Mariluz
A menudo se ha entendido el arte como una b¨²squeda de libertad. Esto valdr¨ªa tanto para el artista como para el espectador. La realidad es dura, obstinada y a veces demasiado hostil. As¨ª que los artistas le hacen trampa, escapan de ella hacia universos m¨¢s ingr¨¢vidos, donde pueden crear mundos en el aire o en la piedra, que, aunque tambi¨¦n sea dura y pesada, all¨ª lo es menos. Y de ese modo aprenden a ver y a entender lo que, estando a la vista, resulta invisible.
?Qui¨¦n de nosotros no ha pensado alguna vez en escapar de esta realidad buscando la libertad? Los artistas, por eso, no son una excepci¨®n. Y encuentran, como cualquiera que lo intente, que por mucho que uno escape, por ejemplo a Casablanca, la realidad siempre vuelve a imponerse, calladamente o, a veces, con estruendo.
Para lograr la libertad, ?hay que escapar de la realidad o rebelarse contra ella?
Con los a?os he aprendido que conviene escaparse a respirar, a ver las cosas de otro modo y a coger fuerzas para regresar. Despu¨¦s de haber pisado la tierra que nadie hab¨ªa pisado antes o, al menos, que t¨² misma no hab¨ªas pisado.
Los artistas hacen de esa huida con retorno su profesi¨®n. Profesan como sacerdotes hechiceros que parten de viaje al poblado de los esp¨ªritus y regresan luego a ense?ar a sus vecinos a mirar y a escuchar. Y como ciertos sacerdotes, hay artistas que no regresan porque les vuelve locos el c¨¢ntico de las sirenas o porque quedan en el camino convertidos en comerciantes de baratijas monumentales. Tambi¨¦n conoc¨ª un caso donde en vez del artista regresaron las sirenas convertidas en marchantes.
Los artistas que regresan son como esos exploradores viejos y sabios cuya vestimenta ra¨ªda, mitad de indio y mitad de rostro p¨¢lido, delata el mestizaje del que ha crecido en la frontera. Hace un siglo se les llam¨® vanguardistas, porque avanzaban por delante de nosotros.
Aquella vanguardia art¨ªstica tuvo otra peculiaridad, su compromiso ¨¦tico con la realidad pol¨ªtica y social. La huida de la realidad en busca de libertad les conduc¨ªa derechos a la c¨¢rcel. Y all¨ª dentro, en la celda del penal, segu¨ªan escapando a la mirada de sus carceleros, dibujando poemas de barcos de hierro con ojos muy abiertos y haciendo volar su alma por entre los barrotes. As¨ª era Agust¨ªn Ibarrola.
Todo esto de la realidad, la libertad, la huida y el regreso parecen juegos de palabras. Pero es un dilema. Para la libertad, ?hay que escapar de la realidad o rebelarse contra ella?
En muchas ocasiones el dilema lo resuelven otros por ti, porque lo que podr¨ªa quedar en un juego de la imaginaci¨®n resulta inaceptable para quien tiene el poder y te conviertes en rebelde casi sin darte cuenta. Pero cuando caes, lo que te da fuerza para seguir es el sentido de la dignidad.
Ibarrola asumi¨® un doble compromiso: con un arte que interpretase su manera de estar en el mundo y, como ciudadano, con la libertad. Porque desde los siete a?os vivi¨® en una dictadura. Y cuando aquella dictadura termin¨®, desde sus 48 a?os ha vivido el surgimiento de otra. La primera le condujo al penal de Burgos. Entonces viv¨ªa rodeado de vigilantes armados; y tambi¨¦n ahora. Aqu¨¦llos, para que no escapase. ?stos, para que los nuevos gudaris no le maten. Entonces fue un vasco peligroso porque era capaz de transmitir su mirada libre. Ahora tambi¨¦n lo es, y exactamente por el mismo motivo.
Sin embargo, Agust¨ªn pertenece al mundo de los que vivimos. Es uno como nosotros, un ser humano y fr¨¢gil. Todo lo contrario de un h¨¦roe. ?D¨®nde reside su fuerza? He aqu¨ª una pregunta ret¨®rica, ?verdad? La respuesta es Mariluz. Su compa?era de toda la vida.
Cuando el artista parte hacia su mundo imaginario diciendo: "Yo piso la tierra firme que no han pisado otros", puede hacerlo en la seguridad de que, cuando se halle en un perdido recodo gal¨¢ctico de luces deslumbrantes de colores o de profundas tinieblas, oir¨¢ una voz querida que le dir¨¢: "Baja de la higuera". Y ¨¦l, que es un gu¨ªa, regresar¨¢ dej¨¢ndose guiar por esa voz adonde ella y nosotros le esperamos. Tray¨¦ndonos a todos regalos como traviesas de ferrocarril transmutadas en totems industriales. O arrecifes artificiales convertidos en cubos de colores. O nos traer¨¢, simplemente, el mejor regalo de todos, su presencia viva entre nosotros. Su presencia consistente, es decir, con-Mariluz.
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