"Ejercer el periodismo es ejercer la libertad social"
Ortega y Gasset fue maestro de mi generaci¨®n latinoamericana y mexicana, de las dos anteriores a nosotros y de las dos que nos han seguido. Semejante continuidad de la ense?anza orteguiana se debe a muchos factores. En primer t¨¦rmino, la claridad de las ideas y la felicidad de la frase. Y algo m¨¢s: la capacidad coloquial de Ortega para mantenerse en contacto con el p¨²blico, sin disminuir en un ¨¢pice la profundidad de un pensamiento que anhelaba convertir la mera necesidad en cultura.
?C¨®mo? Para Ortega, se trataba de hacer part¨ªcipe de la cultura a todo un p¨²blico y hacerle entender que la actualidad -el periodismo- es expresi¨®n del presente, pero necesariamente contiene 1a memoria del pasado y la proyecci¨®n del porvenir.
Couso y Anguita, dos h¨¦roes espa?oles del derecho a la informaci¨®n
Lo terrible, lo que nos angustia e indigna, es que los EE UU olviden sus propios principios
Los galardonados han sido fieles a la palabra, fieles guardianes de la sociedad en su conjunto
Quede el hotel Palestina como memorial de una nueva Guernica, la Guernica del periodismo
Denunci¨® Ortega la perversidad -lo cito- de "toda ¨¦tica que ordene la reclusi¨®n permanente de nuestro albedr¨ªo dentro de un sistema cerrado de valoraciones". De all¨ª su extraordinario esfuerzo por definir a Espa?a con medidas m¨¢s all¨¢ de las fronteras peninsulares. Y no se trataba de renunciar a las ra¨ªces. Todo lo contrario. Ortega quer¨ªa llevar la periferia al centro y hacer centrales todas las periferias.
No hicieron otra cosa, contempor¨¢neamente a Ortega, Alfonso Reyes en M¨¦xico ("Seamos generosamente universales a fin de ser provechosamente nacionales") o Gilberto Freyre en Brasil ("Present¨¦mosle su pasado a nuestro pueblo a fin de otorgarle su valor universal").
Todos estos escritores tomaron la totalidad de la cultura y la hicieron suya, es decir, nuestra.
Lo hicieron mediante la palabra. Y en este punto debo a?adir, a la distinci¨®n de hablaros hoy desde este sitio, la honra de suceder en tan grata obligaci¨®n a un fil¨®sofo tan inmenso como Emilio Lled¨®.
La devoci¨®n apasionada de Lled¨® a la palabra queda demostrada en su relaci¨®n verdaderamente amorosa con el verbo de Miguel de Cervantes y San Juan de la Cruz. Para Lled¨®, el compromiso del lenguaje -lo cito- "no es m¨¢s que el deseo y la pr¨¢ctica de que el lenguaje que somos, la voz que emitimos, las ideas en las que nos apoyamos... pueden identificarse... con lo que hacemos".
Si etimol¨®gicamente la palabra "historiador" significa el testigo, el que ve lo que pas¨®, ?no conviene soberanamente esta ra¨ªz del nombre a quienes hoy, m¨¢s que nadie, ven, atestiguan y relatan: los periodistas?
Ejercer el periodismo es una forma de ejercer la libertad social: el periodista es factor indispensable para que los hombres y las mujeres, bien informados, act¨²en pol¨ªtica, social y personalmente para mejorar su entorno.
Los despotismos pol¨ªticos, en cambio, despojan a las personas de esa libertad de acci¨®n y del doble derecho a informar y ser informados, mediante la destrucci¨®n, si ello es necesario, del entorno mismo de la vida.
?ste es el terrible dilema que hoy confrontamos todos, como escritores, como periodistas, como ciudadanos, como personas: c¨®mo defender esa parte esencial de la libertad que es no s¨®lo la libertad de informaci¨®n, sino el derecho a la informaci¨®n.
