Nuevas deudas con el 'Quijote'
Desde su aparici¨®n en 1605, la influencia del Quijote en la narrativa occidental (para limitarnos a Occidente y al g¨¦nero narrativo) ha sido cada vez m¨¢s importante y podr¨ªa decirse que, a partir sobre todo del siglo XVIII, fue ganando cada d¨ªa un poco m¨¢s de actualidad. Los m¨¢s grandes nombres de la creaci¨®n novel¨ªstica posteriores a Cervantes se confiesan deudores de ese texto inagotable. Muchos personajes c¨¦lebres de la ficci¨®n moderna tienen rasgos comunes con don Quijote: Madame Bovary, ciertos h¨¦roes dostoievskianos como el pr¨ªncipe Mishkin o Aliocha Karamazov, los protagonistas de El proceso y El castillo, de Kafka; Lord Jim, de Conrad, pero tambi¨¦n hay un Quijote en cada una de las novelas de Faulkner, que una vez declar¨®: "Leo el Quijote todos los a?os, como otros leen la Biblia". La psicolog¨ªa y el comportamiento de Philip Marlowe, el c¨¦lebre detective privado creado por Raymond Chandler, ser¨ªan incomprensibles sin tener en cuenta uno de los aportes fundamentales de Cervantes a la narrativa moderna: la moral del fracaso.
El mito es simplista y edificante; la novela, compleja y, al mismo tiempo, compasiva y cruel
Esa moral del fracaso constituye el golpe de gracia que el Quijote asesta a los valores de la epopeya, arrumbando definitivamente el g¨¦nero en el pasado. Lo que Adorno llama "la ingenuidad ¨¦pica", o sea la irreflexiva inconciencia con que el h¨¦roe de la epopeya se arroja al mar de los acontecimientos para obtener la realizaci¨®n de un objetivo definido, pierde toda vigencia a partir del Quijote, donde no ¨²nicamente los objetivos del Caballero Andante son vagos o irrealizables, sino donde tambi¨¦n los acontecimientos son de condici¨®n incierta, puesto que tienen para el h¨¦roe un sentido diferente del que tienen para los otros personajes, para el autor y para los lectores (por ejemplo, los molinos de viento son gigantes ¨²nicamente para don Quijote y siguen siendo vulgares molinos para todos los dem¨¢s). A diferencia del h¨¦roe ¨¦pico, que espera un progreso como resultado de sus aventuras, y que gana terreno, en muchos planos diferentes, a medida que esas aventuras se producen, don Quijote se encuentra al final de cada una de las suyas en el mismo lugar, defraudado e incluso malherido, f¨ªsica y moralmente, y sin embargo, aun habiendo anticipado vagamente su fracaso, decide continuar sus aventuras. Tal es la moral del fracaso que inaugura Don Quijote de La Mancha, y que est¨¢ presente en la casi totalidad de la narrativa occidental moderna.
Sterne y Flaubert, Dostoievski
y Kafka, Faulkner y John Dos Passos, Chandler y Borges, e incluso Thomas Mann, que una noche, en un barco que lo llevaba a Nueva York, so?¨® a don Quijote con los rasgos de Nietzsche-Zaratustra, hicieron suya esa inestimable lecci¨®n de Cervantes. Pero otros aportes originales del Quijote han dejado tambi¨¦n sus huellas en la narrativa ulterior. Por primera vez, la autonom¨ªa de la ficci¨®n aparece afirmada, con una discreta alusi¨®n, en el comienzo mismo del libro. La c¨¦lebre primera frase: "En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme", puede ser interpretada en por lo menos tres sentidos diferentes: la f¨®rmula no quiero acordarme, puede leerse tambi¨¦n como no puedo acordarme, lo cual le resta importancia al lugar preciso donde los hechos ocurrieron, introduciendo de ese modo la tipicidad propia de los hechos de todo relato realista, de modo que cualquier lugar de que se trate vale para todos los otros lugares similares que ese lugar representa; pero si interpretamos literalmente el no quiero acordarme, es porque se trata de un lugar preciso que debe mantenerse secreto para que el lector no lo identifique, as¨ª como tampoco a los acontecimientos y a las personas de que se habla en el relato; y, por ¨²ltimo, en parad¨®jica contradicci¨®n con el sentido anterior, el no querer acordarse sugiere que importa poco cu¨¢l es ese lugar, puesto que la ficci¨®n debe preservar siempre su autonom¨ªa respecto de su referente, creando un mundo propio que no se limita a ser la copia del que supuestamente existe fuera del texto. Por otra parte, la elecci¨®n de La Mancha como escenario para la novela, supone tambi¨¦n cierta burla de la epopeya, porque La Mancha, en las intenciones de Cervantes, es el lugar m¨¢s pobre y menos prestigioso que pudo encontrar, en oposici¨®n a los lugares legendarios de que provienen los h¨¦roes de las novelas de caballer¨ªas, que son el ¨²ltimo avatar, ya un poco simplificado, del g¨¦nero ¨¦pico.
Estos grandes hallazgos del Quijote, moral del fracaso y autonom¨ªa de la ficci¨®n, representan ¨²nicamente dos de los muchos aportes del libro a la narrativa. Podr¨ªa se?alarse tambi¨¦n la superposici¨®n de un mundo ideal a un tratamiento realista de la materia ficticia, ya que el h¨¦roe vive en dos mundos a la vez, lo que volvemos a encontrar en el siglo XX en el Ulises de Joyce, donde cada uno de los cap¨ªtulos del libro, minuciosamente realista, sigue el esquema ideal de un canto de la Odisea, construcci¨®n que, en definitiva, tambi¨¦n constituye un desmantelamiento de la epopeya. Pero la cr¨ªtica ha puesto asimismo de relieve el paralelo que puede hacerse entre el Quijote y ciertos relatos de Kafka, a partir de la misma imposibilidad en que se encuentran los personajes de progresar hacia un objetivo que es a la vez incierto e inalcanzable. Y si en Joyce encontramos rar¨ªsimas alusiones al Quijote, en los diarios y en los relatos de Kafka las referencias son abundantes.
Aunque las figuras de don Quijote
y Sancho se han vuelto no solamente universales sino tambi¨¦n populares, a la manera de otros arquetipos literarios, como el binomio Sherlock Holmes/Watson, o el monstruo creado por el Dr. Frankestein que termina apropi¨¢ndose del nombre de su creador, o el personaje doble que encarna en su persona el Bien y el Mal (Dr. Jekyll y Mr. Hyde), lo que diferencia a Don Quijote de La Mancha de esos mitos modernos, exceptuando quiz¨¢ la novela de Mary Shelley, es la superioridad del texto literario a la versi¨®n estilizada del mito. La creaci¨®n de un mito no es el objetivo principal de una obra literaria, sino la plenitud del goce intelectual, sensual y emocional que nos depara su lectura. Tambi¨¦n en ese sentido el texto del Quijote es ejemplar. La novela es infinitamente m¨¢s rica que los arquetipos que segrega: el d¨²o don Quijote-Sancho es groseramente contrastado en el mito, pero sutilmente matizado en el texto; el mito, con la supuesta claridad de sus figuras, es imprudentemente afirmativo, en tanto que el texto, en su enmara?ada minucia, suscita, al mismo tiempo que la imprescindible exaltaci¨®n, dudas e interrogaciones; a diferencia del libro, el mito, que creemos conocer de una vez y para siempre, nos dispensa de la reflexi¨®n y de la relectura. El mito es simplista y edificante; la novela, compleja y al mismo tiempo compasiva y cruel.
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