"Siempre sent¨ª que las putas eran mis hermanas"
Ingenioso, excesivo, muy simp¨¢tico, Xavier Velasco (San ?ngel, M¨¦xico, 1958) es un hombre-espect¨¢culo: imita acentos, no para de hacer chistes, gesticula sin freno, todo lo toma a chufla (incluso a s¨ª mismo), y en medio de todo ese despliegue es adem¨¢s capaz de responder con r¨¢pida originalidad a cualquier cosa, mientras programa su web (www.fullmoontonic.com) en un ordenador port¨¢til y manipula su agenda electr¨®nica, con la cual hace una foto al entrevistador que quiz¨¢ env¨ªa en ese mismo momento a Nueva York o a Delhi.
El ganador del VI Premio Alfaguara recuerda al Roberto Benigni de El peque?o diablo, s¨®lo que en m¨¢s alto, casi rubio y con los ojos azules. Podr¨ªa ser tambi¨¦n el quinto Beatle, dado su aspecto y su peinado, y lo mucho que sabe de rock y viajes, pero es sobre todo un escritor de raza, que ha vivido mucho pero ha escrito muy poco y que se confiesa a tumba abierta y sin pudor alguno en Diablo Guardi¨¢n, esta primera novela larga, 500 p¨¢ginas justas, sorprendentes, verborreicas, dram¨¢ticas y divertidas, llenas de gags y de mon¨®logos, escritas a ritmo de coca¨ªna y mezcal, mezcla de juego y autobiograf¨ªa, glamour y podredumbre, retru¨¦canos y filosof¨ªa, spanglish y chilango.
"Con la literatura he sido como un divorciado o un alcoh¨®lico vicioso"
"El lenguaje de Violetta es algo que arde y quieres seguir escuchando"
"Querer ser gringo es el vicio nacional mexicano. Yo lo tengo en paralelo con la repulsi¨®n"
Los tres protagonistas (Violetta, Pig, Nefast¨®feles) son quiz¨¢ el espejo de este ins¨®lito personaje que es Velasco, un caballo salvaje capaz de narrar durante un par p¨¢ginas sin resultar procaz la p¨¦rdida de la virginidad de la adolescente Violetta en un probador de los almacenes Saks.
Pregunta. Primera novela, 500 p¨¢ginas: ?novela redonda?
Respuesta. Seg¨²n mis folios, eran 560, pero alguien hizo luego la alquimia y salieron 500 justos, que es mucho m¨¢s bonito.
P. ?Y no son muchos?
R. Es que Violetta secuestr¨® la novela. Hizo lo que quiso con ella. Si yo hubiera contado todo lo que quer¨ªa, habr¨ªa necesitado cuatro tomos. Pero ella se la rob¨® y yo me limit¨¦ a decir, como en las pel¨ªculas: "Siga a ese auto". La segu¨ª hasta el ¨²ltimo d¨ªa. Y s¨®lo un minuto antes de que acabara me di cuenta de que acababa.
P. ?Es usted Pig, el escritor-narrador y diablo guardi¨¢n?
R. No podr¨ªa asegurarlo, pero creo que le hice tantos pr¨¦stamos a Pig para que no se notaran tanto los que le hice a Violetta. Por eso me ensa?¨¦ tanto con ¨¦l. Uno siempre se ensa?a m¨¢s con uno mismo que con los dem¨¢s.
P. ?Y qu¨¦ tiene de Violetta, que parece puta y ladrona, pero en el fondo es honrada y santa?
R. He utilizado muchos de sus recursos para sobrevivir. Como ella, he enga?ado a turistas en los lobbies de los hoteles cuando me he quedado sin plata. En vez de volverme a casa, a mi familia acomodadita, prefer¨ªa esas locuras... Nunca he sido buen acomodado. Todas las decisiones conservadoras que he tomado en mi vida han sido siempre las m¨¢s arriesgadas, un fracaso total. Adem¨¢s, creo que para ser escritor debes estar a la altura de tus personajes. Viajar, ver cosas, curtirte, beber, quedarte sin plata, salir de noche, dormir en estaciones de tren o de autob¨²s. En eso he sido muy violettesco. Me ha gustado mucho decir "Dios proveer¨¢". Como a ella, a m¨ª el dinero nunca se me ha calentado en las manos ni en los bolsillos.