De este doble derecho son privados, consuetudinariamente, los ciudadanos de 43 pa¨ªses, catalogados por Reporteros Sin Fronteras, donde m¨¢s de un centenar de periodistas siguen en prisi¨®n y, a lo largo del a?o pasado -cito a Fernando Castell¨®-, 25 periodistas fueron asesinados; 692, detenidos; 1.420 sufrieron amenazas de muerte, y 389 medios de comunicaci¨®n fueron sometidos a censura.
En nuestra propia Am¨¦rica Latina, la m¨¢s reciente redada de Fidel Castro -78 disidentes condenados a un total de 2000 a?os de prisi¨®n- incluye a escritores y periodistas libres como Ra¨²l Rivero y Ricardo Gonz¨¢lez -am¨¦n de tres ejecuciones sumarias en un pa¨ªs que vulnera el derecho de libre desplazamiento de sus ciudadanos-.
Mal contribuye el r¨¦gimen cubano a concentrar la repulsa mundial al belicismo de Washington, desplaz¨¢ndolo del terreno real de la guerra en Irak al de una invasi¨®n hipot¨¦tica de la isla de Cuba.
Establezco un contexto. Los 50 a?os de la guerra fr¨ªa mantuvieron la paz debido a pol¨ªticas de contenci¨®n y disuasi¨®n. Hoy, s¨¦anos permitido expresar cierta nostalgia por la guerra fr¨ªa. El nuevo orden internacional anunciado por el primer presidente Bush al caer el muro de Berl¨ªn ha degenerado en el m¨¢s peligroso desorden internacional bajo el mandato -de incierto origen, de dudosa legalidad- del actual presidente Bush. Entre uno y otro medi¨® la presidencia -la a?orada presidencia- de Bill Clinton. Externamente, los EE UU eran ya la superpotencia. Pero Clinton ejerci¨® el poder norteamericano con mesura, mediante consulta, admitiendo errores, d¨¢ndole su lugar y su honor a cada naci¨®n. O como lo ha dicho Felipe Gonz¨¢lez, no s¨®lo respetando, sino solicitando la opini¨®n de otros gobiernos.
E internamente, Clinton llev¨® la productividad norteamericana a su m¨¢s alto grado, convirti¨® el d¨¦ficit en excedente presupuestal, aprovech¨® el bono de la paz para extender el comercio, las comunicaciones y la cultura. Hoy, bien puede recordarnos Clinton que el verdadero subtexto del terrorismo es saber c¨®mo gobernar a un mundo interdependiente que reclama solidaridad pol¨ªtica, econ¨®mica, educativa y de salud para superar la injusticia de que la mitad de los habitantes del planeta vivan -o sobrevivan- con menos de dos d¨®lares diarios.
Tres mil millones de hombres, mujeres y ni?os con menos de dos d¨®lares diarios.
No son estas, en esta noche en que nos reunimos a celebrar y a defender la palabra, las ideas prioritarias del nuevo desorden mundial. El super¨¢vit de Clinton ha sido dilapidado por Bush: menos impuestos y mayores gastos militares.
Disuasi¨®n y contenci¨®n han sido sustituidos por el peligros¨ªsimo principio del ataque preventivo. Tal fue el pretexto aplicado por el Imperio Japon¨¦s en su ataque contra la democracia norteamericana en Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, "un d¨ªa que vivir¨¢ en la infamia", dijo el m¨¢s grande presidente norteamericano del siglo XX, Franklin D¨¦lano Roosevelt.
Pero pocos a?os despu¨¦s del fin de la Segunda Guerra Mundial, una histeria inquisitorial encabezada por el senador Joe MacCarthy se apoderaba de la naci¨®n norteamericana y pon¨ªa en crisis todos los principios democr¨¢ticos por los que 300.000 soldados estadounidenses dieron la vida en las playas de Normand¨ªa y los islotes del Pac¨ªfico.
?Imperio o Democracia? ?Dr. Jekyll o Mr. Hyde? "No salgamos al exterior a cazar monstruos", advirti¨® el segundo presidente de los EE UU, John Adams. Pero la met¨¢fora de Melville se repite una y otra vez: portador de la certeza religiosa y maniquea de encarnar el bien, el capit¨¢n Ajab se lanza a la caza de la abominable ballena blanca, Moby Dick.
