La memoria de las piedras
Tarragona reconstruye su historia de esclavos, gladiadores y edificios
Tarragona, las piedras. Desde noviembre del a?o 2000 la ciudad forma parte de lo que la Unesco llama el Patrimonio de la Humanidad. La declaraci¨®n no supone ayuda econ¨®mica directa, concreta. Pero el turismo ha aumentado un 30%. Y, en la misma proporci¨®n, los presupuestos municipales destinados a la conservaci¨®n del patrimonio. La ciudad ha tomado orgullosa conciencia de su pasado.
Conjeturas, mano a mano, con el se?or Llu¨ªs Pinyol, que dirige el museo de historia de la ciudad. El pasado, seg¨²n Hollywood: tras el combate, ya sometido uno de los gladiadores, la c¨¢mara enfocaba el rostro hinchado, francamente pederasta, del gobernador. El gobernador sub¨ªa o bajaba el pulgar y eso era una vida. El gesto es falso, dice Pinyol. El gesto aut¨¦ntico era otro: el gobernador cerraba el pu?o o lo abr¨ªa se?alando al gladiador sometido. Si era lo primero significaba que el gladiador se aferraba a la vida: la vida dentro del pu?o. Si era lo segundo es que la vida se escapaba y que deb¨ªa morir. En el anfiteatro de Tarragona, lucharon y murieron gladiadores. Orwell: "Los pocos esclavos de los que se sabe algo. Yo s¨®lo conozco los nombres de tres de ellos: el propio Espartaco, el fabuloso Esopo, y el fil¨®sofo Epicteto, que fue uno de aquellos esclavos cultos que los plut¨®cratas romanos se complac¨ªan en tener a su servicio. Todos los dem¨¢s no son ni siquiera nombres. Durante cinco mil a?os la civilizaci¨®n se ha asentado sobre la esclavitud". Alg¨²n esclavo viv¨ªa m¨¢s de seis meses.
Tarragona hace algo por esos cad¨¢veres. Modesto, poco enf¨¢tico, pero eficaz. Cada a?o organiza las jornadas Tarraco Viva que reconstruyen el mundo de esos cad¨¢veres. Pacientemente, y con la colaboraci¨®n de buenos especialistas, se reconstruyen los fragmentos de verdad perdidos: los ritos guerreros, las ropas y las armas, las t¨¦cnicas de los gladiadores. La aparici¨®n de la Historia es la aparici¨®n de la Humanidad. La Historia es la ¨²nica lucha efectiva del hombre contra la muerte. ?nfasis. Sin embargo, en muchos sentidos, la conciencia del pasado es moderna. Sorprendentemente moderna. Pinyol subraya que hasta bien entrado el siglo XIX la conciencia arqueol¨®gica era casi inexistente. La memoria es un refinamiento.
El anfiteatro. En la d¨¦cada de 1950 se llev¨® a cabo una restauraci¨®n a fondo. Hoy no la har¨ªan as¨ª. Ahora la conservaci¨®n de las ruinas se atiene, sobre todo, a dos cla¨²sulas: permitir que cualquier mirada distinga, a primera vista, entre el original y los a?adidos, y garantizar la f¨¢cil revocabilidad de las intervenciones. Esto quiere decir que la investigaci¨®n arqueol¨®gica puede obligar a modificar los rasgos de una restauraci¨®n determinada y que as¨ª debe poder hacerse sin mayores problemas. Lo que han hecho ahora con los restos del circo romano. Piedras apuntaladas con visibles materiales modernos, con metales incluso. E incluso con la luz. Pinyol me acompa?a a lo largo de una inmensa galer¨ªa. Almacenes. Cu¨¢drigas. Establo de caballos. Dos pasillos de luz recorren la base de la b¨®veda de ca?¨®n. La luz crea el volumen y define el espacio sin necesidad de a?adidos estructurales. En el exterior, sobre la pared medianera de un edificio moderno, cosido a las ruinas, se ha pintado una reconstrucci¨®n ideal del espacio. Nunca se vio medianera m¨¢s noble. La ilusi¨®n de los arque¨®logos modernos es que el pasado flote, ingr¨¢vido, sostenido por leyes propias.
El corte de espada. Tall d'espasa, dice Pinyol, mucho m¨¢s cortante. En la entrada del circo. Es decir, uno de los mayores logros de la arquitectura moderna en Catalu?a. Es s¨®lo un gesto. Un adem¨¢n, como les gusta decir a los arquitectos. Es obra de Andrea Bruno, turin¨¦s. El acceso al circo estaba sellado por dos murallas: la medieval, delante, y luego la romana. All¨ª cualquier engre¨ªdo habr¨ªa organizado un zafarrancho. El turin¨¦s, sin embargo, dej¨® caer la espada y cort¨® la piedra medieval finamente. El resultado es de una belleza perturbadora. El corte penetra apenas en la primera muralla y permite vislumbrar de inmediato su antecesora. La sucesi¨®n, la hermandad de los tiempos. El que mira. A punto de acceder al relato del pasado el que mira se reconoce como la tercera muralla.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.