P. Pero trabaj¨® en publicidad. Y se le nota: sus frases parecen anuncios.
R. ?S¨ª, mis amigos me llamaban mercenario! ?Pero ni siquiera cobraba mucho! Era como esa prostituta que se suicid¨® a los 20 a?os de empezar a ejercer, el d¨ªa que supo que por eso se cobraba. Como publicitario me prostitu¨ªa sobre todo porque no me dedicaba a la literatura, que es mi diablo guardi¨¢n. Con la literatura he sido como un divorciado o un alcoh¨®lico vicioso: la dejaba y volv¨ªa, dec¨ªa soy un hombre nuevo, pero resulta que era nuevo pero peor, trataba de campechanear con la literatura, de prostuirme de d¨ªa en la publicidad y volver de noche a sus brazos, pero no era posible, me rechazaba, cre¨ª que estaba haciendo una novela distinta y era la misma, la misma, pero peor. ?Me rechazaba diciendo: fuera, vienes apestando a esl¨®ganes! Por eso escrib¨ª la novela a mano. Era el ¨²nico modo de dedicarle el tiempo necesario.
P. La escritura como vicio.
R. Todos los vicios son celosos, no hay vicio que no d¨¦ problemas. Yo he tenido problemas, estuve casado.
P. Otro anuncio.
R. S¨ª, pero las mujeres y la literatura se tienen celos. Mi mujer dec¨ªa: "Tu maldito cuaderno". Y para m¨ª, mujeres y literatura est¨¢n en el mismo equipo. Pero eso ni ella ni otras m¨¢s importantes que ella lo entendieron. T¨² las est¨¢s pasando al libro, inmortaliz¨¢ndolas, o en cualquier caso, idealiz¨¢ndolas, y ellas, nada. ?Pero qu¨¦ amor se soporta sin idealizar? Uno escribe literatura porque necesita corregir la realidad...
P. Quiz¨¢ les molestaba eso.
R. Seguramente: "?Tira eso, t¨ªralo!". O quiz¨¢ es que el escritor trabaja en casa, y eso no lo soportan. Muchas mujeres viven con hombres que se van de casa por la ma?ana y ellas ni saben d¨®nde. Mi madre ten¨ªa un refr¨¢n: "La basura y el marido, fuera de casa temprano". Eso de la viuda alegre es un pleonasmo escandaloso. Todas las viudas son alegres por naturaleza. ?l se muere y ella se gasta el dinero. Y, por otro lado, ?conoces alg¨²n divorcio m¨¢s barato que morirse?
P. Violetta. Con dos tes.
R. Es mezcla de muchas mujeres, pero conoc¨ª a una Violetta con dos tes, y fue definitiva para la novela. Era rusa. La conoc¨ª una noche en M¨¦xico DF,
en un puesto de tacos, pasamos tres d¨ªas juntos. Yo no ten¨ªa la voz de mi protagonista, y ella fue la voz. Pens¨¦ "soy el peor, la voy a chulear...". S¨®lo hablaba ingl¨¦s, con una voz muy penumbrosa pero muy femenina. Dormimos en el Hotel Andrade, una mole en un barrio inh¨®spito, y nos hicimos amigos, amantes, todo. Me di cuenta de que se parec¨ªa mucho a mi mujer. Ella quer¨ªa un Rolls; mi mujer, un Corvette, como Violetta. El d¨ªa siguiente fuimos a comer a un sushi, y ella se meti¨® un trozo de wasabe, esa crema verde insoportablemente picante, y me dio un beso con ella dentro. Una locura. El lenguaje de Violetta es como ese beso: algo que arde y quieres seguir escuchando, tiene esa puta premura carro?era. Aunque yo s¨®lo ten¨ªa la ambici¨®n de narrar desde una mujer en primera persona...
P. Esa frase la dijo P¨¦rez-Reverte sobre Teresa Mendoza.
R. S¨ª, la deuda con Teresa Mendoza es que cuando le¨ª la novela vi que necesitaba una amiga. Y esa amiga es Violetta. Uno puede escribir en primera persona como una mujer y los hombres se lo creen, pero con las mujeres es mucho m¨¢s dif¨ªcil. Confieso que alg¨²n tiempo frecuent¨¦ mujeres no s¨®lo por su valor intr¨ªnseco, sino por vampirearlas, para estudiar c¨®mo hablaban. Elijo las palabras por su m¨²sica m¨¢s que por su significado. Y supongo que la novela es tan larga porque no pude resistirme a seguir escuchando a Violetta. Me llamaban los amigos para salir y dec¨ªa: lo siento, estoy violetteando, se me escap¨® a Las Vegas y no s¨¦ c¨®mo regresarla. El truco es que Violetta habla a una grabadora, no es un mon¨®logo interior. Conocer el interior no s¨¦ si querr¨ªa. Me dar¨ªa miedo.
P. ?Por qu¨¦ eligi¨® una puta?
R. Siempre consider¨¦ a las putas como hermanas. El lado oscuro de una puta y el de un poeta son muy parecidos. Mi desaf¨ªo como escritor empez¨® una noche en un cabar¨¦ del DF, cuando una mujer me pregunt¨® "qu¨¦ haces en la vida". Yo le dije "escribo, cuento cosas". "De qui¨¦n". "De gente como t¨²". "?Y t¨² te crees que t¨² podr¨ªas escribir sobre m¨ª?". Me di cuenta de que no, y de que eso era precisamente lo que quer¨ªa hacer en la vida.