La aventura maniquea -"conmigo o contra m¨ª", "combatamos al eje del mal"- termina en el desastre del buque ballenero y la destrucci¨®n de su evang¨¦lico capit¨¢n...
?Qu¨¦ puede impedir semejante cat¨¢strofe?
El escenario hoy es una guerra injusta contra un tirano, a su vez injusto.
Pero a nadie sorprende que Sadam Husein actuase desp¨®ticamente. Sus palabras y sus acciones eran coincidentes.
Lo terrible, lo que nos angustia e indigna, es que los EE UU de Am¨¦rica, una potencia democr¨¢tica, olviden sus propios principios y act¨²en, sin ser una tiran¨ªa, con la misma arbitrariedad violenta del enemigo d¨¦spota.
Las v¨ªctimas de esta guerra lamentable son, algunas, jur¨ªdicas y pol¨ªticas:
- Las instituciones internacionales.
- La Uni¨®n Europea.
- La Alianza Atl¨¢ntica.
- El multilateralismo.
Otras son humanas: hombres, mujeres y ni?os inocentes.
Un ni?o hu¨¦rfano y mutilado, Al¨ª, permanecer¨¢ como s¨ªmbolo de la guerra de Irak, como una ni?a incendiada por el napalm y corriendo desnuda por una carretera quedar¨¢ como imagen de la guerra de Vietnam. Pero la v¨ªctima mayor de una guerra injusta es siempre la verdad.
La lista de periodistas victimados, m¨¢s que f¨ªsicamente, en su dignidad profesional crece cada d¨ªa.
Phil Smucker, del Christian Science
Monitor, de Boston y del Daily
Telegraph, de Londres, fue expulsado de Irak por las autoridades norteamericanas. Su pecado: poner en peligro la guerra mediante reportajes demasiado precisos.
El legendario Peter Arnet fue destituido por la cadena televisiva NBC. Su pecado: expresar un punto de vista profesional opuesto al punto de vista oficial.
Un tr¨ªo honorable de periodistas espa?oles -Pach¨², Pedro y Jon Andar- declararon ante la imposibilidad de informar verazmente:
-No somos corderos de un reba?o. No nos callar¨¢n.
No nos callar¨¢n.
Qu¨¦ gran triunfo. Pero qu¨¦ doloroso triunfo, cuando el corresponsal de la cadena de la televisi¨®n ABC tiene que abandonar el frente ante el sesgo informativo impuesto por el comando central de la invasi¨®n.
Qu¨¦ doloroso triunfo cuando el corresponsal de The New York Times en Doha tiene que reprochar la falta de veracidad de las autoridades militares de ocupaci¨®n.
Qu¨¦ doloroso triunfo cuando el corresponsal mexicano de Televisa Joaqu¨ªn L¨®pez D¨®riga tiene que denunciar la contradicci¨®n entre los partes militares optimistas y la cruda realidad de una campa?a de costos imprevistos.
Qu¨¦ doloroso triunfo cuando dos de los mayores medios de informaci¨®n brit¨¢nicos, la BBC y el diario The Independent, denuncian la exclusi¨®n de los corresponsales que no siguen la l¨ªnea oficial de Bush y de Blair.
Y qu¨¦ raz¨®n asiste al fil¨®sofo espa?ol Eduardo Subirats cuando afirma que estamos ante un totalitarismo medi¨¢tico caracterizado por la manipulaci¨®n a nivel planetario.
En efecto, la consejera de Seguridad Nacional del Gobierno de Washington, Condoleezza Rice, no se mide cuando ataca a lo que llama "la prensa inc¨®moda".
Pero, ?es otra la misi¨®n m¨¢s inmediata de la prensa: incomodar, quebrantar dogmas, afirmar verdades desagradables? A los periodistas censurados y obstaculizados se a?aden tr¨¢gicamente los muertos en el cumplimiento de su deber:
- Jos¨¦ Couso, de Tele 5, v¨ªctima de la fuerza invasora.
