Historia de un gato gordo
El gato de Botero est¨¢ agotando sus siete vidas. Si se tienen que contar por traslados, s¨®lo en Barcelona ya lleva cuatro. Es un gato cansado que adem¨¢s empieza a ser viejo. Est¨¢ escultura se la compr¨® el Ayuntamiento al artista colombiano en 1987. Y 16 a?os son muchos a?os para un gato. Estuvo un tiempo en el parque de la Ciutadella. Y cuando sus delicados bigotes ya se hab¨ªan acostumbrado al fuerte olor del zoo, se lo llevaron al estadio Ol¨ªmpico durante los Juegos del 92. De la selva al dise?o. Luego fue a parar a la plaza de Blanquerna, detr¨¢s de las Drassanes. Lo depositaron sobre una peana y lo pusieron a vigilar la entrada de uno de los jardines m¨¢s desconocidos de Barcelona. Se trata de los jardines del Baluard, a los cuales se accede por un port¨®n situado en dicha plaza. Te metes en la antigua muralla y asciendes hasta situarte encima del mismo baluarte. Son peque?os pero puedes pasear y contemplar una buena vista del Paral.lel. ?ltimamente no entraba nadie porque la plaza de Blanquerna, a pesar del celo del gato de Botero, era un refugio de indigentes. Y entrar en los jardines del Baluard daba toda la sensaci¨®n de meterte en una trampa, en un callej¨®n sin salida. Han sido a?os duros para el gato, en la plaza de Blanquerna.
El gato de Botero emprende una nueva vida en la Rambla del Raval tras varios emplazamientos en calles y jardines de la ciudad
M¨¢s que exhibido, escondido, lejos de un lugar donde lucir, se mearon en su peana, se pincharon bajo su sombra, incluso dir¨ªa que, tan gordo como lo concibi¨® Botero, el gato adelgaz¨® unos kilos y su pelaje negro perdi¨® un poco de brillo. No le consolaban ni las visitas anuales de los lectores durante la Setmana del Llibre en Catal¨¤ a les Drassanes. M¨¢s bien deb¨ªa de tener ganas de meterse en un barco cualquiera de los del Museo Mar¨ªtimo y volver r¨¢pido a Colombia.
Hemos esperado unos cuantos d¨ªas para ir a visitarlo a su nuevo emplazamiento, en la Rambla del Raval. M¨¢s que nada para dejarle que se ambiente. De entrada, no se puede decir que entrara con buen pie. A nadie le gusta ir por el mundo de segundo plato. Y en la Rambla del Raval ten¨ªa que colocarse una escultura del artista filipino David Medalla que, por lo que parece, ten¨ªa un aspecto f¨¢cilmente relacionable con la m¨¢s simple de las simbolog¨ªas f¨¢licas. Para falo, el del rascacielos de la plaza de las Gl¨°ries, suponemos que se dijo el Ayuntamiento. Y se meti¨® mano al gato de Botero, siempre dispuesto a sacrificarse por la ciudad. Por lo pronto, el animal ha perdido la peana. Se aguanta directamente en el suelo, con lo que ha ganado en su aspecto macizo y rechoncho. No lo han puesto en el centro, sino en un lado, bajando a mano derecha, y en uno de los extremos de la rambla, el que mira al mar. Desde luego, parece un gato fiero, encajonado de esta manera, all¨¢ en medio, como entorpeciendo el paso. Pero desde luego, en cuanto se acostumbre, no se va a quejar. Es otra cosa. El d¨ªa que fuimos a visitarle le daba el sol de lleno. El gato brillaba y, se lo puedo asegurar, ya no apestaba a meado. Los paquistan¨ªes sentados en los bancos lo miraban con poca curiosidad. Cada d¨ªa llega gente nueva a la zona. Total, un inmigrante m¨¢s, aunque sea un gato bul¨ªmico, viejo y cabreado por los traslados. Al otro lado de la rambla est¨¢ el espacio donde tiene que ubicarse el nuevo hotel de lujo, que, seg¨²n el Ayuntamiento, acabar¨¢ por recolocar a la Rambla del Raval dentro del parque tem¨¢tico Barcelona 2004. Por ahora s¨®lo existe un solar. Han enviado al gato de Botero como agente avanzado de la modernidad. Para que se vayan enterando. Mientras tanto, que el felino no baje la guardia. Porque en el solar mencionado y en otros que hab¨ªa no hace m¨¢s de un par de a?os es donde se escond¨ªan unos pilletes del barrio que se dedicaban precisamente a cazar gatos. Los torturaban hasta la muerte y los dejaban tirados entre los cascotes, a la vista. Sali¨® en los peri¨®dicos, ?se acuerdan? Dichas noticias probablemente no llegaron nunca al gato de Botero, arrinconado tras la humedad de la muralla, en la plaza de Blanquerna. Si no, quiz¨¢ se hubiera negado a dicho traslado. Tal vez por eso lo han colocado en este extremo de la rambla: la comisar¨ªa de polic¨ªa de las Drassanes est¨¢ a un paso. Ojal¨¢ no salga chamuscado de esta nueva aventura. Durante nuestra visita, un d¨ªa laborable cualquiera, parec¨ªa contento. En una de las patas que daba al carril bici, ten¨ªa una bicicleta apoyada cuyo amo no se ve¨ªa por ninguna parte. En el otro flanco, el que daba al paseo central, un paquistan¨ª, sonriente, posaba para una foto que su mujer le estaba haciendo. El gato de Botero llegar¨ªa por correo un d¨ªa de estos a la antigua Rawalpindi, inm¨®vil y majestuoso, detr¨¢s del hombre de la foto, orgulloso de buscarse la vida en una ciudad tan moderna que le pone gatos gordos a la calle donde vive. Lleg¨® la hora de la salida de los colegios y la escultura se llen¨® de ni?os. La Rambla del Raval es uno de los espacios de Barcelona con m¨¢s ni?os. Y lo ten¨ªan claro: a falta de tobog¨¢n, bueno era el gato de Botero. Se arrastraban por debajo, corr¨ªan alrededor, incluso alguno ya estaba intentando sub¨ªrsele al lomo. Pero a ese gato obeso tanto le daba, incluso me pareci¨® o¨ªr que se pon¨ªa a ronronear, satisfecho. Que dure.
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