?Qui¨¦n teme a la federaci¨®n?
El federalismo no gusta a los nacionalistas de todos los colores, aunque lo pueden aceptar como mal menor. El nacionalismo en estado puro quiere ser independiente y soberano. Por esto es normal o¨ªr a un nacionalista: "No soy federalista porque soy nacionalista". Los nacionalismos opuestos temen al federalismo por razones inversas. El nacionalismo estatal lo teme por centrifugador, y el nacionalismo de las naciones sin Estado, por uniformador. As¨ª que el federalismo recibe palos por todos lados. El federalismo tiene poco futuro en la era de los soberanismos. Pero si se abre una nueva era fundada en la convivencia libre y solidaria entre naciones, el federalismo puede vivir feliz porque su fundamento es la uni¨®n en la diversidad.
Ser¨¢ el federalismo y no el nacionalismo quien construir¨¢ Europa
En las sociedades democr¨¢ticas y plurinacionales, como es la sociedad civil espa?ola, la federaci¨®n es el modelo territorial de gobierno m¨¢s adecuado para construir esta uni¨®n en la diversidad. Los pueblos y las naciones se unen para permanener y no para perecer. ?C¨®mo podemos los catalanes, los vascos, los asturianos, los canarios y dem¨¢s comunidades culturales de Espa?a querer participar en una comunidad pol¨ªtica y cultural com¨²n si se discrimina nuestra identidad o se nos imponen supuestas identidades superiores? Por ejemplo, la Constituci¨®n espa?ola de 1978 ser¨ªa m¨¢s justa y democr¨¢tica si en su art¨ªculo 3? no hubiera discriminaci¨®n entre el castellano y las lenguas de las nacionalidades. La tolerancia, el pluralismo y la equidad fomentan la uni¨®n en democracia. Por el contrario, el unitarismo y el centralismo, lejos de unir separan, y alimentan los nacionalismos de oposici¨®n.
En Espa?a estamos asistiendo a una vuelta al nacionalismo espa?ol m¨¢s cerrado y reaccionario desde que el Partido Popular gobierna por mayor¨ªa absoluta. Es como si el Partido Popular hubiera retrocedido hacia aquella Alianza Popular que casi confund¨ªa la democracia con un sistema caudillista mediante elecciones. A Aznar hoy, como a Fraga siempre, les cuesta asumir que la democracia se fundamenta, ante todo, en el pluralismo antes que en la mayor¨ªa. Ven demonios donde hay opiniones distintas, y les preocupan especialmente "las trampas federales". En su secreto entienden mejor al nacionalista Arzalluz que al autonomista Pujol o al federalista Maragall.
Sin embargo, pienso que el siglo XXI ser¨¢ el siglo del federalismo, como el siglo XX acab¨® siendo el siglo de la democracia. ?Cu¨¢ntas democracias hab¨ªan en 1900? Los dedos de las dos manos exceden para contarlas. En el a?o 2003 ya no basta preguntarse por el n¨²mero de democracias (que no son tantas con s¨®lo ser un poco exigentes); hay que preguntarse por su calidad. De ah¨ª la importancia del pluralismo. En este sentido, la divisi¨®n territorial de los poderes p¨²blicos es un principio fundamental de la democracia pluralista.
El Estado de las Autonom¨ªas ha representado un cambio hist¨®rico, que se consigui¨® gracias al resultado de las primeras elecciones democr¨¢ticas despu¨¦s de la dictadura franquista, que perdieron de forma rotunda los progenitores del actual Partido Popular. De haber ganado aquella Alianza Popular, hoy no habr¨ªa autonom¨ªa pol¨ªtica ni para las nacionalidades ni para las regiones. De todos modos, los miedos y las amenazas que rodearon y atenazaron la transformaci¨®n territorial del Estado espa?ol en la transici¨®n democr¨¢tica explican las paradojas del texto constitucional. Estamos ante un hecho casi ins¨®lito: la Constituci¨®n espa?ola de 1978 permite en la pr¨¢ctica avanzar hacia la construcci¨®n de un sistema federal, pero evita mencionar palabra tan peligrosa, si no es para negar la "federaci¨®n de comunidades aut¨®nomas".
No obstante, la historia de estos 25 a?os ha demostrado que fue ¨²til la opci¨®n por una v¨ªa pragm¨¢tica, general y en parte asim¨¦trica de desarrollar la autonom¨ªa pol¨ªtica. Se ha conseguido normalizar una cultura pol¨ªtica basada en el reconocimiento de la pluralidad de identidades. Vista la experiencia positiva de todos estos a?os de autonom¨ªa, ?por qu¨¦ no se da un paso m¨¢s hacia la federaci¨®n? La mejor forma de contrarrestar, en sentido democr¨¢tico y federal, a los nacionalismos de oposici¨®n no es la negaci¨®n inmovilista, sino asumir la necesidad de proceder a aquellos cambios que van en beneficio de mejorar el autogobierno de las nacionalidades y regiones, y la participaci¨®n de todas ellas en el gobierno general del Estado. Esto es cultura federal. El gobierno del Estado no debe representar un nacionalismo m¨¢s, el m¨¢s fuerte y arrollador. Debe mostrar la capacidad de defender una concepci¨®n de gobierno polic¨¦ntrica. Puede y debe defender el inter¨¦s general y multilateral. ?ste es el reto que tendr¨¢n que afrontar, por ejemplo, Jean Chr¨¦tien y Jean Charest, despu¨¦s de la clara victoria de este ¨²ltimo al frente del Partido Liberal ante el Partido Quebequ¨¦s en las pasadas elecciones provinciales del 14 de abril. Tienen que demostrar que no ha perdido Quebec, sino una opci¨®n pol¨ªtica concreta, porque se pueden defender tambi¨¦n los intereses y aspiraciones de Quebec por la v¨ªa federal.
El camino hacia una federaci¨®n pluralista no es nada f¨¢cil, pero es imprescindible para avanzar hacia democracias de m¨¢s calidad y de mayor extensi¨®n territorial. Ser¨¢ el federalismo y no el nacionalismo quien construir¨¢ Europa. El nacionalismo estatal equivale a plomo en las alas europeas. Para que pueda volar una Europa independiente y respetada en el orden internacional hacen falta instituciones europeas directamente responsables ante los ciudadanos, y no sujetas a intermediaci¨®n por parte de los gobiernos estatales. La federaci¨®n no muerde, los nacionalismos s¨ª. Por supuesto, m¨¢s cuando se sienten acorralados.
Miquel Caminal Badia es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universitat de Barcelona. Autor de El federalismo pluralista.
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