- Julio Anguita Parrado, del diario El Mundo, v¨ªctima de la fuerza defensora.
S¨ª, Couso y Anguita, dos h¨¦roes espa?oles del derecho a la informaci¨®n. Dos h¨¦roes s¨ªmbolos de heroicidad de la otra fuerza, la fuerza informativa: los periodistas muertos en el ataque salvaje, imprevisto y no provocado al hotel Palestina, a sabiendas de que era el albergue de la prensa internacional que cumple con su deber de ver y decir.
Nadie ten¨ªa noticia de que el hotel era objetivo militar. No pod¨ªa serlo. Era centro de informaci¨®n, es decir, de difusi¨®n de la verdad.
Por eso fue atacado mort¨ªferamente por un carro de combate norteamericano.
Porque los periodistas no abandonaron su puesto a pesar de que se les hab¨ªa solicitado oficialmente salir del pa¨ªs atacado.
Pero ninguna autoridad invasora hab¨ªa designado el hotel como objetivo militar.
Quede el recuerdo de la destrucci¨®n del hotel Palestina y el nombre de los periodistas desarmados que all¨ª cayeron asesinados por el fuego de una censura mortal -quede el hotel Palestina como memorial de una nueva Guernica, la Guernica del periodismo veraz, oportuno y valiente-.
Se?alo una diferencia con el pasado en este intento de "totalitarismo medi¨¢tico".
La guerra del Golfo fue un espect¨¢culo asc¨¦tico. Asistimos, noche a noche, a un espect¨¢culo televisado a colores en tiempo real. Hermosos juegos de artificio. Nunca vimos los cad¨¢veres.
Esta vez, s¨ª.
Desde Qatar, la emisora Al Yazira se ha encargado de diseminar las im¨¢genes de la muerte y la destrucci¨®n, tan cuidadosamente maquilladas hace 10 a?os.
Esas im¨¢genes llegan a 40 millones de ¨¢rabes que han visto morir a sus hermanos en una contienda sin justificaci¨®n, como las vieron millones m¨¢s en todo el mundo, millones de ciudadanos que se preguntan, a veces con la mayor buena fe, a veces partidarios de la coalici¨®n brit¨¢nico-americana:
-"?Cu¨¢l entre todas las causas invocadas es 'la causa justa'?".
-"?C¨®mo escoger entre este popurr¨ª de pretextos abiertos y razones ocultas?".
La posesi¨®n de armas de destrucci¨®n masiva por Irak un d¨ªa.
La conspiraci¨®n de Sadam Husein con los terroristas de Al Qaeda al d¨ªa siguiente.
Derrocar al tirano iraqu¨ª y cambiar el Gobierno de Bagdad, un lunes.
Reordenar al Medio Oriente, el martes.
Y garantizar el suministro de petr¨®leo 50 veces m¨¢s f¨¢cil de extraer en Irak que n'importe
o¨´, y con el 50% de los yacimientos mundiales.
Escoja usted la raz¨®n que, como dicen en M¨¦xico, m¨¢s le cuadre.
Olv¨ªdese que el presidente Bush viene de la petrolera Arbuston Exploration, en sociedad con la familia Bin Laden -la rama decente, supongo-.
Olv¨ªdese que el vicepresidente Dick Cheney form¨® parte durante d¨¦cadas de la administraci¨®n de la Halliburton Oil, la mayor compa?¨ªa de refacciones petroleras del mundo.
Olv¨ªdese de las ligas de Condoleezza Rice con la Chevron Corporation.
Olv¨ªdese que fue el mism¨ªsimo Donald Rumsfeld, actual secretario de la Defensa norteamericana, quien en 1983 lleg¨® a acuerdos amorosos con Sadam Husein, suministr¨¢ndole armas qu¨ªmicas y bacteriol¨®gicas para la guerra contra el enemigo de entonces, el Ir¨¢n de los ayatol¨¢s.
