el fusilamiento del general Ochoa en 1989, el intento de recuperaci¨®n de una econom¨ªa en ruinas. Eso sin olvidar una funci¨®n comparable a la que tuvieron las fuerzas armadas franquistas en cuanto clave de b¨®veda de una represi¨®n llevada a cabo en lo inmediato por un aparato de seguridad impregnado a¨²n de ideolog¨ªa y m¨¦todos comunistas. Se trata de un complejo represivo impresionante, reforzado incluso por lo que queda de componente de movilizaci¨®n totalitaria capilar a partir de los ¨®rganos del llamado poder popular y de los comit¨¦s de defensa de la revoluci¨®n, cuyo ¨²nico defecto es el resquebrajamiento definitivo de la confianza social desde que la ineficacia del sistema qued¨® al descubierto en ausencia de la ayuda sovi¨¦tica. No se trata de un post-totalitarismo, sino de un totalitarismo en quiebra, con Ra¨²l Castro en el papel que aqu¨ª tuvo Carrero Blanco en las postrimer¨ªas del franquismo. Ante tal panorama, y con Bush a un paso, no cabe excesivo optimismo, pero tampoco es l¨ªcita la pasividad: los dem¨®cratas cubanos del interior necesitan, no s¨®lo una constante acci¨®n solidaria, sino tambi¨¦n que quienes se empe?an en sostener el mito, al modo de Oliver Stone, reciban adecuada respuesta.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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