P. La coca, el juego, el alcohol, las compras... Violetta corre a la tumba como un rayo.
R. Todo el cat¨¢logo de vicios. Si uno vive en la calle no tiene planes salvo para los pr¨®ximos cinco minutos. Violetta busca herramientas de supervivencia donde puede, hace su doctorado en la universidad de la vida, se va pertrechando para llegar a lo que necesita.
P. La muerte.
R. Escribir es como ir robando ropa de colores por las azoteas para sentirse mejor. Ella hace eso pero no se enga?a, sabe que es carne de pante¨®n. Como todos. Lo importante es el camino, la vereda; la meta a qui¨¦n le importa. Ella se siente poderosa y no conoce los escr¨²pulos ni de lejos. ?Cu¨¢ntas veces nos enamoramos de mujeres as¨ª creyendo que esa falta no nos va a golpear a nosotros? Son mujeres que amas contra tu buen juicio, pero ?qu¨¦ amor no sucede contra el buen juicio?
P. Sobre todo si hay coca en medio.
R. La coca le llega con el villano, con Nefast¨®feles, que recuerda un poco al Dennis Hopper de Terciopelo azul, y a aquel personaje de Peter Greenaway que dec¨ªa: "Tengo un coraz¨®n de oro y un mont¨®n de dinero para hacer juego". Ella deja que le insulte, que la humille, que le escupa; ¨¦l mira el diccionario de sin¨®nimos para insultarla mejor, pero ella siempre lleva la cuenta. No importa lo que te hagan, lo malo es no cobrarlo. Cuando ¨¦l le dice algo, ella piensa: 20 d¨®lares.
P. Pero Nefast¨®feles es la coca, el final.
R. S¨ª. La coca es la droga de la arrogancia. Es la era de Bush ("?Quedan 3.000 iraqu¨ªes, dadme m¨¢s coca!"), pero seguro que Sadam toma tambi¨¦n. Para Violetta la coca es su gasolina para destrozarse, su daga clavada en la espalda y el s¨ªmbolo del imperio: el imperio de la sinraz¨®n y de lo atrabiliario. Cuando te metes coca te da por someter a todo el mundo, imponer tu voz, la coca es la droga del mon¨®logo, del mon¨®logo agresivo, de "mi palabra es la ley". El Rey, la canci¨®n de Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez, es coca pura. Por otro lado, es la droga que se lleva bien con el alcohol, la que te permite beber hasta morir, sin tener resaca, ni autoan¨¢lisis ni purga ni arrepentimiento. Te da todo eso, pero el boleto es caro y nadie quiere pagarlo. Es como si cuando el mesero viene con la cuenta, t¨² dices: "Otro co?ac".
P. Violetta quiere ser gringa a toda costa. ?Usted?
R. Querer ser gringo es el vicio nacional mexicano. Yo lo tengo en paralelo con la repulsi¨®n. De ni?o viv¨ª en Nueva York, a los tres a?os. Y una vez me perd¨ª en Macys, esos almacenes gigantescos, con lo cual crec¨ª rodeado por esa historia sin tener el gusto de conocerla ni recordarla. Al volver, a los 13 a?os, mi padre me sac¨® de la oreja de un sex shop. Aquel d¨ªa descubr¨ª que esa ciudad me despertaba apetitos malsanos, es decir, indispensables. Volv¨ª mucho, con dinero y sin ¨¦l, y dorm¨ª en Central Park, como Violetta, y en los lobbies de los hoteles, y fui feliz y desgraciado all¨ª. Nueva York te patea con todo o te acaricia con todo, y le prest¨¦ ese sue?o neoyorquino a Violetta porque ella no lo conoc¨ªa, ese glamour era indispensable para ella, pero al mismo tiempo ajeno, y por eso vuelve, porque esa ciudad te pervierte del todo, te mete todo tipo de porquer¨ªas en la cabeza, es una ciudad obscena, que te ensucia el cerebro. Siempre recuerdo esa escena de Bananas, de Woody Allen, cuando atracan a la viejecita en el metro y todo el mundo levanta los peri¨®dicos para no verlo. "M¨¢tenla, hagan lo que quieran con ella". Violetta necesitaba una ciudad que la ignorara de ese modo, y quiz¨¢ podr¨ªa haber sido Par¨ªs, pero era demasiado. Ella jam¨¢s podr¨¢ ser newyorker. Como cualquier mexicano, porque nos delatan las erres y hablamos como en los spagueti-western. Ella es perpetuamente extranjera, y ¨¦sa es exactamente la condici¨®n del artista, del escritor, del periodista.
Babelia
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