Si todo esto es cierto, ?qu¨¦ impide que en esta hora, ocupada una parte del territorio iraqu¨ª, no se descubran armas de destrucci¨®n masiva convenientemente plantadas all¨ª por los mismos que originalmente las obsequiaron al detestable dictador de Bagdad?
Siniestro juego, sangrienta charada que pone contra la pared, pero a mi juicio aviva y responsabiliza, m¨¢s que nunca, a los medios de informaci¨®n.
Es dif¨ªcil. En la guerra de la informaci¨®n, los atacantes necesitan satisfacer auditorios, tranquilizar clientes, amenazar, expulsar a los periodistas veraces y sellar alianzas c¨®mplices con los informadores sumisos. Los atacados, a su vez, se defienden con estudios m¨®viles y antenas auxiliares que suplen la destrucci¨®n de los inmuebles televisivos.
Digamos que ni la coalici¨®n brit¨¢nico-norteamericana ni el r¨¦gimen de Bagdad eran due?os de la verdad absoluta.
Lo que importa es que haya m¨¢s de una versi¨®n del conflicto.
Lo excelente es que la credibilidad se haya vuelto m¨¢s exigente y, en consecuencia, la manipulaci¨®n sea menor.
Y lo que importa, por sobre todas las cosas, es que, cualquiera que sea la posici¨®n de los gobiernos, la opini¨®n p¨²blica, en todo el mundo, se est¨¢ manifestando de manera imponente, masiva, jam¨¢s antes vista, movida por su propia inteligencia y por su propia discriminaci¨®n entre la verdad y la mentira en los medios que la informan.
?ste me parece un hecho espectacular, in¨¦dito y de consecuencias incalculables para la reconstrucci¨®n no s¨®lo del devastado pa¨ªs iraqu¨ª, sino de un orden mundial basado en derecho, sujeto a autoridad competente, respetuoso de las divergencias inevitables, pero abierto a la negociaci¨®n permanente, y, sobre todo, abocado a confrontar y apoyar, con la solidaridad internacional, los inmensos problemas de educaci¨®n, salud, inversi¨®n, trabajo, ecolog¨ªa, protecci¨®n de minor¨ªas y lucha contra el crimen organizado, que la actual, injusta e innecesaria guerra ha echado al olvido.
Vivimos en un mundo que se dice conservador y lo convierte todo en basura.
Practicamos una econom¨ªa de productos kleenex desechables.
Atestiguamos las inmensas distancias entre los espacios econ¨®micos y los controles pol¨ªticos.
Cuando la econom¨ªa es basura, la pol¨ªtica es tortuga y la palabra paradoja, orwelliana, nos incumbe a todos, escritores, periodistas, productores, trabajadores, ciudadan¨ªa, devolverle su recto sentido al habla, recordar que nos corresponde la tarea indispensable de preservar la experiencia, mantener abierto el horizonte de las posibilidades humanas, incrementar los espacios de la conducta social, enriquecer la sensibilidad personal.
El hombre, dijo Pascal, es un enigma triste. El mundo se rige por la opini¨®n y la fuerza. Pero nada es simple, a?ade el fil¨®sofo franc¨¦s.
Es cierto. Acaso todos nosotros -periodistas, escritores, comunicadores- s¨®lo escribimos y decimos lo parcial para contestar a lo incompleto.
Pero perseveramos en nuestras tareas porque le damos al periodismo el valor magn¨ªfico de ser forma de convivencia.
Porque, para volver a Lled¨®, le damos "cauce a la memoria".
Porque, para regresar a Ortega, debemos entender que, si queremos la salud de la ciudad, debemos procurar la salud del mundo.
Tales son nuestros principios, nuestras gu¨ªas, tan vivas, tan claras, tan sensibles en esta noche de obligaciones y derechos de la palabra que ahora premiamos, porque los galardonados con los Premios Ortega y Gasset han sido, y seguir¨¢n siendo, fieles a la palabra, fieles guardianes de la sociedad en su conjunto.
Que la opini¨®n libre prive sobre la fuerza bruta.
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