Palabra sin Dios
Todos los grandes cient¨ªficos han sabido que el peso de sus reflexiones iba mucho m¨¢s all¨¢ de los intereses de una disciplina especializada. As¨ª, en el marco de un art¨ªculo rigurosamente t¨¦cnico, David Hilbert sosten¨ªa que "en la elucidaci¨®n matem¨¢tica de la cuesti¨®n del infinito se halla en juego la dignidad misma del esp¨ªritu humano". Pues bien, entre las cuestiones rigurosamente cient¨ªficas que a nuestra ¨¦poca le ha tocado elucidar se encuentra la siguiente: ?hay o no alg¨²n rasgo que diferencia a los humanos con tal grado de singularidad que crea entre ellos y los dem¨¢s seres (minerales o plantas, pero tambi¨¦n p¨¢jaros o bonobos) una frontera que, por el momento, puede considerarse infranqueable?
Ciertamente, la convicci¨®n de la diferenciaci¨®n vertical de nuestra especie est¨¢ muy arraigada, como lo indica la aceptaci¨®n acr¨ªtica de la expresi¨®n homo sapiens para referirse a ella. Misi¨®n de nuestra ¨¦poca ser¨ªa asentar tal convicci¨®n en una base rigurosa, no limitada quiz¨¢s a la investigaci¨®n biol¨®gica pero desde luego profundamente anclada en ella. La tarea se ha revelado dif¨ªcil. Es cuando menos problem¨¢tico que la capacidad de saber encuentre una legitimaci¨®n biol¨®gica a la vez suficientemente inclusiva (todos los humanos) y forjadora de n¨ªtida frontera (nada m¨¢s que los humanos).
?Podr¨ªa el lenguaje con mayor legitimidad singularizar jer¨¢rquicamente a la especie humana? ?Habr¨ªa el conocimiento simplemente usurpado el lugar que de hecho corresponder¨ªa a la palabra? ?Ser¨ªa en definitiva loquens atributo m¨¢s adecuado que sapiens para referirse a nuestra condici¨®n? Sin duda la respuesta depende, ante todo, de lo que se entienda por lenguaje.
Planteada en t¨¦rminos de capacidad ling¨¹¨ªstica y no en t¨¦rminos de general capacidad gnoseol¨®gica, la cuesti¨®n de la singularidad humana a la que antes nos refer¨ªamos puede ser sintetizada de la siguiente manera: ?es o no cierto que cuando un ni?o aprende a hablar aplica una gram¨¢tica que nadie le ha ense?ado? Y de ser as¨ª, ?es o no cierto que este don tiene una base gen¨¦tica?
La hip¨®tesis contraria sostendr¨ªa que los humanos adquieren el lenguaje mediante aplicaci¨®n de alg¨²n tipo de mecanismo de aprendizaje general, el cual eventualmente se dar¨ªa en ellos con mayor eficacia que en otros organismos, pero que en ning¨²n caso permitir¨ªa singularizar por exclusividad. Pensadores de enorme peso (Putnam, Piaget, Pinker, Lenneberg, Cavalli-Sforza y, en primer lugar, Noam Chomsky) se han enfrentado al problema con argumentos cient¨ªficos contrapuestos que alimentan un fascinante debate filos¨®fico.
Pues no hay proyecto de mayor dignidad que el consistente en asentar sobre base racional el singular¨ªsimo hecho del lenguaje, es decir: un conjunto limitado de elementos fon¨¦ticos que abre la v¨ªa a un conjunto potencialmente infinito de elementos de significaci¨®n; una suerte de filtro que mediatiza toda presencia exterior o interior y que, en raz¨®n de ello, parece realmente tener la dignidad de ese verbo que, seg¨²n el mito, un d¨ªa tom¨® forma de hombre.
No cabe racionalmente discutir sobre si el verbo se hizo carne, pero siendo, como es, indiscutible que la carne lleg¨® a hacerse verbo, cabe perfectamente preguntarse c¨®mo tal cosa ocurri¨®. Cabe preguntarse por la raz¨®n de que en el registro gen¨¦tico se operara esa revoluci¨®n por la cual a los instintos que reflejan simplemente la tendencia de la vida a perseverar diversific¨¢ndose se sum¨® ese "instinto de lenguaje" al que se refiere Steve Pinker, es decir: tendencia no meramente a perseverar, sino a perseverar loquens, tendencia no tanto a conservar la vida como a conservar una vida impregnada por la palabra. El car¨¢cter subversivo de este nuevo instinto se refleja en el hecho de que puede llegar a no ser compatible con los instintos directamente vitales, tal como sucede cuando bajo amenaza de tortura o muerte un hombre no traiciona convicciones forjadas a trav¨¦s de una palabra compartida.
"Sin Dios todo est¨¢ permitido", afirma un atormentado h¨¦roe de Dostoiewski. La sentencia hubiera sido m¨¢s convincente si en ella, en lugar de Dios, figurara el t¨¦rmino palabra. Pues como sabe perfectamente toda persona digna de tal nombre, el respeto a la palabra es a la vez condici¨®n necesaria y suficiente de un comportamiento moral, y ello como mero corolario de ser la expresi¨®n cabal de un comportamiento humano: "Un hombre sin palabra no es un hombre", sentenciaba un modesto h¨¦roe antidostoiewskiano como explicaci¨®n ¨²nica de su aparentemente absurda disposici¨®n a no soslayar una situaci¨®n imposible que hab¨ªa prometido afrontar.
Apostar por una legitimaci¨®n gen¨¦tica de la hip¨®tesis seg¨²n la cual el hombre y s¨®lo el hombre posee un dispositivo que le hace veh¨ªculo del lenguaje equivale a apostar por una palabra liberada de toda referencia trascendente. Palabra sin Dios, pero no por ello palabra menos portadora de una promesa de plenitud. M¨¢s bien al contrario, pues la palabra s¨®lo otorga sus frutos cuando no es tomada en vano, lo cual pasa en primer lugar por liberarla de hip¨®tesis que la subordinan; mas el concepto especular de Dios es quiz¨¢s el paradigma de tal subordinaci¨®n de la palabra.
Fruto de la palabra es el hecho de que, con plena lucidez, repudiando toda esperanza incompatible con el buen juicio, podamos sentir que nos motivan objetivos no subordinados al mero hecho de vivir; podamos sentir que la finitud inherente a la materia y por consiguiente a la gen¨¦rica, siendo lo inevitable, no es sin embargo lo ¨²nico que cuenta; sentir que la palabra sin Dios no necesita quitar los pecados del mundo porque precisamente restaura un mundo libre de pecado; sentir, en suma, lo que en un instante afortunado experiment¨® Paul Eluard, a saber, que el mundo, adem¨¢s de portador de muerte, es asimismo "azul como lo es una naranja".
V¨ªctor G¨®mez Pin es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.