Wallace Shawn, al fin
Uno. Llevo a?os con esta obra resonando en mi cabeza, The Designated Mourner, de Wallace Shawn, de quien Pinter dijo, y Pinter no malgasta alabanzas, "he is a fucking genius", y ahora, al fin, la ha montado Carlota Subir¨®s, en el Espai Lliure, en catal¨¢n y castellano, simult¨¢neamente. Gonzalo Cunill, ese monstruo argentino, habla en castellano, en traducci¨®n de Rafael Spregelburd, y Chantal Aim¨¦e y Jordi Serrat, en catal¨¢n traducido por la Subir¨®s, y no pasa nada, es perfecto. Hay que ver esa funci¨®n. The Designanted Mourner, "L'oficiant del dol". La primera vez (?acontecimiento!) que una obra de Wallace Shawn se monta en nuestro pa¨ªs. Carlota Subir¨®s se ha atrevido con la obra maestra de uno de los m¨¢s importantes y secretos y radicales dramaturgos americanos, m¨¢s conocido como actor: s¨ª, el Vanya de la pel¨ªcula de Malle, el compinche de Andr¨¦ Gregory en Mi cena con Andr¨¦. Un reto abordado por una muchacha que a¨²n no ha cumplido los treinta, un toro ante el que muchos directores consagrados vacilar¨ªan. En Barcelona hay ahora mismo dos obras imprescindibles: Escenas d'una execuci¨®, de Howard Barker, que ha vuelto al Nacional, con la gigantesca Anna Lizar¨¢n, y L'oficiant del dol. La obra de Shawn la estren¨® en Londres David Hare, en el Cottesloe, con Mike Nichols y Miranda Richardson y David de Keyser. Est¨¢ en DVD, tambi¨¦n hay que verlo, sobre todo por Mike Nichols.
A prop¨®sito de L'oficiant del dol, dirigido por Carlota Subir¨®s, en el Espai Lliure de Barcelona
L'oficiant del dol es una eleg¨ªa vitri¨®lica, un kaddish por la muerte de la Halta Cultura, de la "aristocracia intelectual" bajo un Nuevo Orden, a caballo entre el Bend Sinister de Nabokov y Il conformista (m¨¢s Bertolucci que Moravia), con el tono de cualquier relato perverso de Margaret Atwood (El cuento de la criada, El asesino ciego) y, desde luego, Pinter, la poes¨ªa l¨ªrica, amarga y salvaje, de Pinter. Tres mon¨®logos entrecruzados, casi dos horas y media de funci¨®n (se han podado algunos fragmentos) y no puedes desviar la mirada ni el o¨ªdo. Un pa¨ªs que podr¨ªa ser Argentina anteayer o Estados Unidos pasado ma?ana. Howard, un viejo profesor, un intelectual disidente, "volando a trav¨¦s del d¨ªa en las alas del desd¨¦n"; Jordi Serrat, que parece un cruce entre dos Harolds, Bloom y Brodsky; un Jordi Serrat que da perfectamente el tipo pero al que le falta otra vuelta de tuerca para acabar de dar la talla, la autoridad enervante y absolutista del personaje. Su hija, Judy, es Chantal Aim¨¦e, que ya estaba soberbia en La ¨®pera de cuatro cuartos, de Bieito. Aqu¨ª, en la primera parte, hay una cierta indefinici¨®n en el trazo que le ha marcado la Subir¨®s: a ratos se comporta m¨¢s como una dependienta de mercer¨ªa de provincias que como la hij¨ªsima de un alto intelectual. Pero, ah, en la segunda parte... Y luego, en lo alto, Gonzalo Cunill, que lleg¨® a nosotros con la compa?¨ªa de Jan Lauwers y, otra gran noticia, se ha asentado en Barcelona. Gonzalo Cunill es Jack. Hablemos de Jack.
Dos. "Estoy aqu¨ª para decirles que un peque?o mundo ha muerto y yo soy el oficiante del duelo", dice, casi con voz de entertainer, con las gafas negras y c¨ªnicas de Gainsbourg, para ocultar -o "remostrar", como dir¨ªa Barthes- un dolor secreto, una herida que nunca acabar¨¢ de cerrarse. Jack es, o quiere ser, un "hombre com¨²n", que no soporta la delicada burbuja de cristal en la que habitan su pomposo suegro y su hija. "Te beso, y es como si mi beso se despe?ara por un acantilado", le grita a Judy. Un hombre con una tormenta en la cabeza, una criatura celiniana, un Roquentin asfixiado que decide romper con todo, escapar, hasta convertirse en una cosa, una cosa sin peso. "En realidad fue s¨®lo mi cuerpo el que sali¨® de esa casa". Entretanto, y sin que ¨¦l haga nada por evitarlo, ese peque?o mundo va a ser abatido por "los de abajo", guiados, manipulados, "reflejados" por una Junta Militar que promulga "el destripamiento de los triposos". Un hombre, Jack, cada vez m¨¢s libre y m¨¢s perdido. Estamos y no estamos con ¨¦l. Nos seduce, nos lleva a su terreno... s¨ª, todos nosotros hemos pensado o sentido eso alguna vez... el odio hacia la clase "exquisita", las cien familias, un resentido como nosotros, que clama de felicidad ante la destrucci¨®n de ese peque?o mundo al que nunca pudo pertenecer, pero sabe que cuando ellos desaparezcan, desaparecer¨¢ una parte, quiz¨¢ la mejor, de s¨ª mismo. Un hombre que acaba loco, "conformado", sin sue?os pero con recuerdos constantes. E im¨¢genes terribles: las ejecuciones televisadas, con tubos de colores brillantes metidos en las gargantas de los disidentes, y la ¨²ltima de la fila es Judy, es Judy, es Judy. En la extraordinaria segunda parte, el profesor ha desaparecido, asesinado de un tiro en la nuca, tras cinco a?os de c¨¢rcel. Ah¨ª est¨¢n Chantal y Cunill, sentados a una mesa, durante una hora, sin moverse, sin mirarse, y no para de moverse y girar el texto, los ritmos, el dolor. ?se es el enorme logro de Carlota Subir¨®s y sus actores. Ya se han apagado las risas nerviosas de la primera parte, ya estamos en el territorio de la desolaci¨®n. Silencio absoluto en la sala. Chantal, una desolada Mia Farrow, como la muchacha muerta, el fantasma son¨¢mbulo de Moonlight, de Pinter, siempre Pinter; Chantal y¨¦ndose, lentamente. Y Gonzalo Cunill oficiando el duelo, solo, en la cafeter¨ªa de un parque, al atardecer, prendiendo fuego al envoltorio de un pastelillo, una hoguera min¨²scula, in¨²til: "Me pareci¨® escuchar a John Donne llorando mientras ca¨ªa en picado vertiginosamente, camino al infierno. Los que pod¨ªan recordar su nombre se hab¨ªan extinguido, excepto yo, y yo lo estaba olvidando, olvidando su nombre, olvid¨¢ndole a ¨¦l y olvidando a todos aquellos que lo hab¨ªan recordado". Jack en el banco, abandonado, envuelto en "la caricia siempre cambiante y dulce de la brisa vespertina", mientras dura y perdura, en las alas del aire, la despedida de Eur¨ªdice a Orfeo, o un lied de Schubert, la banda sonora de un mundo desaparecido, esa m¨²sica que ya nadie volver¨¢ a escuchar, salvo nosotros.
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